El crédito del incrédulo y el descrédito del creyente.
De acuerdo con esta interesada “norma”, la más mínima afirmación que hagamos los católicos tenemos que probarla cien veces; y a pesar de eso incluso hay quien nos califica por la cara de falseadores de la verdad, ignorantes..., o, si son algo educados, de “no ajustarnos a la verdad”, visionarios, alucinados...
Y, por el contrario, al incrédulo le basta con su palabra para que todo lo que diga sea tomado por cierto.
¿Asombroso? Pues así es. Veamos algunos ejemplos:
1º. Los milagros. Sin dar ningún argumento razonable, es decir, por la cara, dicen que no existen... mientras que el que defiende su existencia debe aportar pruebas sin fin que, en cualquier caso, no le valdrán para nada ante la “verdad” del incrédulo. Y cuando se les pone por delante, por ejemplo, el milagro irrefutable de Calanda todo es mirar para otro lado, cambiar el tema…
2º. Afirman (incluso algunos que se dicen católicos) que muchos acontecimientos de los Evangelios (por ejemplo, la Resurrección...) son “postpascuales”, y que por tanto no son históricos... Y lo asombroso es que hay gente que lo cree sólo porque lo ha dicho algún teólogo de tal o cual asociación, o tal escritor de moda. Pero si el católico afirma la verdad de la historicidad de los Evangelios, ya puede aportar datos, fechas, nombres, pruebas… que ni por esas.
3.- Dogmatizan que Ciencia y Religión se oponen, que la mayoría de los científicos son ateos. Y muy seguros de sí mismos te espetan el tan conocido caso de Galileo que, como todo el mundo sabe, fue excomulgado y quemado en la hoguera… y todo ello sin ninguna prueba ni razonamiento. Frente a esto, los católicos escriben cientos de libros demostrando la inexistente oposición, se publican listas de científicos católicos (que superan con creces a los ateos), explican la realidad del caso de Galileo (que por supuesto ni fue excomulgado, ni quemado y ni tan siquiera encarcelado) pero no hay nada que hacer… Ciencia y Religión se oponen y los científicos son ateos.
Estos son sólo algunos ejemplos, porque estamos seguros que muchos de los lectores podrán poner casos personales que les hayan ocurrido (Dios no existe, la religión es el opio del pueblo, la evangelización de América fue un exterminio…).
Como decimos, ya es hora de cambiar las tornas y que sean “ellos” los que tengan que probar lo que dicen. Y que sustituyan los bizantinismos, sofismas y afirmaciones que emplean (en los que se muestran verdaderos maestros) por auténticos razonamientos.
Y también es hora de evitar que a los católicos nos coloquen en la tramposa posición de tener que probar todo, mientras ellos se nos colocan enfrente, tranquilamente cruzados de brazos (y se digan, con sobrada razón, ¡pero qué tontos son estos católicos!).
Y una buena manera de empezar a hacer esto es que cada vez que una de estas personas nos diga algo, le preguntemos: ¿Eso es cierto? ¿Por qué? Esta debería ser la actitud de los creyentes ante las afirmaciones gratuitas de los incrédulos.
En definitiva, es necesario percatarse de que vivimos en una época en la que el incrédulo goza de crédito indiscutible y el creyente de descrédito anticipado. Y por ello resulta imprescindible:
1º. Darse cuenta de la astucia de los incrédulos y de la tontería de algunos católicos.
2º. Romper con el actual reparto de papeles: los católicos, probarlo todo; los incrédulos, basta con afirmar.
3º. Estar advertidos de esto y exigir a los incrédulos que prueben lo que digan.
Los Tres Mosqueteros
Próximo artículo: lunes 26 de mayo