Soy consciente de la dificultad, y si se quiere, de la injusticia, que entraña titular un artículo así. Obviamente, cualquier planteamiento que pretenda comparar personas, y más aún, personalidades, ya está asumiendo cierta incoherencia de antemano, precisamente porque cada hombre y cada mujer, creados a imagen y semejanza del Dios vivo, es portador en sí mismo de una dignidad y una singularidad que lo hacen único e incomparable.

Por eso, si he tenido la osadía de plantear: "cuál ha sido el Papa más relevante de los últimos 100 años" no es en el plano de la excelencia personal, ni mucho menos de la santidad de cada uno. Mi perspectiva es la del historiador, que analiza hechos concretos y actitudes y su repercusión en un entorno cronológico, social, económico y cultural concreto. Desde este punto de vista, sí que me parece lícito hacer una apreciación de los distintos pontífices, precisamente como sujetos históricos. Además de esto, mi perspectiva pretende ser la de un creyente, que lee los acontecimientos y los procesos desde la fe en Jesucristo, fundamento de la Iglesia, y del Espíritu Santo que la guía.

Es cierto que aún es pronto para juzgar la obra y repercusiones de los últimos sucesores de Pedro. Los años venideros nos proporcionarán, probablemente, una perspectiva más ajustada. Sin embargo, tal vez estamos ya en condiciones de apuntar algunas conclusiones preliminares.

Desde mi punto de vista, y aprovechando el reciente acontecimiento de su canonización, es fundamental resaltar la figura de Angelo Roncalli, Juan XXIII. La avanzada edad a la que fue elegido, su absoluta falta de ambición personal y el carácter sencillo de su personalidad, podrían haberle hecho pasar a la historia como "un papa de transición". Es superfluo recordar el valor de haber tenido la inspiración y la audacia de convocar una Asamblea Ecuménica de las pretensiones del Vaticano II, precisamente en una etapa histórica en la que algunos curiales y teólogos sostenían que los concilios resultaban innecesarios tras la proclamación del dogma de la infalibilidad Pontificia. Su mérito en discernir "los signos de los tiempos" fue, sin duda, colosal, y su resultado, pese a la mala comprensión y el mal uso que ciertos sectores de la Iglesia hicieron de él, ha supuesto, finalmente, uno de los acontecimientos más importantes y decisivos de toda la historia de la Iglesia: eso  ya no se puede modificar ni borrar.

Soy de los que creen que posiblemente algún día la historia reconozca debidamente muchos de los méritos del sucesor de Juan, Pablo VI, un hombre que tuvo que desempeñar su ministerio en uno de los momentos más difíciles en los últimos tiempos. De la misma manera, y a pesar de lo que podría considerarse "una insignificancia" en términos históricos, merece ser recordada la figura de Albino Luciani, Juan Pablo I, quien tan sólo en 33 días, dejó destellos de lo que probablemente habría sido la trayectoria de un gran pontífice.

El caso de Juan Pablo II, tanto por la gran duración de su ministerio, como por su magna acción en prácticamente todos los apartados del mismo, resulta aún muy difícil de medir y calibrar en cuanto a su dimensión histórica. Desde este blog hemos puesto repetidas veces de relieve la dimensión profética de Karol Wojtyla, así como su santidad personal. Testigo, igualmente, de una época convulsa y de importantísimos cambios, optó por un estilo muy concreto, mediático y presencial ante el mundo por un lado, y defensor, por el otro, de una visión clásica y conservadora de la Iglesia.

Es muy probable que Benedicto XVI, haya sido el teólogo más brillante de los últimos cinco siglos en ocupar la cátedra de Pedro. La elegancia y la profundidad de sus escritos, probablemente carece de parangón. Siguiendo en la línea de su antecesor y amigo en su orientación general, tuvo también el valor y sentido profético de abordar valientemente algunos de los problemas más graves de la Iglesia, como es el caso de la pederastia. De la misma manera, puso las bases para una reforma del gobierno de la Iglesia, en la que trabajó siempre fiel y concienzudamente mientras sus fuerzas se lo permitieron. Su renuncia, la segunda en la historia de un papa, ha constituido un acontecimiento de gran repercusión en la comprensión del ministerio de Pedro para nuestro tiempo.

Tengo que reconocer que, desde hace años, he seguido en cuanto me ha sido posible la figura y la obra de Jorge María Bergoglio. Debo confesar, igualmente, y aunque suene un poco a frivolidad, que su elección como Papa me causó una gran alegría. Digo esto por ser honesto conmigo mismo y con los lectores de este blog. Sin embargo no dejó de estar convencido, de que, a pesar de mis simpatías personales, Francisco puede llegar a ser el pontífice más importante del último siglo. Y, les explicó brevemente mis razones.

En historia, lo que normalmente es valorado, es aquello capaz de introducir dimensiones nuevas en el devenir de la humanidad. Sucede en las ciencias, donde los descubrimientos más valorados son aquellos que introducen dimensiones desconocidas hasta el momento. Sucede igualmente en la creación artística, en la política, y en prácticamente todas las áreas. Está claro que tal cosa solamente afecta a cambios que, antes o después, son unánimemente reconocidos como positivos. Pues bien, desde mi humilde punto de vista, esto es precisamente lo que sucede con el actual pontificado.

De forma sencilla y poco aparente, Francisco está introduciendo una revolución. Parece ser el primer Papa de la era moderna en comprender los mecanismos comunicativos imperantes en la sociedad actual. Su estilo sencillo y cercano, la capacidad para transmitir valores universales sin sombra de imposición, aunque con claridad, van más allá de meras anécdotas. Siempre hemos sostenido la opinión de que es necesario librar a la fe católica y a la Iglesia como institución, de toda una amplia gama de manifestaciones, tanto materiales como intelectuales, que son fruto de la propia historia de la misma, y que no necesariamente reflejan la verdad del Evangelio ante los hombres y mujeres de hoy (él mismo señala esta orientación en su única Encíclica hasta la fecha). El  ex-portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls, lo resumía, diciendo que Francisco había suprimido "el estilo barroco" de la Iglesia en su presentación y sus mensajes al mundo: la formulación es quizás un tanto ingenua, ¡pero la idea es lúcida y  buena!

El nuevo Papa pone el acento en lo esencial: anuncia un cristianismo humilde, no triunfalista, propositivo, que insiste en la alegría la justicia y la acogida, pero que no cede un ápice en aspectos verdaderamente fundamentales y dogmáticos.

Como decíamos al principio, es aún muy pronto para evaluar un pontificado, pero éste apunta todas las condiciones para convertirse en uno de los más luminosos de los últimos siglos. Mis deseos y mis oraciones van en ese sentido, por el bien del mundo y de la propia Iglesia.

Que el Señor  bendiga a Francisco de todo corazón y que la Virgen santísima lo acompañe y proteja.

Un abrazo.

josue.fonseca@feyvida.com