Este pasado martes 20 de diciembre, festividad de Santo Domingo de Silos, se conmemoró el décimo aniversario de la liberalización de horarios comerciales en la Comunidad de Madrid (un proyecto a cargo de Percival Manglano y promovido por el sector más aguirrista del Partido Popular (PP) de entonces).
La actual presidenta autonómica matritense, Isabel Díaz Ayuso, hizo una publicación, en sus redes sociales, de un mensaje de aniversario de esta medida, celebrando sus repercusiones más positivas sobre el turismo y la economía. De hecho, asistió a uno de los complejos comerciales más importantes de la región, en Las Rozas de Madrid.
El mensaje pasó algo desapercibido ya que la actualidad está más centrada en otras cuestiones, aparte de que no hay sobre la mesa parlamentaria ninguna medida similar en cualquier otro punto de España (ya sea a favor o en contra de la no interferencia en la actividad comercial).
Solo se iría a tomar una medida similar en Croacia, país del que se ha hablado mucho últimamente debido a los resultados de su selección nacional de fútbol. El Ministerio de Familia de este país eslavo aprobaría una normativa que solo autorizaría la apertura en festivos durante dieciséis fines de semana del año natural.
En cualquier caso, no deja de ser cierto que hay quienes observan con preocupación el fenómeno consumismo así como el mero hecho de que pueda haber considerable actividad comercial en efemérides tan señaladas como los días 24 y 25 de diciembre, el 1 de enero y el 6 de enero.
La Navidad no deja de ser una fecha psicológicamente señalada para muchos, con independencia de la fe que se tenga en Dios y de que la religiosidad de uno sea nula o considerable. Así que puede que sea un momento oportuno para volver a reflexionar sobre este asunto.
¿No hay que santificar las fiestas en Domingo?
La Lex Dei es clara. Tenemos la suerte de disfrutar, por naturaleza, de una de las normas legislativas con ausencia de ambigüedad. En esta cuestión también, para la cual atenderemos, en el contexto de los Diez Mandamientos, al versículo bíblico que se expone a continuación:
«Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo» (Ex 20, 8-10; cf Dt 5, 12-15).
Psíquica y físicamente, a una persona le conviene descansar. Mitigar el estrés reducirá problemas neurológicos y fisiológicos. Pero el fragmento bíblico prescribe que la finalidad del domingo ha de ser venerar a Dios, darle un protagonismo "peculiar" con respecto a los demás días, que no son de precepto en general.
El Catecismo de la Iglesia Católica también hace una serie de observaciones y precisiones en relación a la cuestión. De hecho, interesa, sobre todo, el punto número 2187, que desarrollamos a continuación:
Santificar los domingos y los días de fiesta exige un esfuerzo común. Cada cristiano debe evitar imponer sin necesidad a otro lo que le impediría guardar el día del Señor. Cuando las costumbres (deportes, restaurantes, etc.) y los compromisos sociales (servicios públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical, cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo suficiente al descanso.
El término responsabilidad hace referencia a una noción individual, en conformidad con la conciencia moral y la consciencia sobre los actos en los que uno participa por activa y por pasiva, en base a una razón cuyo ejercicio puede renegar o no de la fe religiosa cristiana (el racionalismo nihilista sería uno de tantos ejemplos).
Con lo cual, aprovechando esa libertad natural y negativa que es intrínseca a la cosmovisión cristiana, uno no solo puede encontrar a Dios en ausencia de coacciones externas, por su cuenta, disfrutando del buen hacer de la Providencia, por medio del soplo benévolo del Espíritu Santo. Puede, por ende, tomar otras decisiones.
Digamos pues que el precepto dominical no ha de estar subordinado a la planificación centralizada de otros organismos de poder, a patrones homogéneos de acción humana. De hecho, tampoco es muy conveniente hacer reivindicaciones bajo doble intención, con absoluta hipocresía.
Ni utilitarismo ni ingenuidad antieconómica
No se puede negar que un agente económico tiene mayores posibilidades de éxito cuando se quitan trabas a su crecimiento. De hecho, el desarrollo económico no tiene que ser demonizado. Aparte de los beneficios de repercusión social espontánea, uno acaba siendo recompensado, por sus hechos, a través del mercado.
De todos modos, la libertad de horarios comerciales no tiene que ser defendida desde un prisma estrictamente utilitarista. Básicamente ha de defenderse en la medida en la que un Estado (trasfondo demoníaco) no usurpe la conciencia del individuo (algo que como sabemos, no hace por su bien, siendo sinceros).
En el siglo XXI, la conciliación familiar y espiritual es muchísimo más factible, sobre todo, allá donde la productividad no está en declive y el nivel de vida es bueno. De hecho, podemos resaltar dos grandes potenciales: el desarrollo del teletrabajo y la capacidad de flexibilizar la jornada laboral.
Ahora bien, esos potenciales han sido posibles gracias al desarrollo de la tecnología, en la medida en la que procura prestar un servicio al hombre, mejorando nuestra calidad de vida, reduciendo tiempo que se puede invertir en necesidades personales, familiares o espirituales.
La red de redes no solo está potenciando la formación en la fe más allá de las barreras geográficas (me refiero a la Nueva Evangelización, en tiempos de secularismo). También está provocando cambios significativos que mejoran la calidad de vida del trabajador, la capacidad de las empresas para prosperar y la conciliación social y espiritual.
Dicho esto, del mismo modo que se puede trabajar dentro de una comunidad religiosa o estando más cerca de un familiar anciano y dependiente, hay que decir que gracias a Internet, al comercio electrónico (y cuando toque, a la Inteligencia Artificial y el Big Data), la presencia física comercial en domingo puede convertirse en algo muy innecesario.
Eso sí, el factor tecnológico es una prueba de que merece la pena de que, como cristianos, mantengamos esperanza sobre nuestro futuro, sin necesidad de distinguir entre vida terrenal y vida eterna (el debate sobre si hay que tener o no miedo a la muerte tal y cual la conocemos los seres humanos).
Con lo cual, la libertad de horarios no es un problema. El problema es que la sociedad no pueda organizarse, que se dude de la misma mediante mentiras y prejuicios para favorecer a ciertos grupos de interés en coalición con el Estado. Y sí, el Estado quiere que no pienses por ti mismo, no solo a costa de tu bolsillo, sino a costa de tu camino hacia Dios, fin último.