Sor Cristina, con su hábito religioso y decencia al andar, ha venido a solventar un vacío que ha dejado la ausencia de laicos comprometidos. La principal tarea de una religiosa no es subirse a un escenario, pero si no hay nadie más, quizá es la única salida o punto de encuentro entre la postmodernidad y la fe de la Iglesia. Todo aquel que critique a Sor Cristina, tiene que preguntarse: ¿qué estoy haciendo yo como laico?, ¿evado o tengo un apostolado concreto? Pues ¡qué fácil es criticar! Queremos que los demás cambien, olvidando que el cambio verdadero empieza por la conversión de uno mismo.
Urge formar desde el punto de vista humano, espiritual e intelectual a los laicos. De otra manera, seguiremos dejando un espacio vacío. Es increíble que con tantas universidades católicas, todavía no seamos capaces de dar paso a una nueva generación de líderes que se involucren a nivel social, hombres y mujeres con talento. Profesionistas de la altura de San Giuseppe Moscati o Gaudí. Mientras la pastoral juvenil continúe siendo un espacio para dinámicas absurdas y reduccionistas, se echará en falta la presencia de uno o varios católicos en el rating musical del momento.
¿Hasta cuándo promoveremos sin miedo la figura del laico comprometido?, ¿qué acaso ya se nos olvidó el esfuerzo de Juan Pablo II por canonizar a seglares que sirvieran como una serie de modelos a seguir? Respondamos, mediante la educación formal e informal, al reto de la falta de bautizados influyentes en el buen sentido de la palabra.