Poetas, intelectuales, artistas, psicólogos y demás personas de saber han intentado acercarse a la esencia del enamoramiento.

         No hay una definición redonda: todavía nadie ha dado en el clavo de una manera contundente. A mí, personalmente, me gusta el acercamiento de Julián Marías: dice que uno se enamora de “otra forma de ser persona”. Tiene mucho de verdad.

         Uno se enamora de alguien que también es persona, pero distinta a mi forma de ser; uno se enamora de otro, en el que se admira su manera distinta de ser persona. Nadie se puede enamorar de un ser clónico a él, según este pensador.

         Con esta premisa, se puede concluir que todos los esfuerzos que actualmente existen para conseguir que los hombres y las mujeres sean iguales y, por tanto, se comporten de manera similar en todo lo relacionado con la sexualidad y la afectividad, estaría dañando la capacidad de enamorarse.

         Por decirlo de otra manera, las habilidades que hay que poner en práctica para conseguir que otra persona se fije en ti -lo que toda la vida se ha llamado galanteo o conquista- ya no serían necesarias. Somos iguales y no hay “otra forma de ser persona”.

         El misterio “del otro”, que tanto atrae, no existiría. Esto traería como consecuencia que todas  habilidades emocionales que lleva consigo el galanteo, se vayan perdiendo.

         Ya lo están diciendo los psicólogos: las nuevas generaciones son cada vez más analfabetas emocionalmente. Si de verdad somos iguales, lo único que interesaría del otro sería el sexo.

 

         A mi parecer, ésta es otra de las presiones que está sufriendo la mujer en nuestros días, como consecuencia de ser más madura en el terreno de los sentimientos que el hombre.

        Si los sentimientos amorosos estorban en este mundo moderno; si querer el compromiso y el afecto en una relación es síntoma de debilidad emocional o incluso de enfermedad, en algunos campus americanos así se está tratando, según describe Retorno al pudor el interesante libro de Wendy Shalit, si esto es así, quien tenga más habilidades y madurez en el campo afectivo y emocional, será quien pierda.

        ¿Y quién pierde? La mujer.

       Si no te interesa el sexo por el sexo, estás perdido.

       A la generalidad de las mujeres no les interesa y tienen que imitar al hombre al que, por su constitución antropológica, es más razonable que le interese el sexo por el sexo.

      Esta es una de las consecuencias de la ideología de género y está entrando en nuestra sociedad con rapidez.


      En otras sociedades ya es lo habitual. Muchas mujeres y  hombres están sufriendo las consecuencias. En la medida que las mujeres se comporten como hombres en la sexualidad, menos atractivas apareceran ante los hombres. las necesitaran los hombres. Sólo para el sexo.

      Repetía un profesor mío en la universidad que Dios perdona siempre, el hombre algunas veces, la naturaleza nunca.

     Si uno quiere reprimir su ser antropológico, lo terminará pagando. 

     Si quien quiere hacerlo es toda una sociedad, la sociedad lo pagará.

     Para hacer desaparecer esta civilización, solo será necesario convencer a la mujer de que se comporte como lo que no es.

     En el fondo, lo que consigue la revolución sexual es una ruptura entre genitalidad por un lado y amor por otro; entre sentimientos, galanteo, intimidad, emoción y amor por una parte y corporalidad por la otra.

     Ruptura más asumible por el hombre que por la la mujer, pero a medio y largo plazo con consecuencias negativas para ambos.

¡Con lo bonito que es el compromiso en el enamoramiento!
contreras@jmcontreras.es

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