“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.”  (Jn 20, 25)

         El relato evangélico de esta semana nos invita a meditar sobre la aparición de Cristo resucitado a los apóstoles en ausencia de Tomás y la posterior aparición del Señor en presencia de éste. La petición de Tomás, que reclama pruebas “palpables” para creer en la resurrección de Cristo, es la petición de muchos hombres, que se niegan a aceptar todo aquello que no puede ser demostrado por la razón o comprobado por los sentidos y que, al hacerlo, se cierran a sí mismos las puertas de la fe.

         La "palabra de vida" la viviremos intentando ser una especie de "cuerpo vivo de Cristo", un Cristo resucitado que puede decir a los incrédulos de hoy: ven y toca, mete tus dedos en los agujeros que han dejado en mis manos los clavos.

         Esos agujeros no serán sólo simbólicos, sino que a veces tendrán también huellas físicas, producidas por el desgaste que lleva consigo amar al prójimo, o lo que es lo mismo, echar sobre nuestros hombros pesos que no son nuestros pero que alivian a los demás. Cuando alguien pregunte por qué lo hacemos, será el momento de contestar: porque Cristo está vivo, porque Él ha cargado con mis problemas y yo tengo una deuda que pagarle y la pago así: complicándome la vida por los que están agobiados para que ellos puedan vivir un poco mejor.

         Por lo tanto, date cuenta de que te observan. Si te comportas como un buen cristiano, serás el cuerpo resucitado de Cristo que convence a los incrédulos de que el Señor está vivo. Son las heridas de la caridad las que atraen a los que quieren pruebas para creer en el amor de Dios.

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