No hay avance posible cuando se pasa por alto la autoridad del magisterio eclesial, pues eso lleva a encerrarse en uno mismo, haciendo de la fe, de la verdad, algo subjetivo. En Sta. Teresa de Ávila se dio un buen equilibrio entre la reforma y la obediencia. Ante el V centenario de su nacimiento (1515-2015), urge subrayar que la Iglesia solamente podrá tener una presencia significativa en tanto viva su identidad. ¿Qué dio fuerza a la obra de Sta. Teresa? La congruencia con la que fue forjando una nueva etapa en la historia del cristianismo. Lejos de comportarse como una feminista radical, impulsó el papel de las mujeres con un espíritu de fe, capaz de ver más allá de lo aparente y superficial. En otras palabras, supo hacer bien las cosas desde el punto de vista estructural con los conventos que fundó y, sobre todo, a partir de su profunda intimidad con Dios. Desgraciadamente, no faltan las religiosas que llaman justicia social a lo que simplemente es moverse según las modas de la sociología que por diferentes sectores es planteada como superior al Evangelio en vez de asumirla como un instrumento para comprender los diferentes contextos sociales y, desde ahí, evangelizar, salir al encuentro de todos.
Sta. Teresa, una de las grandes de la historia de la Iglesia, ofrece una crítica constructiva a la realidad de nuestro tiempo, pues ella jamás hubiera cambiado el apostolado por el activismo, la liturgia de las horas por el cosmos, la audacia por las inercias, la verdad por las corrientes progresistas, el genio femenino por el feminismo excluyente, la obediencia por la rebeldía, etcétera. Necesitamos desprendernos de todo aquello que nos separe de la fe que se traduce en hechos concretos. Como ella, jugárnosla a lo grande por la causa del Evangelio. No seguimos un programa social, sino a Cristo.