El título de esta nueva entrada del blog de arte y fe podría hacernos pensar en la hermosa guía de Dante en la Divina Comedia, quien tomando el relevo de Virgilio conduce al poeta hasta el Paraíso celeste. Pero no, no hablamos de Beatrice, sino de una niña de 8 años que lleva ese mismo bello nombre y vive en Campo Real. En esta localidad de la provincia de Madrid cantó ayer la Escolanía de la Catedral de Alcalá de Henares, la Escolanía de los Santos Niños Justo y Pastor.
Era la misa de 12 de la mañana, y tras proclamar el Evangelio de la solemnidad de la Ascensión del Señor, el joven párroco, Alvaro, pregunta a los niños sentados en los primeros bancos –y que la semana próxima recibirán la primera comunión– qué han sentido, qué ha sucedido dentro de ellos al escuchar el canto de los niños y niñas de la Escolanía. Silencio. Los niños no responden. ¿Timidez? ¿Distracción? Hasta que una niña, Beatriz, sale del banco y se dirige al micrófono que le brinda Alvaro para responder: "Me han entrado ganas de llorar".
Alvaro sonríe y dice: "Exactamente, porque cuando escuchamos o vemos algo bello experimentamos la correspondencia con lo que nuestro corazón anhela, con el deseo de felicidad que late en nosotros". "Es lo que les pasó a los discípulos, que al encontrar a Jesús experimentaron que su corazón vibraba, se conmovía ante la belleza de sus palabras y sus gestos, ante su persona". "¿Podéis imaginar –continúa Alvaro– las lágrimas de los discípulos cuando Jesús les es arrebatado, cuando muere en la Cruz y es apartado de su vista? Pero ellos vuelven a verle, Resucitado, y su corazón de llena de inmensa alegría".
Pero si Cristo ha resucitado, si la belleza del canto es anticipo de la bienaventuranza del cielo, entonces, ¿por qué esas ganas de llorar?
Responde el cardenal Ratzinger en un precioso mensaje a los participantes en el "Meeting de Rímini" en el año 2002:
"Que la belleza también tiene que ver con el dolor está absolutamente presente en el mundo griego –pensemos, por ejemplo, en el Fedro de Platón–. Platón contempla el encuentro con la belleza como esa saludable sacudida emocional que arranca de sí al hombre y lo «arrebata». El hombre, así dice Platón, ha perdido la perfección original que fue pensada para él, y ahora está permanentemente buscando la primitiva forma sanadora. La nostalgia y el deseo vehemente lo impulsan a perseverar en esta búsqueda, y la belleza lo arranca de la tranquilidad de la vida cotidiana, puesto que le hace sufrir. En sentido platónico, podríamos decir que la flecha de la nostalgia atraviesa al hombre, lo hiere y de esta manera le da alas, lo exalta y eleva".
La belleza genera una "sacudida emocional", que "arrebata" al ser humano, arrancándole de sí. La percepción de lo bello nos arranca de la tranquilidad –con frecuencia rutinaria, superficial– de la vida cotidiana, hiriéndonos con "la flecha de la nostalgia" y así nos eleva y exalta.
Pero dice más el cardenal:
"En el siglo XIV se vuelve a encontrar esta experiencia de Platón en el teólogo bizantino Nicolás Cabasilas –en su libro La vida en Cristo–, experiencia en la que el fin del deseo vehemente sigue siendo innombrable. Ahora este último está transformado en sentido cristiano, cuando Cabasilas dice: «los hombres que tienen tienen en sí un anhelo tan impetuoso que sobrepasa su naturaleza, desean fervientemente y son capaces de llevar a cabo cosas que trascienden el pensamiento humano. Es el novio mismo quien ha herido a tales hombres, es él mismo quien ha enviado un rayo de su belleza a sus ojos. La grandeza de la herida muestra que la flecha ha dado en el blanco, y el anhelo les indica que la herida ha sido infligida»".
Hermosa cita. Es el "novio" mismo –Cristo– quien hiere, quien dispara la flecha, el rayo de la belleza, de Su belleza. ¡Qué lejos estamos de todo planteamiento budista –"el origen del sufrimiento o desarmonía es el deseo"– que señala la extinción del deseo como camino para eliminar el sufrimiento y llegar al Nirvana!
"La belleza lastima, pero así es exactamente como impulsa al hombre a su destino supremo".
Por eso, benditas lágrimas, Beatriz, y que Dios preserve tu corazón de niña, herido por la belleza de Dios.
Juan Miguel Prim, sacerdote
elblogdelresucitado@gmail.com
Juan Miguel Prim, sacerdote
elblogdelresucitado@gmail.com