En las empresas, los directivos cada vez están más advertidos sobre la necesidad de saber equilibrar la vida profesional con la vida personal.
Este sentimiento está aflorando con intensidad, tanto en Europa como en América.
El ser humano no puede prescindir de lo personal.
El panorama de lo que podríamos llamar poca «lealtad»
de las empresas con los individuos es quizá lo que ayuda a
acrecentar este sentimiento. Cada vez son más las fusiones y alianzas, y esto está demostrando a los directivos que la permanencia en sus puestos de trabajo, en muchas ocasiones, no depende de ellos ni de la evaluación de su rendimiento.
La excusa más frecuente para no dedicarle más esfuerzo a lo personal es la falta de tiempo.
Es buena, hay que reconocerlo.
Sirve para casi todo y nos lleva a no hacer casi nada.
Pero, conforme se va madurando como persona, muchos directivos caen en la cuenta de que la falta de tiempo es sólo eso, una excusa.
Quiere esto decir que cada vez aumenta más el número de personas conscientes de que, si tuvieran más tiempo, la relación con su pareja y sus hijos posiblemente no fuese mejor de lo que va.
Cada vez somos más los que creemos que no
sólo es cuestión de tiempo.
Hay muchas personas que tienen un buen horario de trabajo, quizá sólo de mañana, y su matrimonio no va mejor que el de personas con una gran ocupación.
Hay que reflexionar y profundizar.
A menudo en nuestra relación uno da por supuesto cosas que debería cuestionarse, porque no están claras.
Una de ellas es pensar que lo realmente difícil de la vida está en el área de lo profesional.
La educación de los hijos y la relación de pareja
«van solas», no hay que esforzarse para que vayan bien.
Error lamentable.
Cada vez más personas dedican largas horas a cursos de formación que tienen como objetivo desarrollar mejor su trabajo como directores, técnicos o especialistas.
En cambio, en su vida personal, en su vida de pareja, no dedican un segundo a plantearse cómo mejorar en su papel, así como en el de padre o madre
Esto da lugar a situaciones imprevistas y, antes o después, uno descubre que lo que falta no es tiempo, sino intencionalidad.
Cuando hay intención de hacer las cosas bien, uno pone
medios. Se pueden leer libros —los hay y muy útiles—, que
nos hagan pensar sobre nuestra situación y la forma de manejarla.
Suelen ser entretenidos y pueden leerse poco a poco; no necesitaremos más tiempo del que se tarda en leer el periódico.
Pero para ello hay que sentir la necesidad de hacerlo y, por otro lado, ponerse a ello.
Cuantos sentimientos de culpabilidad están padeciendo
muchos directivos, centrando sus quejas en la falta de tiempo, cuando en realidad ellos saben —reconocen— que ése no es el problema.
Saber cuál es la causa de los conflictos es fundamental.
El siguiente paso consiste en buscar una solución. Si uno tiene un porqué para llevar a cabo esa solución, tendrá un cómo hacerlo.
No olvidemos que el porqué va siempre por el terreno del
compromiso.
La solución pasa por comprometerse en lo personal
y en lo profesional. ¡Ah! Y no olvidemos que la felicidad
está más cerca de lo personal que de lo profesional.