¿De que tipo de personas podemos decir que son afortunados, que pueden sentirse satisfechos y felices con su vida?- Lanzo la pregunta al aire a mis alumnos y obtengo varias respuestas.
-De los que tienen dinero
-De los que lo pasan bien con los amigos y en el tiempo libre
-De aquellos que consiguen todo lo que se proponen
-De los que tiene fama o la consideración de los demás.
-De los que tienen éxito con las chicas y ligan mucho.
Esta pregunta la realizo para introducir el “Sermón de la montaña”, ese compendio magnífico de la doctrina de Jesucristo que se encuentra en los capítulos 5 al 7 del Evangelio de San Mateo, y en concreto para el principio del mismo, las Bienaventuranzas.
- Bueno, lo que habéis dicho podría considerarse como respuestas lógicas, o al menos tal como se entiende normalmente en una sociedad como la nuestra. Pero vamos a ver una cosa, ¿Qué pensaríais de alguien que dijera que los felices son los que no tienen nada, los que tienen algún sufrimiento serio, los que intentan hacer las cosas bien y lo único que consiguen es que la gente los desprecie?
- Pues que ese tío está zumbado, profesor.
- Sí, creo que podemos expresarlo así. Pero ese zumbado es ni más ni menos que Jesucristo.- Leo entonces el principio del sermón, las Bienaventuranzas (Mt 5, 112). Los felices son los pobres, los que lloran, los perseguidos por buscar la justicia, los sencillos y humildes… modelos muy distintos a los que los chavales han expresado al principio, los mismos que reflejan nuestra sociedad en general.
-¿Pero entonces se trata de una especie de masoquismo? ¿Son felices los que sufren?
-Sí, pero no por el hecho de sufrir, si no por el hecho de que reciben el consuelo de Dios.
-¿Y eso?
-El dinero, el prestigio, la fama, la salud… son cosas que en sí mismo están bien, pero son incapaces de saciar al hombre, de darle sentido a su vida. Lo único que te sacia realmente es el amor de Dios. El que no tiene nada de eso es realmente feliz si pone su esperanza en Dios, da igual que tenga o no dinero, o salud o lo que sea, sí tiene la experiencia del Señor en su vida
-Pero entonces… ¿Debemos rechazar el dinero o la posibilidad de vivir bien?
-No necesariamente, las aspiraciones humanas de prosperar, formar una familia o conseguir metas en nuestras actividades son perfectamente legítimas, lo que tenemos que saber es que para ser felices necesitamos a Dios, si tenemos a Dios y somos ricos, estupendo, si tenemos a Dios y somos pobres, también. Y lo mismo con la salud o los amigos o el prestigio…- Los chicos miran con cara de escepticismo. Algunos asiententímidamente, a otros el mensaje de las bienaventuranzas les suena como si les hablase en swajili
Prosigo pues con el sermón de la montaña y paso a otro pasaje, aunque con una aproximación similar
- A la hora de relacionarnos con los demás ¿cómo debemos comportarnos con aquellos que nos hacen la vida imposible, los que nos desprecian o hablan mal de nosotros?
- Que no se nos suban a las barbas
- Tratarles de la misma manera
- Pasar de ellos
- Pues hay un zumbado- contesto- que dice que a esa gente la tenemos que querer como a nuestros mejores colegas, que les ayudemos en todo lo que podamos e incluso que recemos para que todo les vaya bien. Imagino que sabéis de quien hablo.
- De Jesús- responden al unísono
- Efectivamente, es lo que Él llama el amor a los enemigos- leo el pasaje de Mt 5. 38-48.
- Pero profesor, todo eso de que no nos importe la pobreza o de amar a los enemigos es imposible.
- Por supuesto
- Entonces… ¿por qué nos lo pide?
- Porque quiere que seas feliz, y por eso, como sabe que es imposible para ti, quiere hacerlo Él y dártelo gratis. Lo único que te queda es no resistirte a su voluntad, dejarte hacer, poco a poco, que Él te cambie la vida…
Los chavales se quedan pensado ¿será posible vivir así? ¿será posible que alguien pueda cumplir eso? ¿será posible que eso sea para mí? ¿será que el que está zumbado es el profesor?. Seguro que todas esas preguntas merecen una respuesta afirmativa.