Nueve, nada menos que nueve, son los reyes españoles que desde que se formó la monarquía española tal y como la conocemos hoy día, es decir, tras la unificación de los reinos de Castilla, Aragón, Granada y Navarra en la persona de los Reyes Católicos, han practicado esa institución ahora de moda que se llama “abdicación”.
El primero va a ser el gran Carlos I de España, el Emperador Carlos V, que la practica por partida doble en la famosa Doble abdicación de Bruselas, acontecida el 25 de octubre de 1555, por la que deja el cetro imperial a su hermano, el español Fernando I, y las coronas españolas con las posesiones de ultramar, más Flandes y las posiciones italianas a su hijo, el también español Felipe II. Carlos I de España se retirará, como es sobradamente conocido, a Yuste, donde viene a morir apenas tres años después de abdicar. Se trata de una abdicación voluntaria, que como vamos a ver, es el caso minoritario en las abdicaciones españolas.
Una vez advenidos al trono español los borbones, y por extraño que parezca decirlo, la abdicación va a ser el modo habitual de entregar la corona. De los diez borbones que hasta la fecha han reinado en España, sólo cuatro no la han practicado en algún momento de su reinado lo que, en otras palabras, quiere decir que hasta seis de ellos, incluído ahora Juan Carlos I, la han pronunciado en alguna ocasión, bien que las circunstancias sean, como veremos, muy diferentes, y ni siquiera todos los que abdicaron alguna vez dejaron, por extraños caprichos de la historia, de morirse en el trono.
El primer Borbón que abdica es, precisamente, el primero que sienta sus reales en el trono español, Felipe V, que lo hace el 10 de enero de 1724. Se trató de una abdicación en verdad extraña, pues Felipe abdica en la persona de su hijo, el joven de dieciséis años Luis I, a cuya muerte por viruela acontecida apenas 229 días más tarde, el 31 de agosto de 1724, retoma el trono para ya morir en la cama rey, siendo sucedido como se sabe por su segundo hijo Fernando VI, uno de los pocos que nunca abdicará, y luego por su tercer hijo Carlos III, que tampoco lo hará. Se trata de la primera y única abdicación voluntaria de un Borbón hasta que ayer mismo se ha producido la de Juan Carlos I.
El siguiente precedente es el más vergonzoso de todos, y lo protagonizan a la vez dos reyes de España, Carlos IV y su hijo Fernando VII. En este caso podemos llamarla hasta la Triple Abdicación. El orden en el que se producen los hechos es el siguiente. El 19 de marzo de 1808 Carlos IV, con las tropas napoléonicas dirigidas por Murat ya en España, abdica en Aranjuez en la persona de su hijo Fernando VII. Llamados hijo y padre a comparecer en Bayona ante el Emperador Napoleón Bonaparte, el 1 de mayo del mismo año Fernando VII abdica para devolver a su padre Carlos IV la corona, y el 6 lo hace éste por segunda vez, -lo que le convierte en el rey español que más veces ha abdicado-, ahora para entregar la corona a Napoléon, el cual, a su vez, la traspasa a su hermano José, José I de España, más conocido como Pepe Botella. Repuesto Fernando en el trono en 1812 tras la Guerra de la Independencia, morirá en él sin abdicar, pero dejando como herencia un nuevo problema dinástico al disputarse el trono su hija Isabel y su hermano Carlos. En cuanto a Carlos IV, muere en Roma el 20 de enero de 1819, en el exilio que le impone ahora su propio hijo.
Practica también la abdicación esta Isabel de la que hablamos, Isabel II, que destronada por la llamada Revolución Gloriosa el 30 de septiembre de 1868, traspasa la corona durante su exilio en Francia el día 25 de junio de 1870, cosa que hará en la persona de su hijo Alfonso XII, el cuarto Borbón junto con los tres hijos de Felipe V (Luis I, Fernando VI y Carlos III), que no abdica en ningún momento, durando su reinado once años hasta morir de tuberculosis en 1881.
Y va a abdicar también Alfonso XIII, destronado como lo es el 14 de abril de 1931, fecha en la que se proclama la República y en la que Alfonso abandona Madrid camino del exilio. Y todo ello después de un larguísimo reinado, el más largo en la historia de la corona española, de casi cuarenta y cinco años, pues no ha de olvidarse que Alfonso XIII nace rey. Su abdicación, como en el caso de la de su abuela Isabel, será posterior al destronamiento, produciéndose el día 15 de enero de 1947 en forma de renuncia a la jefatura de la Casa Real en la persona del tercero de sus hijos, Juan, conocido como Don Juan o como el Conde de Barcelona, para morir apenas 44 días después en Roma de una angina de pecho.
Algunas personas aún se tentarían de hablar de una nueva abdicación borbónica, la que realizaría el 14 de mayo de 1977 precisamente este Don Juan destinatario de los derechos dinásticos de Alfonso XIII en la persona de su hijo Juan Carlos I, a la sazón ya en el trono por virtud de la Ley a la Sucesión de la Jefatura del Estado de 1947. Pero el acto en cuestión no fue propiamente una abdicación, para la cual Don Juan habría necesitado como poco ser rey, -cosa que nunca sucedió por más que muchos insistan en denominarlo Juan III-, y sí, por el contrario, una cesión de derechos dinásticos con efectos intrafamiliares muy loables, pero no, en modo alguno, fácticos, jurídicos, institucionales o constitucionales.
A estas abdicaciones borbónicas aun habría que añadir, dentro del periodo que hemos acotado, otras dos extraborbónicas: la de Jose I Bonaparte y la de Amadeo I de Saboya. Lo que abunda aun mas en la idea de que los reyes españoles abandonan el trono mediante abdicación.
En cuanto al primero, Jose I, y después de reinar durante mas de cuatro años, la batalla de los Arapiles el 22 de julio de 1812 que termina con la derrota de los ejércitos napoleónicos, le obliga a abandonar España, lo que equivale a una abdicación de facto.
En cuanto al segundo, Amadeo I de Saboya, después de reinar tres años, el 11 de febrero de 1873, en cuanto recibe la noticia de que va a ser destronado se refugia en la embajada italiana en Madrid desde la que ese mismo dia remite al Congreso de la nación una preciosa carta de abdicación en la que, entre otras, dice cosas como esta:
“Dos largos años ha que ciño la Corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males”.
Que hagan mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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