Históricamente, ¿existió Jesús?
PRESENTACION
A diferencia de lo que ocurre con algunos personajes de la antigüedad, pero al igual que sucede con otros tantos, no existen evidencias arqueológicas que permitan verificar históricamente la existencia de Jesús de Nazaret. La explicación principal que se da a este hecho es que Jesús, mientras vivió en este mundo, no alcanzo a tener una relevancia histórica suficiente como para dejar constancia en fuentes arqueológicas, dado que no fue un destacado líder político, sino un sencillo predicador itinerante.
Por otro lado, Jesús, como otros muchos dirigentes religiosos y filósofos de la antigüedad, no dejó ningún escrito propio; al menos no hay constancia alguna de que haya sido así. Todas las fuentes para la investigación histórica de Jesús de Nazaret son, por lo tanto, textos escritos por otros autores, años después de la muerte y resurrección de Jesús, como es el caso de los Evangelios.
En referencia a lo anterior, la investigación filológica, que es el estudio de una cultura tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura por medio de textos escritos, ha logrado reconstruir la historia de dichos textos, lo cual demuestra que los primeros escritos sobre Jesús se reducen a algunas cartas del apóstol Pablo, posteriores a la vida de Jesús en unos veinte años. Por otro lado, las principales fuentes de información acerca de su vida, los Evangelios canónicos, se redactaron en la segunda mitad del siglo I d.C., pero todos estos escritos corresponden al ámbito cristiano. Otra confirmación histórica cristiana es el documento más antiguo inequívocamente concerniente a Jesús de Nazaret; el llamado Papiro P52, que contiene un fragmento del Evangelio de Juan y que data, según los cálculos más extendidos, de hacia 125, es decir, aproximadamente un siglo después de la fecha probable de la muerte de Jesús. Sin embargo existen escasos testimonios acerca de Jesús en fuentes no cristianas, ya sean judías o de historiadores romanos.
EL CONTEXTO HISTORICO Y GEOGRAFICO
Jesús fue un judío fiel y nunca dejó de serlo. Además era galileo, lo cual es un aspecto clave en esta búsqueda. El judaísmo en Galilea era muy acendrado, o sea, era un judaísmo puro, diferente al de Jerusalén, donde el papel del Templo era mayor y la presencia de escribas más numerosa. Ambas regiones, desde la muerte de Salomón, se convirtieron en entidades separadas y con un historial político muy distinto.
En tiempos de Jesús, Galilea era un reino vasallo o súbdito de Roma bajo la dinastía de Herodes, mientras que Judea estaba bajo el control directo de Roma, que tenia allí un prefecto que dependía del legado de Siria.
A pesar de que Jesús nació en Belén, su infancia transcurrió en Nazaret y era conocido como natural de esta localidad. Era un pueblo pequeño y pobre, tal como se ha demostrado arqueológicamente, pero que distaba solamente cinco kilómetros de Séforis, ciudad reedificada por Herodes Antipas, que la convirtió en capital de Galilea. Más adelante Antipas hizo construir junto al lago Tiberíades la ciudad de Tiberia, a donde trasladó la capital. Sin embargo, a pesar de la helenización que imperaba en aquella época, tanto Séforis como Tiberias mantenían una fisonomía predominantemente judía.
De hecho la situación del campesinado galileo de aquel tiempo parece que era sumamente difícil y, consecuentemente, se daba un proceso de concentración de la propiedad, de modo que los pequeños propietarios se convertían en jornaleros, e incluso a veces en esclavos, y con ello la emigración fuera de Galilea era muy numerosa en aquel tiempo. Por todo ello, los sectores rurales miraban con hostilidad a las ciudades construidas por los herodianos, ya que dificultaban sus condiciones de vida y les perjudicaban económicamente, puesto que estaban sujetos a un impuesto especial para poder financiar dichas construcciones.
Esta tensión campo-ciudad es clave para comprender la función social de Jesús y también su mensaje. Por ello es de destacar que en los Evangelios no aparezca Jesús visitando los núcleos urbanos importantes, a excepción de Jerusalén, aunque visito esta ciudad de manera muy esporádica y siempre por motivos especiales.
Por un lado la mencionada tensión que sufrían los habitantes de las ciudades pequeñas y los campesinos, y por otro los sentimientos discriminatorios hacia ellos provenientes de las clases altas que residían en las grandes ciudades, hizo que Jesús optara por buscar a la gente sin marginar a nadie, anunciando a todos por igual la llegada de Dios y de su Reino. Jesús nunca esperó que la gente fuese a Él, sino que salía Él mismo con sus discípulos en busca de los necesitados. Y tanto camino por toda Galilea y fue conocido de tantos pobladores, que en un lugar u otro debió quedar alguna constancia fehaciente de su existencia histórica.
Y esta búsqueda histórica dio finalmente sus frutos, tal como podremos ver seguidamente.
LAS FUENTES HISTORICAS
Tal como se menciona en la primera parte de este estudio, se han encontrado algunos documentos de fuentes no cristianas, aunque muy escasos y escuetos, independientemente de los Evangelios. En los mismos se menciona a Jesús, lo cual confirma su existencia histórica. Son documentos provenientes de fuentes judías, aunque también los hay de fuentes paganas de origen romano.
Las siguientes son las fuentes históricas mencionadas:
1. El testimonio flaviano
Se conoce como Testimonio flaviano a los párrafos 63 y 64 del capítulo XVIII del libro Antigüedades judías, escrito por el historiador judío-fariseo romanizado Flavio Josefo (37 al 101 d.C.), en los que menciona a Jesús de Nazaret.
Las Antigüedades judías son una crónica escrita hacia el año 93 d.C., que narra la historia del pueblo judío de una manera razonablemente completa. Los intereses de Flavio Josefo, entre ellos ganar la simpatía de Roma hacia los judíos, le llevan a minimizar las noticias que pudieran resultar conflictivas. No olvidemos que Flavio Josefo era judío y que fue deportado a Roma por la posible confrontación que pudiera haber entre judíos y romanos por sus escritos. Pero ya en Roma se convirtió en el favorito del emperador romano y, aunque jamás abjuro del judaísmo, tenía que ser cauto en sus escritos, siempre buscando la convivencia pacífica entre Roma y Jerusalén.
Josefo no menciona a los líderes del pequeño grupo de cristianos, como Pedro y Pablo por ejemplo, ni a María, la Madre de Jesús. Sin embargo dos párrafos tratan directa o indirectamente sobre Jesús de Nazaret.
El primero de ellos dice textualmente:
“Por este tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, y atrajo hacia Él a muchos judíos. Y cuando Pilato, frente a la denuncia de aquellos que son los principales entre nosotros, le había condenado a la cruz, aquellos que le habían amado primero no le abandonaron. La tribu de los cristianos, llamados así por Él, no ha cesado de crecer hasta este día” (Antigüedades judías, libro 18, capitulo 3,3).
Flavio Josefo se refiere aquí a la actividad taumatúrgica de Jesús, o sea, a la facultad de realizar prodigios, como así también a su enseñanza, a sus seguidores judíos y griegos, a la denuncia contra Él por parte de los nobles judíos, a la condena en la Cruz por Poncio Pilatos, y a la supervivencia del movimiento cristiano tras su muerte, datos sumamente valiosos para los historiadores, pues con ello se prueba la existencia histórica de Jesús, la cual ya nadie se atreve a cuestionar.
Es necesario resaltar que antiguamente se consideraba como autentico este primer párrafo, el cual contenía además una interpolación o intercalación de otras frases, como las siguientes:
a. “Si es que es correcto llamarle hombre, ya que fue un hacedor de milagros impactantes, un maestro para los hombres que reciben la verdad con gozo”
b. “… y a muchos gentiles además. Era el Cristo”
c. “ya que se les apareció vivo nuevamente al tercer día, habiendo predicho esto y otras tantas maravillas sobre Él los santos profetas”
Sin embargo un amplio grupo de críticos no consideraron autentico el párrafo completo con las mencionadas citas a, b y c incluidas, alegando que Flavio Josefo mencionó a Jesús, pero no podía haberle reconocido como Cristo. Además Orígenes, pilar de la teología cristiana (186 al 254 d.C.), dijo en su obra Contra Celsus (Capitulo I, 47) que Flavio Josefo nunca creyó que Jesús fuera el Mesías.
Esta hipótesis recibió una sólida confirmación en 1971 al descubrirse la versión árabe de la Historia del mundo, escrita por el obispo Agapio de Hierápolis (siglo X d.C.), el cual contenía el texto original de Flavio Josefo sin las interpolaciones mencionadas aquí. Por ello se considera como texto original el citado en este trabajo, sin incluir las citas detalladas en los numerales a, b y c.
El segundo párrafo, aunque sólo menciona indirectamente a Jesús, es una total confirmación de su existencia histórica:
“Ananías era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio, cuando el procurador Festo ya había fallecido. Su sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Ananías hizo que el Sanedrín juzgase a Santiago, el hermano de Jesús, y a algunos otros. Les acusó de haber transgredido la Ley y los entregó para que fueran apedreados” (Antigüedades judías, libro 20, capitulo 9, 1).
Casi la totalidad de historiadores e investigadores acepta la autenticidad de este pasaje, por el cual tenemos noticia de la lapidación de Santiago, a quien lo presenta como hermano de Jesús.
Existe otro pasaje en Antigüedades judías, libro 18, capitulo 5, 2. En él se hace referencia a la muerte de Juan el Bautista a manos de Herodes, aunque sin mencionar su relación con Jesús.
2. El Talmud judío
En el tratado del Talmud aparece la siguiente cita:
“Nuestros rabinos enseñan: que la mano izquierda no rechace, pero que la derecha atraiga siempre; no como Eliseo, que rechazó a Gejazi con ambas manos, y no como Rabí Yoshua ben Perahja, que rechazó a Jesús el Nazareno con ambas manos” (T.B. Sanh 107b.).
Este texto del Talmud se puede considerar como tannaítica, o sea, anterior a la Mishna, las leyes judías compiladas de la tradición oral judía. Esto es importante desde el punto de vista histórico, ya que también da por probada la existencia histórica de Jesús.
3. Los historiadores romanos
Los historiadores romanos de los dos primeros siglos de nuestra era, Plinio el Joven (62 al 113 d.C.), Cornelio Tácito (61 al 117 d.C.) y Suetonio (fallecido el 160 d.C.), dan alguna información acerca de los cristianos y, directa o indirectamente, de Jesús.
El testimonio más antiguo que se conserva de fuente pagano-romana sobre los cristianos y Jesús es del historiador Plinio el Joven, quien dijo que el emperador Trajano prohibió la formación de asociaciones religiosas privadas, considerando sospechosas las reuniones nocturnas celebradas antes de la salida del sol, por muy inocentes que fueran los himnos que en estas ocasiones entonasen los cristianos a Cristo, como si fuera un Dios, y por muy inofensivas que fuesen las comidas que compartían juntos (Epistolae X, 6).
El testimonio de Cornelio Tácito acerca de Jesús también es muy valioso. Después de aludir a los rumores que culpaban a Nerón del desastroso incendio que asoló Roma en el año 64 d.C., dice:
“Nerón señaló como culpables y castigó con la mayor crueldad, a una clase de hombres aborrecidos por sus vicios, a los que la turba llamaba cristianos. Cristo, de quien tal nombre trae su origen, había sufrido la pena de muerte durante el reinado de Tiberio, por sentencia del procurador Poncio Pilatos. La execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no solo por Judea, origen del mal, sino también por Roma, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas” (Anales, 15-44).
El dato de la muerte de Jesús, llamado Cristo, por sentencia del procurador Poncio Pilatos, es considerado auténtico por todos los investigadores e historiadores.
CONCLUSION
La escasez de noticias sobre Jesús en las fuentes no cristianas, muestra el hecho de que Jesús no fue considerado por dichas fuentes un personaje de importancia histórica que mereciera un tratamiento pormenorizado.
No describen a Jesús como ideador de un programa político, ni como jefe de un movimiento popular en la lucha contra el gobierno romano opresor, ni como una figura para contraponer al emperador de Roma.
Pero se puede decir también lo contrario: tampoco sirven los Evangelios para aprender gran cosa sobre el Imperio Romano.
En todo caso, las noticias de los historiadores romanos sobre los cristianos confirman la existencia histórica de Jesús, su muerte bajo Poncio Pilatos y el auge del cristianismo, el cual debe su nombre a Jesús, a quien todos denominaban el Cristo.