Acabo de leer un enlace publicado en ReL, que hace alusión a las palabras del secretario de la Conferencia Episcopal Italiana, quien dijo:
"No me identifico con los rostros inexpresivos de quien recita el rosario fuera de las clínicas que practican la interrupción del embarazo"
Leer esta clase de comentarios y/o declaraciones, me lleva a cuestionarme si verdaderamente su autor comprende el drama del aborto en las dos direcciones: el ser humano al que se le priva de la vida y la madre que termina con un daño psicológico que hace ver la necesidad de oponerse tajantemente ante un tipo de homicidio que tiene la agravante de estar dirigido hacia alguien que no tiene la capacidad de defenderse por el simple hecho de que aún no se le ha permitido ver la luz del día.
Ahora bien, si de verdad apoyamos la cultura de la vida, además de estar en contra del aborto, debemos trabajar por ayudar a que las madres en situaciones de riesgo se sientan apoyadas materialmente. Rezar el rosario delante de un escenario de muerte constituye un acto penitencial necesario y, al mismo tiempo, una “protesta” por los efectos de la cultura del descarte. En otras palabras, debe darse de un modo paralelo la oración y la asistencia social para que la segunda haga creíble a la primera.
Yo si me identifico con tantos hombres y mujeres –cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- que han sabido situarse a los alrededores de las clínicas abortistas para brindar ayuda humana, espiritual y, por supuesto, material. Que haya uno de ellos que no lo valore y decida incluso encasillarlo en “rostros inexpresivos”, de ninguna manera puede hacer que bajemos la guardia. El aborto es comparable al holocausto que provocó el odio racial de Hitler. Recordemos que no estamos defendiendo una idea integrista o fanática, sino el derecho inalienable a la vida.