A lo largo de estos meses de trabajo, los alumnos han tenido que adentrarse en una historia que distaba de ellos más de 2000 años, interpretando una música que no habían escuchado jamás. Pero justamente, partiendo de ahí y con la ayuda de Juanjo Grande, de Rafael Liñán y de Elisa Garmendia han podido entender qué tenía que ver esta historia con ellos.
El trabajo desarrollado ha consistido en transformar la letra y la música (con el permiso de Purcell, nada menos). ¡Menudo atrevimiento! Pero al conocer la historia, han podido reescribir el texto de ciertas partes de la ópera y acompañarlo con melodías también inventadas por ellos mismos respetando, únicamente, el bajo continuo.
Purcell era un compositor acostumbrado a escribir música escénica, especialmente para teatro y si bien esta no es su única ópera, podemos decir que es la más perfecta y mejor desarrollada de cuantas escribió.
La historia de Dido y Eneas es una historia de amor entre un príncipe troyano que, obedeciendo el mandato de Júpiter, ha de volver a fundar un imperio, una nueva Troya. En este vagar con un sentido pero sin conocer por dónde habría de pasar, ni siquiera el lugar de su llegada, donde habría de perpetuar el mandato del antiguo pueblo troyano, llega a las costas del reino de Cartago en el que gobernaba Dido, hermosa reina que había enviudado recientemente. Allí, Dido y Eneas se enamoran profundamente y con la estratagema de Juno y Venus, ambos comienzan una vida juntos. Eneas parecía entonces haber olvidado el mandato de los dioses y para volver a ponerlo en camino, es avisado por Mercurio de que debe partir para completar su misión. Eneas, turbado, habla con su amada para contarle que debe partir por el mandato divino. Pero Dido no lo acepta y le insiste en que se quede. Insistencia que se va transformando en rechazo al ver que Eneas está dispuesto a llevar a término su misión. Dido decide finalmente quitarse la vida mientras a lo lejos divisaba la flota de su amado avanzar hacia su destino.
El libreto, escrito por Nahum Tate, afamado dramaturgo que reescribió libretos de Shakespeare entre otros, termina con el lamento de Dido quien, a punto de morir, en los brazos de su hermana Belida (Ana en la obra de Virgilio), expresa el profundo grito: “recuérdame pero, ¡ay!, olvida mi destino”.
¡Qué deseo de infinito, de inmortalidad, de significado, de piedad! Pero el destino de Dido no es otro que la inexorable muerte a la que la desesperanza, irremediablemente, le ha conducido. No hay alternativa: el destino del amado trunca el destino de Dido. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede ser que el propio destino desaparezca al no cumplirse de la manera deseada por uno mismo? ¡Qué desagarro sentir que el destino es la muerte porque la vida y su cumplimiento dependen de otro corazón cuya sed de significado es la misma que la que padece el corazón de Dido y cuyo anhelo no es otro que el cumplimiento de la vida expresado en el mandato de Júpiter!
Dido and Aeneas. Dido´s lament
Lamento de Dido
Tu mano, Belinda;
las sombras me envuelven.
Déjame descansar en tu pecho,
más yo quisiera,
pero la muerte me invade;
la muerte es ahora una grata visita.
Que cuando yazga en la tierra
mis males no aflijan tu corazón;
recuérdame, pero,
¡ay! olvida mi destino.
Frente a este grito, ¡recuérdame! que Dido lanza repetidamente hay otro no menos dramático y profundo pero lleno de esperanza: “Libera me, Domine, de morte aeterna” que se encuentra en el texto de la misa de Requiem.
Quiero, en este caso, mostrar cómo expresa Fauré este grito. En su Requiem, el barítono solista, lanza este grito al que se une el coro poco después con una melodía que se convierte en desasosegada en el momento en que dice: “Temblando estoy y temo,/ mientras llega el juicio y la ira venidera.”
Puede parecer contradictorio este grito que pide misericordia abandonándose en el Autor de la vida y este temor ante la justicia divina. Pero ésta no va en contra del hombre sino en su favor: no es una justicia que no tenga en cuenta el corazón humano, sino que lo abraza. Por eso al final, primero el solista y, a continuación, el coro al unísono (la comunión de los santos), vuelven a suplicar: “¡libera me!”
El pecado y la misericordia se tocan. En el mismo olvido del hombre, en su propia desesperanza surge el grito inextinguible de significado, la necesidad de ser salvado, de ser liberado.
Michel Corboz – Requiem Op. 48: VI. Libera me
Libera me, Domine
Líbrame, Señor, de la muerte eterna,
en aquel día tremendo.
Cuando los cielos y la tierra temblarán,
cuando vendrás a juzgar al mundo con el fuego.
Temblando estoy y temo,
mientras llega el juicio y la ira venidera.
Cuando los cielos y la tierra temblarán.
Día aquel, día de ira, de calamidad y miseria,
día grande y amargo.
Dales, Señor, el descanso eterno,
y brille para ellos la luz perpetua.
Líbrame, Señor, de la muerte eterna,
en aquel tremendo día.
Cuando los cielos y la tierra temblarán,
cuando vendrás a juzgar al mundo con el fuego.
Líbrame, Señor, de la muerte eterna,
Líbrame, Señor.
Al salir del concierto, una gran amiga me hizo partícipe de un pensamiento que tuvo mientras escuchaba el aria de Dido.
¡Qué diferente es el grito de Dido, profundamente humano pero profundamente desesperanzado, del grito lleno de júbilo que hemos cantado durante toda la Pascua: Reina del cielo, alégrate, aleluya, porque el Señor, a quien has merecido llevar en tu seno, aleluya, ha resucitado según su palabra, aleluya. Ruega al Señor por nosotros, aleluya. Goza y alégrate, Virgen María, aleluya, porque ha resucitado verdaderamente el Señor, aleluya!
En la fragilidad del hombre está ya la misma posibilidad de redención. Por eso la misericordia y el pecado se tocan. Pero el grito que nace de la conciencia de dependencia, cierto de que la misericordia vence cualquier pecado, es infinitamente más realista. En el Requiem de Mozart aparece otro matiz. Rey de tremenda majestad…, sálvame, fuente de piedad. La majestad de Dios, su justicia. Es como decir: “soy consciente de mi pecado pero también soy consciente de que yo soy Tú que me haces, que has dado tu vida por mí”.
Péguy decía con una simplicidad inusitada que Jesús, cuando vino y vio la fragilidad del hombre no perdió el tiempo criticando la dureza del corazón, la situación social, no juzgó, no calculó; simplemente hizo el cristianismo. ¿Y qué es el cristianismo? Es el vínculo que Dios establece conmigo, con cada hombre. Dios es fiel a su alianza, Él ha afianzado su fidelidad. En Cristo, la fidelidad, la justicia y la misericordia se encuentran, se abrazan, se funden. Por eso, el grito “sálvame, fuente de piedad”, “líbrame, Señor de la muerte eterna” es el grito más realista que el ser humano puede hacer porque con su muerte y su resurrección, Cristo ha vencido a la muerte ha manifestado su victoria y ha sellado para siempre su fidelidad con nosotros.
Todo pasó a través de la Virgen, que fue la primera que participó de este vínculo definitivo que Dios ha establecido con el hombre. ¿Y cómo lo hizo? Simplemente dijo «sí».
Tomás Luis de Victoria - Regina caeli
Regina Caeli, laetare, alleluia,
Quia quem meruisti portare, alleluia,
Resurrexit sicut dixit, alleluia.
Ora pro nobis Deum, alleluia.
Paulino Carrascosa
elrostrodelresucitado@gmail.com