Y que nadie se ofenda que en modo alguno voy a criticar la preciosa práctica de tener una mascota en casa o cualquier tipo de interactuación con animales, que es una de las habilidades más maravillosas que el ser humano ha sido capaz de desarrollar a lo largo de su Historia hasta encaramarse a la cumbre de la Creación.

            Recibo por whatsapp un video de tres minutos que me ha estremecido. En él, un señor relata lo que presenta como una vivencia personal. Lo será o no lo será, pero lo que cuenta es verosímil, un caso del que sólo en España se tienen que estar produciendo algunos cientos, y en otros países europeos bastantes más.

             Habla en él de unos clientes suyos y medio amigos a los que tiene que visitar para arreglarles la lavadora, y nada más llegar se percata de que el abuelo que vivía con ellos -la casa, de hecho, es del abuelo- ya no está en ella. Pregunta por él y le responden que como ya no “se contenía” (vamos, que se meaba encima), lo han mandado a un asilo de ancianos.

             Cuando termina de trabajar, se sienta con sus clientes a tomarse una cervecita y nota que la silla en la que se ha sentado está mojada. Le dicen “¡¡¡Nooo, no te sientes ahí que el perro acaba de hacerse pis!!!”. “¿Cómo?” responde él. “Sí, que está viejo y ya no se contiene”. Responde con sorna “¿Y no lo mandáis al asilo?”. Y le contesta la clienta “¡Sobre mi cadáver! ¡”Pichín” se morirá en casa! ¿Te crees que lo iba a dejar sólo ahora que es cuando más nos necesita?”

             Es curioso. Si rebusco en mis recuerdos de infancia, el perrito, el gatito, solía ser el complemento habitual de una familia numerosa. Tenías cinco, seis, doce hijos, y además tenías perro. Lo cual, bien pensado, no era ni tan raro: muchas personas en casa para hacerse cargo de las muchas necesidades que una mascota implica.

             Hoy la mascota es más bien propia de personas que viven solas. Estamos sustituyendo la compañía que da un cónyuge, que dan los hijos, que dan los abuelos, por la compañía que da un chucho, un gato, un pájaro…

             Sólo eso da qué pensar y podría ser objeto de múltiples debates de tipo ético, sociológico o antropológico.

             Pero hay algo peor, infinitamente peor. El del ser solitario, sin familia, sin hijos, que resuelve sus necesidades afectivas con una mera mascota no es un modelo de convivencia que se esté implantando por sí mismo. Es un modelo convivencial fomentado, promocionado, desde ese laboratorio diabólico existente en algún lugar del mundo, o en varios, que ha convertido la reproducción del ser humano -y con él la familia como el ambiente perfecto para la misma- en el peor de los pecados, vaya Vd. a saber si algún día no necesariamente muy lejano, incluso en un delito. Puede que no esté lejos tampoco el día en el que tener un hijo requiera de un permiso administrativo. Y ya sabe Vd. que donde hay un permiso administrativo hay una tasa... y una multa...

             A Vd, le puede parecer una paranoia, expresión de una tendencia de tipo conspiranoico, como dicen ahora para callar la boca de los que se preocupan por lo que ven ocurrir. Siempre que alguien anuncia algo extraño o indeseable parece uno un agorero paranoico. Pero las cosas que se ven venir, a menudo se cumplen. Y nadie se acuerda entonces de la razón que tenía el supuesto conspirador paranoico. Es más, para cuando se producen, ni siquiera parecen malas ya, como lo parecían cuando al conspiranoico le acusaban de tal y de agorero. Los ingenieros de la aberrante nueva antropología que nos proponen lo saben bien. Y cuentan con ello en su estrategia.

             Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

 

 

P.D. Me comenta un lector de esta columna que donde él vive en Estados Unidos hay más perros que niños. Que sólo Solo un par de hispanos y muchos hindúes salen con sus niños a caminar por las calles. Que los estadounidenses salen con sus mascotas. Y que hay más clínicas y médicos veterinarios, hospitales, casas para resguardar y divertir mascotas, que pediatras para atender niños.

            ©L.A.

            Si desea ponerse en contacto con el autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es.