Os ofrezco un retiro de preparación a Pentecostés que he preparado para mi parroquia. ¡Espero que os ayude a abriros a la gracia del Espíritu Santo que se renueva en nosotros!
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Primera parte. Reaviva el don de Dios que hay en ti.
“Para que nos renováramos incesantemente en Cristo, él nos concedió participar de su Espíritu, quien de tal modo vivifica todo el cuerpo de la Iglesia, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano” (LG 7).
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Primera parte. Reaviva el don de Dios que hay en ti.
- No podemos olvidar quién es el que realmente lleva el timón de nuestra Iglesia: el Espíritu Santo.
“Para que nos renováramos incesantemente en Cristo, él nos concedió participar de su Espíritu, quien de tal modo vivifica todo el cuerpo de la Iglesia, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano” (LG 7).
“«Si Cristo es la cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es su alma». Hoy queremos reflexionar en el misterio del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, en cuanto vivificada y animada por el Espíritu Santo. En efecto, para que exista la comunidad cristiana no basta un grupo de personas. La Iglesia nace del Espíritu del Señor. El nacimiento en el Espíritu, que tuvo lugar para toda la Iglesia en Pentecostés, se renueva para cada creyente en el bautismo, cuando somos sumergidos «en un solo Espíritu», para ser injertados «en un solo cuerpo». Leemos en san Ireneo: «Así como de la harina no se puede hacer, sin agua, un solo pan, así tampoco nosotros, que somos muchos, podemos llegar a ser uno en Cristo Jesús, sin el agua que viene del cielo». El agua que viene del cielo y transforma el agua del bautismo es el Espíritu Santo. San Agustín afirma: «Lo que nuestro espíritu, o sea, nuestra alma, es para nuestros miembros, lo mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia»” (De una catequesis de S. Juan Pablo II sobre el Espíritu Santo).
- Por tanto, hemos de reavivar en nosotros la presencia del Espíritu Santo, que se nos dio por el Bautismo. Eso es lo que sucede en la fiesta de Pentecostés:
“Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de las manos. Porque no nos dio el Señor a nosotros un Espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios” (2 Tm 1, 6 – 8).
1. “Está en ti”. Para reavivar esta presencia del Espíritu, lo primero que hemos de recordar es que el Espíritu Santo está verdaderamente en nosotros, dentro de nosotros, siempre, permanentemente.
“Vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios. Ya no os pertenecéis” (1 Cor 6, 19).
“Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rm 8, 9 – 11. 14 – 16).
“En cuanto a vosotros, la unción que de El habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe” (1 Jn 2, 27).
2. “El carisma de Dios”. Los carismas son dones particulares del Espíritu Santo que concede a cada uno para el bien de la comunidad. El Espíritu Santo ha sido derramado en nuestros corazones, y se manifiesta en nosotros y nos concede dones particulares para edificar a la comunidad.
“A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (1 Cor 12, 7).
3. “Por la imposición de las manos”. Esta imposición de las manos hace alusión al sacramento del bautismo y de la confirmación por las que hemos recibido el Espíritu Santo. Estos sacramentos imprimen carácter: los dones que Dios nos concede a través de estos dos sacramentos no se pueden perder jamás: ser hijos de Dios y recibir el Espíritu Santo.
“Pablo llegó a Éfeso donde encontró algunos discípulos; les preguntó: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?» Ellos contestaron: «Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo.» Entonces fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y, habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar” (Hch 19, 1 – 6).
4. “Te recomiendo que lo reavives…”. Esta presencia del Espíritu Santo, y esta manifestación suya en nosotros puede y debe ser reavivada. Los sacramentos del bautismo y de la Confirmación imprimen carácter, y por eso pueden ser renovados siempre que uno quiere. Por eso hemos de renovar la presencia del Espíritu Santo en nosotros, y pedirle que se manifieste con más fuerza. Uno puede estar bautizado, pero el Espíritu Santo puede estar atado, o aletargado en su interior. Hemos de pedir a Dios que reavive este don en nosotros.
“Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” (Hch 8, 14 – 17).
5. “No nos dio un espíritu de cobardía”. El Señor no quiere que nos guardemos el don de Dios que hemos recibido, que lo ocultemos por cobardía o respetos humanos, o por pensar que hay otros mejores que nosotros.
“Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios” (1 Pe 4, 10).
6. “Nos dio un Espíritu de fortaleza, de amor y de templanza”.
a) Espíritu de fortaleza. Es la fortaleza que Dios nos da para poder sostener a los demás y para anunciar con valentía el evangelio, poniendo los dones que Dios nos ha dado al servicio de los demás.
“El Dios de toda consolación, nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos” (2 Cor 1, 3 – 6).
b) Espíritu de amor. Dios nos da el poder de amar como él nos ama por la acción del Espíritu Santo. El amor es el más grande don del Espíritu Santo, el que más edifica la comunidad.
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 8).
c) Espíritu de templanza. El Espíritu nos mueve al equilibrio, a estar centrados en lo importante, y no dar importancia a las cosas que no la tienen. Y en este sentido, no a mirar lo que nos separa o diferencia, sino lo que nos une. Como dijo un canónigo medieval: “En lo esencial, unidad; en lo accidental, libertad; en todo, caridad”.
7. “No te avergüences del testimonio”. El Espíritu Santo nos mueve a dar testimonio en medio de nuestro mundo, de nuestra comunidad, y para ello nos da la valentía para poder darnos a la comunidad y al mundo.
8. “Soporta conmigo los sufrimientos”. El Espíritu Santo nos mueve a llevar entre todos las cargas y sufrimientos, a llevar entre todos la comunidad. Los sacerdotes somos siervos vuestros, pero la Iglesia la hemos de llevar entre todos, poniendo los dones recibidos al servicio de los demás.
Segunda parte: la manifestación del Espíritu para provecho común
- Veíamos antes que Dios nos llama en este Pentecostés a reavivar en nosotros la presencia y los dones del Espíritu Santo. En esta segunda parte vamos a tratar de comprender mejor qué dones tenemos y cómo ponerlos al servicio de la comunidad.
- Lo haremos al hilo del texto sobre los carismas del Espíritu por excelencia: 1 Cor 12 – 14.
4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; 5 diversidad de ministerios (diaconías), pero el Señor es el mismo; 6 diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. 7 A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. 8 Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; 9 a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; 10 a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. 11 Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad (1 Cor 12, 4 – 11).
1. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común (v. 7). El Espíritu Santo nos da a cada uno unos dones que hemos de poner al servicio de los demás, en concreto en el contexto de nuestra comunidad. Hemos recibido unos talentos, y hemos de ponerlos a dar fruto. Esas manifestaciones San Pablo las divide en tres.
a) Carismas. Los carismas son dones extraordinarios de Dios que el Espíritu Santo puede conceder a una persona para edificar la comunidad. San Pablo los explica en este texto un poco después (vv. 8 – 10). Uno puede haber recibido alguno de estos carismas, y debe ponerlos al servicio de los demás. Para ello hay que estar abierto a recibirlos.
b) Ministerios (o servicios, en griego diaconías). En la Iglesia hay muchos servicios que se hacen a la comunidad y que son imprescindibles. El Espíritu concede gracias para poder desempeñar alguno de estos ministerios. Es tarea nuestra reconocerlos para ponerlos al servicio de los demás.
c) Operaciones. En la Iglesia hay multitud de actuaciones concretas que requieren nuestro esfuerzo, aunque puedan pasar desapercibidas. El Espíritu puede darnos alguna de estas gracias, en apariencia menos llamativas, pero más esenciales e imprescindibles que ninguna otra.
2. Todo lo obra el único Espíritu distribuyendo según su voluntad (v. 11). Todos estos dones son regalos de Dios, y por tanto Él es el verdadero agente de nuestra pastoral. Él distribuye sus dones a cada uno según quiere, para provecho común, y por tanto lo que hemos de buscar no es nuestra gloria, sino ejercer esos dones según su voluntad. Reconocer nuestros dones, y también los de los demás, sabiendo que provienen del único Espíritu Santo.
3. El Espíritu, el Señor, Dios, es el mismo (vv. 4 – 6). San Pablo recalca la unidad, ya que todo don viene de Dios Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Lo importante no es qué don haya recibido, o quién haga qué, sino la unidad, que se da en Dios y ha de darse también en nosotros. Dios es uno en tres personas, y la diversidad no anula la unidad, sino que son en esencia un solo Dios, con una misma voluntad, una misma acción, un mismo ser. Así también nosotros, en la diversidad de nuestros dones que nos enriquecen mutuamente, hemos de ser uno en la voluntad de Dios, en la acción, en el ser. San Pablo explicará esto con el símil del Cuerpo.
12 Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. 13 Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. 14 Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. 15 Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? 16 Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? 17 Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído ¿donde el olfato? 18 Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. 19 Si todo fuera un solo miembro ¿dónde quedaría el cuerpo? 20 Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo. 21 Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!» 22 Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables. 23 Y a los que nos parecen los más indignos del cuerpo, los rodeamos de mayor dignidad. Así a nuestras partes deshonestas las vestimos con mayor honestidad. 24 Pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él, 25 para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros. 26 Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. 27 Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte. (1 Cor 12, 12 – 27).
4. Somos el cuerpo de Cristo (v. 27). Los que continuamos su obra en este mundo, las manos de Cristo, los pies de Cristo, los labios de Cristo… A través de nosotros, de la Iglesia, Cristo sigue llevando adelante su obra.
5. Cada uno es un miembro (v. 27). No somos todos iguales, cada uno tenemos nuestros dones (carismas, ministerios, operaciones), cada uno tenemos nuestra función. Hemos de descubrir nuestro lugar en el cuerpo.
6. Judíos y griegos, esclavos y libres, bautizados en un solo Espíritu (v. 13). Cada uno es de su padre y de su madre, y a veces es difícil hallar la armonía cuando hay tantas diferencias. Pero el Espíritu es único, y nos hace un solo cuerpo, integrando nuestras diferencias de modo que nos enriquezcan. El Espíritu derriba los muros que nos separan y nos hace uno en Cristo Jesús.
27 En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: 28 ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Gal 3, 27 – 28).
No hemos de mirar de qué grupo o espiritualidad, de qué movimiento o de qué cura somos, sino cómo cada uno con su particularidad contribuye a la unidad, recordando que el centro es Cristo, y que ninguno tenemos su exclusividad. Hemos de ver esencialmente lo que nos une, y enriquecernos mutuamente de lo que nos diferencia.
10 Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio. 11 Porque, hermanos míos, estoy informado de vosotros, por los de Cloe, que existen discordias entre vosotros. 12 Me refiero a que cada uno de vosotros dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». 13 ¿Esta dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? (1 Cor 1, 10 – 13).
7. No puedo decir: “no te necesito” (v. 21). Cada uno de nosotros somos necesarios, y si estamos en la Iglesia es porque Dios así lo ha querido. Por lo tanto, nos necesitamos unos a otros. Esto conlleva una doble enseñanza:
a) Soy necesario. No debo dejarme llevar por mi baja autoestima pensando que no tengo nada que aportar, sino reconocer el don de Dios en mí y ponerlo al servicio de los demás.
b) Necesito a los demás. Yo solo no lo puedo todo, ni lo hago todo bien. Los demás me son necesarios, y estoy llamado a reconocer y aprovechar sus propios dones.
8. Miembros débiles, indignos, deshonestos (vv. 22 – 23). Después San Pablo hace alusión a tres tipos de miembros:
a) Débiles. Los que aparentemente poco tienen que aportar y no tienen fuerza. De ellos dice San Pablo que son más indispensables. Muchos miembros de nuestra comunidad sólo pueden orar. Parece poco, pero sin esa oración estaríamos perdidos. Cuanto más débil te sientas, más indispensable eres.
b) Indignos. Muchas veces podemos sentirnos así a la hora de servir a la Iglesia. Pero es la Iglesia quien reviste de esa dignidad, quien la concede, para servir. Cuando el Espíritu a través de la Iglesia te llama a algún servicio, te capacita para ejercerlo, te concede la dignidad.
c) Deshonestos. A veces podemos sentir que no hacemos las cosas suficientemente bien, o que hay personas que lo harían mejor que nosotros. Pero el Espíritu quiere que pongamos a su servicio nuestros dones, y Él es quien hace que fructifiquen, y no nuestra honestidad.
9. Dios ha dado más honor a quien carecía de Él (v. 24). No son los miembros más llamativos los que tienen más honor, sino que Dios elige lo pequeño, lo que aparentemente no vale, para hacer su obra.
- Por lo cual no tienes excusa. El Espíritu te ha dado sus dones (carismas, ministerios, operaciones), y te ha puesto como miembro en su cuerpo, que es la Iglesia, y que se concreta en tu comunidad. No debe inquietarte tu debilidad, indignidad o deshonestidad, puesto que Dios capacita a los que elige.
- Te invito a que te pongas en presencia de Dios, y reconozcas humildemente los dones que te ha concedido, a que des gracias a Dios por estos dones, y le pidas que te conceda la gracia de ejercerlos en su servicio, y a que los pongas al servicio de tu comunidad en algo concreto de las muchas necesidades que puede haber.