En las últimas décadas, escritores, filósofos y analistas sociales, no han dejado de coincidir en que nos encontramos en una crisis cultural. Muchos han puesto nombre al fenómeno: "postmodernidad" (J.F. Lyotard), "hipermodernidad" (G. Lipovetsky), "modernidad del riesgo" (U. Beck - Giddens), "cultura del espectáculo" (M. Vargas Llosa), "cultura del cansancio" (B.C. Han) y "modernidad líquida" (Z. Bauman). No todos coinciden en las causas, ni en el modo de asumirla, pero sí en el diagnóstico. Asistimos a una serie de transformaciones culturales que impactan en la vida cotidiana de modo evidente y con alcance global.
Uno de los síntomas de esta crisis cultural, es la llamada "crisis de las humanidades", entendida como la pérdida de relevancia que tienen en los planes de formación académica "el grupo de disciplinas que comprenden la filosofía, la historia, la lingüística, las ciencias sociales y políticas, las artes y la literatura, el derecho, ciertas variantes de la sicología y la antropología y algunos aspectos de las ciencias estrictas y las especiales de la naturaleza" (Cordua, 2012). Estas materias humanísticas están sufriendo una progresiva marginación en los planes de estudio, desde el liceo hasta la universidad. Las razones son múltiples, y algunos autores resaltan unas causas más que otras. "El afán de contribuir al crecimiento económico de los países que se consideran atrasados y la determinación de conservar los niveles de bienestar y de consumo en las naciones ricas inclinan hoy a los planificadores de la educación a programar la formación de los educandos teniendo en vista principalmente los intereses pecuniarios de los individuos y de su nación". (Cordua, 2012)
La mentalidad instrumental que coloniza todos los aspectos de la vida, genera que los estudiantes prefieran desarrollarse en aquellas carreras que sean más rentables y que sean útiles al mercado competitivo, encontrándole cada vez menos utilidad a las humanidades. Por otra parte, el prestigio del intelectual académico en humanidades ha decaído en la cultura popular y lo hace desaparecer del horizonte de realización de los jóvenes en este campo. En la cultura del espectáculo, "ser importante" es igual a ser "famoso". Se existe si se sale en televisión, aunque sea cantando, bailando y contando chistes. O se es alguien en la medida que se puede disponer de una gran vida de consumo, gracias al incremento de los ingresos. Así, en la cultura de masas vale más la palabra de cualquier "opinólogo" en televisión que la de un académico, la de un millonario que la de un filósofo.
El valor del conocimiento en la era digital, donde la mayor parte de la información tecnológica queda perimida en pocos días para ser sustituida por una nueva, hace que se desprecie todo conocimiento del pasado y se viva en una compulsiva búsqueda de novedades. Se piensa que "lo que antes servía, hoy ya no funciona y no es útil", y se privilegia la información actualizada, aunque sea fugaz y superflua, que una sólida formación.
Además el estilo de formación que se busca es la que tenga menor costo, menores sacrificios y mayores ganancias, en lo posible a corto plazo. Esto muestra el interés por carreras cortas, de carácter técnico y de rápida inserción laboral, antes que una larga carrera universitaria. Los institutos universitarios y universidades terminan cediendo a las presiones del mercado y ofrecen cursos y carreras en esta línea, y así se retroalimenta el fenómeno.
La enseñanza puramente utilitaria de aplicaciones de conocimiento científico y técnico ocupan cada vez más espacio, -y en algunas universidades en forma exclusiva- en los programas académicos. La tendencia mundial va arrinconando a las humanidades a su mínima expresión en la oferta educativa, arrastrados por una ola de intereses puramente económicos y pragmáticos.
Carla Cordua, en su artículo sobre "la crisis de las humanidades", cita a una ensayista norteamericana, Marta Nussbaum, quien ha publicado una obra sobre el tema en cuestión, cuya traducción al español es: "Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades". Cordua parafraseando a Nussbaum expresa: "La pérdida de la cultura humanística... traerá consigo la ruina de las sociedades democráticas, las que necesitan que sus ciudadanos sean capaces de pensar independientemente, de concebir soluciones y vías alternativas para las decisiones prácticas, de respetarse a sí mismos y respetar a otros, de comprender la conducta ajena y ser capaz de ponerse en el caso de otras personas. Aunque no tan visible y comentada, la crisis de las humanidades es la verdadera crisis del mundo actual, no el terremoto de los mercados bursátiles al que el periodismo trata como si fuera lo único importante que está ocurriendo en el momento... Somos inducidos a convertirnos en productores de bienes monetarios mediante técnicas y conocimientos de los que depende la creciente movilización de los mercados y los consumidores. Pero nada garantiza que las personas entrenadas solo en generar ingresos sean capaces de construir sociedades en las que valga la pena vivir" (Cordua).
Gilles Lipovetsky sostiene que "en las antípodas de las vanguardias herméticas y elitistas, la cultura de masas quiere ofrecer novedades accesibles para el público más amplio posible y que distraigan a la mayor cantidad posible de consumidores. Su intención es divertir y dar placer, posibilitar una evasión fácil y accesible para todos, sin necesidad de formación alguna, sin referentes culturales concretos y eruditos. Lo que inventan las industrias culturales no es más que una cultura transformada en artículos de consumo de masas" (Cultura-mundo, p. 79).
Con este panorama, es más que comprensible que la formación humanística se vea devaluada constante y progresivamente, salvo en ámbitos donde se quiera salvar el pensamiento crítico y la dignidad de la formación humana, y donde las personas no se vean reducidas a meros consumidores de superficialidad tecnocrática.
La crisis de las humanidades ha de ser comprendida con todo su dramatismo como la punta de un iceberg, cuya realidad más compleja se esconde en aguas veladas y más profundas.
Las fuentes citadas son:
Cordua, Carla. (2012). La crisis de las humanidades, en Revista de Filosofía, Vol. 68, Universidad de Chile, Santiago. Versión on line ISSN 0718-4360.
LIPOVETSKY, G. - SERROY, J. (2010). La cultura-mundo: Respuesta a una sociedad desorientada. Barcelona:
Anagrama.