Aunque la Teología de la liberación está de salida, la de la secularización continúa creciendo. Cierto es que las nuevas generaciones buscan una fe auténtica, sin ninguna clase de reduccionismo que pudiera licuarla; sin embargo, más que hablar de una restructura para el ejercicio de la misión, habría que pensar en un proceso de conversión institucional que nos lleve a salir de la ideología, porque cuando la sociología invade las esferas del evangelio y de la liturgia, se convierte en un ídolo. Conocer el entorno social es importante, pero sobrevalorarlo en detrimento de aspectos tan básicos como la divinidad de Cristo o la vida eterna es un desbalance total. De ahí la necesidad de vincular mejor la verdad con la misericordia, porque la una no excluye a la otra. Forman un todo que nos evita caer en una fe vacía, sujeta a lo que diga la mayoría.
Cuando una congregación cambia la fe de la Iglesia por la del teólogo de su elección, pierde autenticidad y atrae a ideólogos, pero nunca a hombres y mujeres que quieran consagrarse a Dios y, desde ahí, desarrollar un apostolado profundo, capaz de interpelar a propios y a extraños. La profecía de la vida religiosa y de los laicos pasa por un realismo clave en la fidelidad hacia el evangelio. Inventarse algo distinto podrá sonar elocuente, pero no será sino una traición al espíritu original que exige renovación en las formas y unidad en el fondo. Los santos y las santas han sido los grandes reformadores porque supieron avanzar sin tirar por la borda los aspectos básicos de la fe.
Los progresistas hablan de diversidad, pero imponen un igualitarismo que pretende que todos los católicos seamos iguales y, aunque lo somos a los ojos de Dios, no deja de ser verdad que tenemos habilidades muy distintas. Hoy día, quien aporta algo original, profundo y, sobre todo, congruente con la Iglesia de siempre, es visto bajo la sombra de la sospecha, se le acusa injustamente de volver al pasado cuando lo único que está siendo es abrir el diálogo con la realidad actual, sabiendo proponer la sabiduría del evangelio que tiene una garantía de casi dos mil años. Por lo tanto, para poder responder a los desafíos de la secularización interna, hay que unir fuerzas y, desde ahí, formar a las nuevas generaciones en el sentir eclesial. Hacerlo de un modo profundo, paciente, razonado y, sobre todo, vital. Dejar la izquierda o la derecha, para vivir un proyecto sin ideología. El momento es ahora.
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