… estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza (1 Pedro 3,15)
Ser cristiano, en algunos países no sólo es arriesgado, sino que además uno se juega la vida, literalmente hablando. Aquí, en España, no diré que hay una persecución como la que se sufre en otros países, pero si es cierto que, quien intenta vivir su fe con un poco de coherencia y ser testigo de Cristo, tiene que nadar contra corriente, porque con una cierta frecuencia se encuentra con la intolerancia de los tolerantes, con la burla, con el desprecio…
Hoy más que nunca, quien quiere ser cristiano en medio del mundo y no esconderse, se tiene que preguntar ¿doy razón de mi esperanza? ¿Mis palabras y, sobre todo, mis obras dan testimonio de la fe que digo profesar? Porque ante una sociedad secularizada, o ante el miedo al qué dirán, qué pensarán, perderé a mis amigos, me dejará mi novio o mi novia, etc., etc., es fácil caer en una especie de doble vida.
El cristiano no es un bicho raro, alguien que viene de otro plantea o está fuera de la realidad. Es una persona normal y corriente, pero que tiene una vida interior que brota de su relación con Dios. Y esa vida da fruto, no es estéril, no se busca a sí mismo y, en consecuencia, es una vida que genera paz, alegría, esperanza, amor… El cristiano, en definitiva, es como un faro en la noche que ilumina con la vida viene del Espíritu de la verdad y que anuncia a Jesucristo.
Ahora bien, esa vida no se improvisa. No surge de la nada, sino que exige un cuidado especial. Por eso es necesario formarse, porque ¿cómo daré razón de mi esperanza si no la conozco? Es necesario alimentarla con la oración y los sacramentos, porque de otro modo, la vida de fe muere. Y cuando la fe crece y se muestra, entonces sucederá como le ocurrió a Felipe en Samaria, que la gente se convertía porque habían oído hablar de los signos que hacía y los veían.
La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio… A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva… Todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores… sin embargo, esto sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado —lo que Pedro llamaba dar “razón de vuestra esperanza”—, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús[1].
[1] Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 21-22.