Una joven mamá, embarazada además de ocho meses, ha sido condenada a muerte en Sudán. Y a doscientos latigazos. ¿Su delito? Haber sido abandonada por su padre, un musulmán, y educada como cristiana ortodoxa por su madre; haberse enamorado de Jesucristo y haberse hecho bautizar y, por último, haberse casado por amor con un hombre cristiano. ¡Qué terribles crímenes, por los que una mujer merece la muerte! Así, al menos, piensan los jueces de Sudán.
Porque la diferencia entre lo que sucede en ese país y lo que pasa en Nigeria es significativa. En Nigeria, un grupo terrorista, que se autoproclama islamista, ha secuestrado a doscientas niñas a las quiere usar como moneda de cambio para liberar a criminales y mientras tanto las viola hasta quince vences al día, según contó una pobre víctima que logró escapar escabulléndose en el bosque. Lo de Boko Haram es horrendo, incalificable e injustificable y así lo han reconocido importantes autoridades musulmanas. Pero al fin y al cabo, es una organización terrorista quien lo hace, mientras que la condena a muerte de la joven en Sudán está en manos del Estado y se lleva a cabo aplicando la ley musulmana.
Por mucho que nos quieran decir que hay musulmanes moderados y otros que son fanáticos y que no debemos creer que todos son iguales, nos cabe la duda legítima de quiénes son los que están interpretando fielmente los principios de su religión. Salvando todas las distancias, que son muchas, ¿no podría ser como si comparásemos a los católicos practicantes con los católicos bautizados que aprueban el aborto y están inmersos en el relativismo? Y cuando la Iglesia extiende su mano a los fieles de esa religión, ¿quién se la estrecha? Porque mientras en Occidente se apela a la libertad de culto para construir mezquitas, en los países donde son mayoría se persigue a quien se hace cristiano e incluso, como en Sudán, se le condena a muerte. ¿Eso es reciprocidad o es más bien aprovecharse de la tolerancia occidental para ir ganando terreno?
Nigeria, Sudán, Paquistán, Siria y otras muchas naciones son testigos de la persecución que sufren hoy los cristianos a manos de unos musulmanes que, al menos según ellos mismos proclaman, son muy fieles a su religión. Los mártires siguen dando su sangre por Jesucristo y están haciendo lo que deben hacer. Quizá los que no hacen lo que debemos somos nosotros, que permanecemos indiferentes mientras a ellos les secuestran, les violan, les lapidan o les crucifican. Al menos, recemos por ellos y sintámonos estimulados por su ejemplo.