No pretendo, ni mucho menos, que este sea un artículo con cariz político. No es mi campo. Me muevo más en el terreno de la moral y de la ética. Observo –ya desde hace tiempo- que los que se llaman anti-sistema, izquierda, separatistas, movimientos sociales de corte revolucionario, etc., tienen un talante común: los veo respirar odio contra lo que no es conforme con su ideología. Se les nota en la cara, en los eslóganes, en los mensajes que difunden, en las acciones que perpetran…
Yo no estoy en contra de la libertad de expresión. Es un derecho. Pero una cosa es la libertad de expresar lo que uno cree, y otra es la agresión, la amenaza, la violencia, el odio que sale por los poros del cuerpo. Y cuando se adopta esta actitud poco humana, primero se pierde la razón, segundo el derecho a ser escuchados, tercero se convierte la manifestación en una guerrilla que nada tiene que ver con la paz y la justicia social que reivindican. Buscan el poder por la fuerza. Hay poca democracia en el intento.
Decía Ortega y Gasset: Odiar a alguien es sentir irritación por su simple existencia. Es decir, el que odia le encantaría ver caer fulminado al que considera enemigo porque su existencia le irrita, lo saca de quicio, no piensa como él, y esto no lo puede tolerar. Llevamos una temporada en que proliferan las protestas agresivas, bestiales, por todo. Parece que el adversario político todo lo hace mal. Y toda la gama de opositores, que proliferan en grupúsculos, parece que sufren un síndrome depresivo que les hace ver todo negro. O posiblemente buscan las vueltas a todo para intentar encontrar el punto obscuro que lo convierten en manchurrón inadmisible, horriblemente malo, por el que han de rodar cabezas.
Es fácil caer en la necedad y en la tontería. Cuando te vienen repitiendo lo mismo un día sí y otro también terminas por borrar de tu mente lo que pueda haber de positivo, hacerte paso, y seguir tu camino. Somos muy tontos. Y Voltaire decía: La primera ley natural debería ser esta: perdonarnos mutuamente nuestras tonterías.
Pero hay tontos que se creen los más listos de la pandilla, y te miran con ojos engreídos pensando que tú eres un infeliz porque no piensas como ellos. Y normalmente comienzan descartando a Dios y a la religión, especialmente la católica; sigue el mundo de la cultura, que solo les sirve para transmitir su filosofía de baja estofa; continúa el mundo empresarial y económico; los poderes establecidos y los defensores del orden público… Y en estos días la monarquía, que quisieran borrar del mapa para imponer regímenes “bolivarianos” que ya sabemos lo que dan de sí.
He dicho que no quería poner pie en terreno político. Solo me limito a defender la Verdad, el orden, la justicia, el respeto a la persona humana y a las instituciones, entre ellas la familia. Un mínimo de ética es imprescindible para convivir democráticamente. No vale el “quítate tú para ponerme yo” a la fuerza. La Ley es sagrada si es justa, y hay que atenerse a las reglas del juego. Queremos vivir, dejarnos vivir con dignidad, porque como diría San Juan XXIII, el mundo no ha sido creado para ser un cementerio.
Juan García Inza