En los últimos años se habla mucho en la Iglesia de la “via pulchritudinis”, el camino de la belleza. En 2006 la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura ofreció una interesante reflexión y una amplia serie de propuestas pastorales en el documento titulado “La Via Pulchritudinis, camino de evangelización y de diálogo”. Desde entonces son muchas las diócesis en todo el mundo que desarrollan actividades en este sentido.

Juan Pablo II, el papa que escribió El taller del orfebre y El tríptico romano, había firmado en la Pascua de Resurrección de 1999 su célebre Carta a los artistas. Y diez años después, el 21 de noviembre de 2009, Benedicto XVI convocaba a una nutrida representación de artistas en la Capilla Sixtina para hablarles de la belleza como camino hacia Dios. Aconsejamos desde este blog la lectura, o relectura, de estos documentos.

Pero el origen de esta insistencia del magisterio reciente está en Pablo VI, quien en 1964 había querido realizar un gesto profético. En la solemnidad de la Ascensión de aquel año el papa Montini celebró en la Capilla Sixtina la Misa de los artistas. En aquel cenáculo de historia, arte y religión, «cenáculo de artistas», el sucesor de Pedro proponía renovar la alianza, nunca del todo interrumpida pero sí maltratada por ambas partes, entre la Iglesia y los artistas. “El Papa es vuestro amigo”, decía en aquel histórico discurso. Y añadía: «Son razones de nuestro ministerio las que nos hacen venir a vuestro encuentro». ¿Por qué?, podríamos preguntarnos. ¿Qué tiene que ver el ministerio petrino, episcopal o sacerdotal con el mundo de la creación artística? Así lo explicaba Pablo VI:

«Tenemos necesidad de vosotros. Nuestro ministerio tiene necesidad de vuestra colaboración. Porque, como sabéis, nuestro ministerio consiste en predicar y hacer accesible y comprensible, es más, conmovedor, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. ¡Y en esta operación que traspasa el mundo invisible en fórmulas accesibles, inteligibles, vosotros sois maestros! Es vuestro trabajo, vuestra misión; y vuestro arte consiste precisamente en arrebatar del cielo del espíritu sus tesoros y revestirlos de palabra, de colores, de formas y accesibilidad».
 
«Lo visible del Padre es el Hijo», escribió San Ireneo de Lión. «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que os anunciamos» (1 Jn 1,1). Los misterios centrales de la fe cristiana –la Encarnación del Verbo y su Pasión, Muerte y Resurrección como revelación del amor del Padre– han sido vistos y no pueden ser anunciados y comunicados de manera eficaz, concreta y tangible, sin la “ministerialidad” del arte cristiano, que sirve a la liturgia y al camino de santidad de los bautizados.

Pero Pablo VI ahondaba más:

«Tenemos necesidad de vosotros. Si careciésemos de vuestro auxilio, nuestro ministerio se volvería balbuciente e incierto, y se vería obligado a realizar el esfuerzo, diríamos, de hacerse él mismo artístico, es más, de volverse profético. Para alcanzar la fuerza de la expresión lírica de la belleza intuitiva tendría necesidad de hacer coincidir el sacerdocio con el arte».
 
Reconozco que la primera vez que leí estas palabras me sorprendieron enormemente. Pablo VI decía en 1964, con audaz fórmula, que de no existir los artistas al servicio de la Iglesia, los propios sacerdotes tendrían que volverse artistas, haciendo coincidir en ellos, para servicio del Pueblo de Dios y del anuncio del Evangelio, el sacerdocio con el arte.
 
Así sucedió en la persona de Fra Angélico, religioso sacerdote e incomparable artista, a quien Juan Pablo II nombró Patrono de los Artistas en el año 2000. Pero los que somos sacerdotes sin ser artistas no olvidemos la recomendación del Concilio Vaticano II, que en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, firmada por el propio papa Montini unos meses antes de celebrar la Misa de los artistas, exhorta:

«Los obispos, sea por sí mismos, sea por medio de sacerdotes competentes, dotados de conocimientos artísticos y aprecio por el arte, interésense por los artistas, a fin de imbuirlos del espíritu del arte sacro y de la sagrada liturgia. Se recomienda, además, que, en aquellas regiones donde parezca oportuno, se establezcan escuelas o academias de arte sagrado para la formación de artistas» (SC 127).

¡Dios quiera que nuestros pastores y nosotros mismos hagamos caso de este mandato!

Juan Miguel Prim, sacerdote
elrostrodelresucitado@gmail.com