La tesis no es mía: es del entrenador del moda, el Cholo Simeone, que lo es a su vez del equipo de moda, el Aleti, el cual, según su propio entrenador, ha llegado adonde está, a pesar de su presupuesto mucho más exiguo que el de los dos grandes del futbol español, a pesar de su banquillo en principio ocupado por nombres mucho menos relumbrones, a pesar de que hace sólo doce años degustaba las hieles de la Segunda División, gracias a la primera de las virtudes teologales: la fe.
Y bien, esto dicho, ¿qué vimos antier en la fantástica final de la Champions, primera que disputan dos equipos de una misma ciudad?
Yo diría que hasta bien entrada la segunda parte, un clásico partido de final de Copa de Europa, con dos equipos reservones, asustadizos, con más miedo a meter la pata que ilusionados en meter un buen gol. Pero por encima de cualquier otra cosa, y sobre todo desde el minuto uno de la segunda mitad, vimos a un equipo que tenía fe en la remontada, contra otro que no tenía fe en la victoria.
Antier la fe premió al que más la tuvo, es la verdad. No siempre es así en el deporte, convengamos. Y menos aún en el fútbol, que si hay un deporte que se muestra esquivo con la fe, con la fe en la victoria en este caso, es el siempre voluble, el siempre caprichoso, el siempre veleidoso futbol, el deporte en el que con más facilidad puede ocurrir que el que juega peor gane y el que juega mejor pierda. Nunca olvidaré un memorable Brasil-Italia en un mundial que creo que fue el de España, donde sólo Brasil puso el fútbol, ¡y qué futbol, señores!, y al final ganó 3-2 Italia, practicando algo que se parecía más a la lucha libre que al futbol.
No fue el caso ayer, en un partido que, como digo al inicio, pareció un cantico a la fe. Poca fe es la que demostró Casillas en una de las peores salidas de su carrera futbolística, que en modo alguno empaña una trayectoria deportiva modélica, espectacular. Menos fe todavía es la que demostró el Atlético una vez que hubo metido su temprano gol en la primera parte, tan poca que me permite afirmar sin temor a equivocarme que tal vez habría tenido mejores oportunidades de llevarse a casa la orejona de no haber metido un gol tan tempranero. Mucha fe es la que demostró el Madrid sobre todo a partir del cuarto de hora de la segunda parte. Muchísima fe es la que pone Sergito, siempre Sergito, en el cabezazo impecable que puso el empate, idéntico a aquél con el que el mismo jugador había abierto unas semanas antes el casillero de un Bayern llamado a sufrir uno de los peores varapalos de su historia. El tercer gol del Madrid, en las postrimerías del partido ya, era la prueba palpable e incontestable del equipo que se cree que va a ganar, que tiene fe de victoria en definitiva, frente al equipo que ya no se lo cree, que ha perdido la fe, para decir toda la verdad. Como si quisiera ilustrar con una imagen bien representativa de cuanto digo, en un momento dado del partido el realizador nos obsequió con la preciosa escena de un madridista enfundado en la bufanda del club de sus amores, con los ojos hacia el cielo, y en actitud tan devota como nadie ha conseguido retratar a la Madalena, entonando una plegaria que no hay que ser Einstein para adivinar un padrenuestro o un avemaría. Y el propio Ancelotti, ahora él, lo afirmaba por su parte: “Hemos creído hasta el último momento”.
Un precioso partido el de anoche, después de todo y a pesar de que sólo a partir del minuto quince de la segunda parte empezamos a ver fútbol. Uno que es madridista hasta la médula, lo siente sin embargo por el Aleti como no lo habría sentido por ningún otro equipo. Muchos madridistas, que no todos pero sí muchos, queremos mucho al Aleti. Este madridista desde luego. Y a este Aleti lleno de fe de Simeone, más aún. Pero si algo faltó ayer a este Atlético de la fe, querido Cholo, fue precisamente eso, la fe. Porque como tú mismo sostienes, y no sin razón, la fe ayuda a vencer.
Que hagan mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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