Se está dando ante nuestros ojos una especie de sociologización de la Iglesia y de la Fe, no a la manera de de ciertos regímenes ateos, como los comunistas del Este de los pasados años, sino en el clima difuminado actual donde se querría dar cabida a los valores típicos de la Fe cristiana pero presentados y comunicados con medios y criterios de la cultura mayoritaria. Está claro entonces que lo que es más real en la escala de la realidad escapa a estos medios y a estos criterios. Presentar los valores que nacen de la Fe en Jesucristo sin mostrar que puedan ser vivificados, significa despertar grandes ilusiones. Los valores que se llaman comúnmente cristianos han nacido en el terreno de una humanidad nueva, redimida. Pensar que también allí puede vivir quien no está redimido significa afirmar de alguna manera que no eran necesarias ni la encarnación ni la redención. La distinción entre el hombre viejo y el hombre nuevo no quiere ser en sí un discurso ofensivo con respecto al mundo, sino precisamente lo contrario: un gran respeto a la verdad de cada hombre, sin ilusionarle diciendo que puede vivir por sí solo algunas realidades (Marko I. Rupnik. Teología de la Evangelización desde la Belleza. III, 3, La Fe genera un lenguaje y un estilo e vida nuevos)
La Semana Santa en España y la mayoría de los países hispanos, es una explosión cultural que entrelaza con religión y Fe y sociedad. Este entorno debería ser especialmente favorable para la evangelización, ya que tenemos a muchas personas atentas a circunstancias culturales estrechamente ligadas con la vida de Cristo y nuestra Fe. Curiosamente la evangelización en la Semana Santa es algo de no creo que nos hayamos planteado en serio. ¿Por qué? Ligo esta pregunta con el domingo de Pascua.
Para los cristianos este la Pascua debería estar llena de júbilo y gozo. Celebramos y conmemoramos la resurrección de Cristo, base y fundamento de nuestra Fe. Normalmente asisto a la Vigilia Pascual, pero este año asistí a la misa normal del domingo. Dicho con un poco de sarcasmo, la alegría tuvo que perderse por el camino, porque los allí asistentes no es que pareciéramos especialmente felices. Es cierto que un coro intentaba alegrar la Liturgia, pero con canciones tan lentas y complicadas, que más que animar nos desanimaban. Bueno, esta anécdota evidencia justamente lo que Marko I Rupnik nos comenta: la sociologización que hace de la Fe, cultura y de la novedad, costumbre. No se puede vivir el Evangelio sin aceptar y vivir la redención.
Cuando nos animamos a difundir el Evangelio, lo hacemos de forma tímida y adecuada a la cultura dominante, tanto en cuanto a los medios, como al lenguaje y al testimonio que transmitimos. ¿Qué testimonio transmitimos? ¿Nos sentimos alegres los cristianos por la resurrección de Cristo? Pues quien se asome a más de una ceremonia pascual se volverá diciendo que decididamente de alegres no tenemos nada. Si tenemos al suerte de dar con un lugar donde se viva un poco más la alegría de la Pascua y profundizamos, nos daremos cuenta que no terminamos de encontrar el motivo de estar alegres. Damos por asumida la resurrección ya no vemos que cambie nada en nuestras vidas. Si nos afanamos por parecer alegres, terminamos dando la sensación de afanarnos en aparentar para llegar a ser:
De otro modo, uno se autoconfina en una inmanencia en la que luego se da cuenta de repente de que sólo somos uno de los ingredientes del espectáculo, quizás el menos atractivo e interesante de todos. Entonces nace la tendencia a precisarse mejor, a trabajar en el “look”, en la imagen, para distinguir mejor nuestro razonamiento, ordenar mejor nuestras ideas, sin darnos cuenta que esto es sencillamente un inmanentismo camuflado, centrado en sí mismo, aunque se haga con una fraseología religiosa (Marko I. Rupnik. Teología de la Evangelización desde la Belleza. III, 3, La Fe genera un lenguaje y un estilo e vida nuevos)
Por mucho que cantemos canciones aparentemente alegres y digamos lo alegres que estamos ¿Cambiamos realmente nuestra triste, vacía y conformista desesperación? ¿No somos dignos hijos de la sociedad en que vivimos?
Sucede igual con las manifestaciones cultural-religiosas que se dan durante la Semana Santa. Basta ver como muchos de los aparentes penitentes están dedicados a cualquier cosa menos a realizar una verdadera penitencia. ¿Es posible evangelizar cuando no vivimos la Buena Noticia en nosotros mismos? La cultura contagia cultura, costumbres, espectáculos, etc. Por desgracia la cultura disfrazada de religión no puede comunicar esa agua Viva que Cristo ofreció a la Samaritana.
Hoy en día ya está claro que la Fe se reconoce como desde el principio, por le hecho de que es una sorpresa. El estilo de vida [que conlleva el cristianismo] no se adquiere de modo convencional. Es una creatividad que germina por el Espíritu Santo y está caracterizada por la concreción de la caridad que sólo una comunidad viva puede tener. (Marko I. Rupnik. Teología de la Evangelización desde la Belleza. III, 3, La Fe genera un lenguaje y un estilo e vida nuevos)
La pregunta que nos podemos hacer es: con un lenguaje convencional e inmanentista ¿Podemos comunicar ese Agua Viva que da la vida eterna? Es evidente que el cristianismo y los cristianos tenemos que estar presentes en todos los Areópagos de nuestra sociedad, pero nuestra presencia debe evidenciar una ruptura viva llena de dinamismo. Bailar con la cultura que se disfraza de Fe conlleva una cierta complicidad con las costumbre establecidas. Con esto no quiero decir que haya que dejar de realizar los desfiles procesionales o los actos multitudinarios a los que estamos acostumbrados en estas fechas. Estas costumbres atraen a muchas personas, lo que representa una estupenda oportunidad para evangelizar. El desafío consiste en saber transmitir la sorpresa y el entusiasmo que llevamos dentro. Ahora ¿Llevamos realmente en nosotros esa agua Viva? ¿Queremos comunicar algo que no tenemos realmente?
Pues tendríamos que plantearnos evangelizar hacia dentro antes de intentar hacer hacia fuera. Ojalá cada año vivimos la Pascua con más alegría verdadera.
Pensemos en este frase del texto de Marko I. Rupnik:
“Los valores que se llaman comúnmente cristianos han nacido en el terreno de una humanidad nueva, redimida. Pensar que también allí puede vivir quien no está redimido significa afirmar de alguna manera que no eran necesarias ni la encarnación ni la redención.”