A French Genocide: The Vendée
Anne Barbeau Gardiner es profesora emérita de inglés en el John Jay College de la City University de New York. Comentando la obra A French Genocide: The Vendée de Reynald Secher (publicado por University of Notre Dame Press), afirma:
En 1801, cuando Napoleón concedió la libertad de culto a todos los católicos de Francia, fue visto como la victoria de la Vendée. La historia del genocidio vandeano es incluso muy necesaria para corregir el interminable vitoreo ofrecido desde 1989 en el bicentenario de la Revolución Francesa. Hubo una horrible cara oculta de la Revolución, un corazón tenebroso.
La persecución a los sacerdotes católicos llegó hasta el máximo exceso en la Vendée. Esta persecución se suponía que no debía ocurrir porque la “Declaración de los Derechos Humanos” (1789), en su artículo X afirmaba que nadie podía ser penalizado por sus creencias religiosas, a menos que sus creencias perturbasen el orden público. Pero el gobernante ateo rápidamente comenzó a perseguir a los sacerdotes y a la Iglesia. Primero confiscaron las propiedades de la Iglesia, incluyendo colegios y hospitales. Después suprimieron los monasterios y conventos. A continuación eliminaron todas las formas de rentas y redujeron al sacerdocio católico a la dependencia de un salario gubernamental.
A fines del 1790 los sacerdotes fueron forzados incluso a hacer juramento de adhesión a la nueva “Constitución Civil del Clero” bajo la amenaza de perder su trabajo y salario.
A comienzos de 1791, 134 obispos franceses condenaron esta “Constitución Civil” y el Papa Pío VI la declaró herética. El anti-catolicismo en París ignoró esto y mantuvo la medida: en agosto de 1792 una nueva ley ordenó que los sacerdotes que mantenían su rechazo al juramento fuesen deportados, y en mayo de 1793 otra ley condenaba a muerte a aquellos sacerdotes deportados que todavía estaban en Francia. De esta manera, la ley se convirtió en un arma para destruir el orden sagrado del sacerdocio y a la Iglesia Católica.
La resistencia a esta persecución estalló en agosto de 1792 cuando 600 campesinos vandeanos blandiendo herramientas agrícolas intentaron detener a la Guardia Nacional que quería desalojar a las monjas de sus conventos. La mayoría de los campesinos murieron caballerosamente. Aquellos hombres habían aceptado con beneplácito la Revolución de 1789, hasta que se dieron cuenta del visceral y apasionado anti-catolicismo de aquellas leyes ateas.
La resistencia comenzó en la Vendée, debido a que el más ferviente catolicismo residía en aquella parte de Francia – una región de 12.000 kilómetros cuadrados que incluye parte de Anjou, Brittany, y Poitou. Era la región donde San Luis María Grignion de Montfort misionó y evangelizó y donde estableció su orden religiosa. Es revelador que los vandeanos llevaban en sus pechos la insignia roja del Sagrado Corazón introducida por San Luis Mª. Sus enemigos los llamaban con desprecio de “soldados de Jesús”.
Cuando la Asamblea Nacional reemplazó a los sacerdotes heroicos que habían rehusado a jurar la “constitución civil del clero”, los campesinos vandeanos se negaron rotundamente a acudir a la iglesia.
Un domingo, en Saint-Hilaire-de-Mortagne, un sargento encontró a unos feligreses arrodillados en silencio en el cementerio porque su iglesia había sido cerrada. El sargento le preguntó a un viejo campesino qué era lo que estaban haciendo allí, y el campesino le explicó:
-Cuando nuestro cura nos dejó, nos prometió que todos los domingos, a esta misma hora, diría la Misa por nosotros donde sea que se encontrase.
El sargento reaccionó con desprecio:
-¡Imbéciles supersticiosos!, creen que escucharán la Misa desde el lugar en que él esté.
El anciano respondió dócilmente:
-La oración viaja más de cien leguas, desde que asciende desde la tierra al cielo.
Muchos de los sacerdotes vandeanos que habían rehusado jurar retornaron a sus ciudades natales y vivieron en la clandestinidad entre sus parientes y amigos. Decían Misa en graneros, en áticos o en bodegas. Tenían puesto un precio a sus cabezas, pero confiaban en la protección de los campesinos. En virtud de una ley aprobada en agosto de 1792, fueron ofrecidas 50 libras como recompensa por la captura de algún sacerdote no juramentado. Los municipios podían incrementar la recompensa a 100 libras.
El caso del santo Cura de Ars
Así años después Francia se había convertido en tierra de misiones. Uno de los sacerdotes que pudo acercarse hasta Dardilly (pueblecito en el que nació Juan María Bautista Vianney, el famoso Cura de Ars) fue el reverendo Groboz, vicario de la parroquia de Sainte-Croix de Lyon, el cual, habiendo escapado primero a Italia, pasó de nuevo los Alpes para reemplazar a tantos colegas suyos condenados a muerte. Tras varias visitas a casa de los Vianney, sabemos que un día de 1797, al ir a bendecir a los niños y llegar a Juan María, el sacerdote le preguntó:
- ¿Cuántos años tienes?
- Once años.
- ¿Desde cuándo no te has confesado?
- Todavía no lo he hecho, respondió entristecido Juan María.
- Pues bien, hagámoslo enseguida.
Quedándose los dos a solas, hizo su primera confesión. Dirá después: “siempre me acuerdo de ello; era en casa, al pie de nuestro reloj”. Tras la confesión, el reverendo Groboz pidió a Mateo y a María que le enviasen al muchacho a Dardilly para poder hacer su primera Comunión.
1799. Es la época en que se siega el heno. La calma que había seguido a la caída de Robespierre parecía haber concluido. Era necesario seguir siendo prudentes. A pesar de los ruegos del rvdo. Groboz, había transcurrido casi un año y medio para que por fin Juan María pudiera hacer su primera Comunión.
Nos encontramos en el hogar del inventor del navío a vapor, Claudio de Jouffroy d´Abbans[1]. Las dueñas han permitido que la celebración se haga en su casa.
“Muy de mañana, cuenta Francis Trochu, los dieciséis niños de Dardilly que habían de comulgar, fueron acompañados por separado y conducidos a una gran sala cuyos postigos ajustaban muy bien, pues los niños habían de sostener una vela y era imprudente que desde fuera se viese la luz. Para colmo de precauciones, habían puesto delante de las ventanas algunas carretas llenas de heno. Y durante la ceremonia, para mejor disimular, varios hombres se ocupaban de descargarlas”.
Juan Bautista, que era alto y espigado, va el último de la fila. Ya ha cumplido 13 años; y aun siendo el mayor, las lágrimas corren por sus mejillas al recibir al Señor.
[1] Claude-François, marqués de Jouffroy d'Abbans (Roches-sur-Rognon, 1751- París, 1832), fue un famoso ingeniero que desarrolló los métodos para la aplicación del vapor a la navegación. Construyó un barco accionado por aletas que imitaban el movimiento de las palmípedas y, posteriormente, un buque movido por ruedas de álabes al que denominó piróscafo. Su esposa Francisca Magdalena y la madre de ésta, Ana Josefa de Biétrix, vivían solas en la casa de Ecully, ya que el Marqués tuvo que emigrar a causa de la Revolución.