—Mi señor, los seguidores del galileo, alborotan la ciudad propagando que ha resucitado.
Poncio Pilato deja el último bocado de su desayuno con un ademán de asco sobre la mesa.
—¿Estas son la noticias con las que molestáis mi primera hora? ¿Y qué tiene de urgente o importante?
—Mi señor, hemos creído que debía saberlo después de los acontecimientos de la Pascua. Yo pensaba que si le condenamos como un peligroso alborotador, sería importante que supierais que su espíritu anda suelto por las calles de Jerusalén.—Responde el soldado con cierta sorna.
—Espíritus y resucitados... ¿Tenéis localizado a Barrabás? Ese si que me preocupa.
—Tenemos vigilancia continua sobre él.
—Dedicaos a ese revolucionario que el galileo poco puede hacer ya en este mundo.
Mientras el soldado sale de la presencia de Pilato, Caludia Prócola, su mujer, entra en la estancia habiendo oído toda la conversación.
—Te equivocas con respecto a Jesús. Ya te dije que te desentendieras de él, que mis sueños me atormentaban y lo siguen haciendo.
Pilato la mira con desaprobación y cansancio.
—¡Maldita sea esta tierra! Está llena de gente pertinaz, ignorante y belicosa. No tengo bastante con mantener el orden con judíos integristas y enemigos del imperio que ahora tengo que luchar con un fantasma.
—¿Y si no fuera un fantasma?—replica Claudia con temor.
—¡Por favor, es un invento! Sus seguidores no se resignan al fracaso y la muerte de su líder e intentan crear un mito, una leyenda. Es como una fiebre. Ya se pasará.
—No creo que se pase, aquel hombre...
—¡Oh, basta ya! aquel hombre era simplemente un hombre, nada más. Era misterioso y estremecedor pero simplemente era un hombre. Y ya no está. Murió. Todos lo vimos, acabamos con él. Los suyos acabaron con él. Fue un líder efímero de paso fugaz y escasa potencia. Se convirtió en un problema y lo solucioné. Pasemos página.
—Sus seguidores no están dispuestos a pasar página.
—Ya te he dicho que se pasará como una moda. Barrabás es el que me preocupa. Ese tiene armas y arrastra verdaderos revolucionarios tras de sí.
—Barrabás puede cambiar las cosas, pero Jesús puede cambiar a las personas.—Sentencia Claudia mientras sale de la estancia dejando a Pilato con cierta amargura y temor en el alma, asomándose por el balcón y contemplando aquella ciudad tan hostil y violenta que nunca parece calmarse. Llegó allí con la convicción de que no había otro Dios que César, ni mayor poder que el de Roma, pero después del tiempo que llevaba en aquel inmundo rincón del mundo, sus certezas se estaban viniendo abajo y sus ambiciones se estaban frustrando. De hacer una gran carrera sometiendo a aquellos incivilizados, había pasado a sobrevivir y contentarse con que no llegasen informes desfavorables a Roma. Un pobre bagaje para un hombre tan preparado y ambicioso como él. Todo su mundo se venía abajo por culpa de aquella indómita raza judía y para colmo ahora, tenía que lidiar con el espíritu del nazareno. La guerra es difícil contra enemigos a espada, pero contra enemigos invisibles, simplemente, es imposible.
Claudia Prócola camina por las callejuelas de Jerusalén acompañada de varias damas camufladas todas con mantos judíos para no llamar la atención. Van en busca de las mujeres que dicen haber visto a Jesús. Entran en un patio cerrado y la mujer de Pilato golpea una sencilla puerta anónima como cualquier otra.
—¿Quién va?—aparece una anciana cara detrás de una ranura.—¡Claudia! Pasad mi señora, pasad.
La ciudadana romana y su séquito entran y enseguida son recibidas por las mujeres de la casa que estaban escondidas por miedo a las autoridades romanas y judías.
—¡Contadme, contadmelo todo! —ruega la dama con urgencia mientras se abraza con ellas.
—¡Le he visto! mi señora, le he visto. Al principio no le reconocí. Pensaba que era el jardinero y le pregunté dónde estaba el cuerpo de mi amado, ¿A dónde se lo había llevado? imaginad el desasosiego que me entró. Pensé que habrían profanado su hermoso cuerpo, que habrían hecho cualquier cosa con él.
—¿Y qué te dijo?—interrumpe ansiosa Claudia.
—Me dijo: "Mujer, ¿Porqué lloras?" y entonces me llamó por mi nombre. "María, suéltame porque todavía no he subido al padre"
—¿Le tocaste?—interrumpe Claudia de nuevo completamente anonadada.
—No lo sé. Tengo la imagen grabada de haber sujetado sus ropas con fuerza pero no logro recordar ninguna sensación en los dedos.
—Sin embargo, te rogó que no le tocaras...
—Sí, —María mira hacia un punto indeterminado en el horizonte, ensimismada, como intentando recordar o entender— pero yo diría que le toqué con el pensamiento, con el corazón, con mi amor.
Todas las mujeres de la estancia lloran en silencio e intentan imaginar el momento completamente ilusionadas y ardiendo en su interior.
—Quiero verle María, ¿Qué puedo hacer? Dime —suplica Claudia Prócola.
María viendo la fe y el deseo de su amiga romana se acerca más a ella y recoge su cara entre las manos en una suave caricia llena de paz y sensibilidad.
—Está vivo, Jesús está vivo. Deseálo, desea verlo y si él quiere se presentará ante ti como lo ha hecho conmigo. Pídelo. No ha resucitado para esconderse de aquellos que lo buscan con sincero ardor. Está entre nosotras, el mundo está lleno de él. Ahora entiendo que yo lo vi porque lo deseé con todas mis fuerzas, lo busqué y lloré desconsolada por haberlo perdido y él... me miró. Ahora comprendo que no se trata tanto de alcanzar a Jesús sino de ser alcanzado por él. No se le puede agarrar o manipular porque es Dios mismo, solo podemos pedir... amarle.
"Las mujeres quedaron aterradas y se inclinaron rostro en tierra. Entonces los hombres preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos a alguien que está vivo? ¡Él no está aquí! ¡Ha resucitado!". (Lucas 24:4)
Poncio Pilato deja el último bocado de su desayuno con un ademán de asco sobre la mesa.
—¿Estas son la noticias con las que molestáis mi primera hora? ¿Y qué tiene de urgente o importante?
—Mi señor, hemos creído que debía saberlo después de los acontecimientos de la Pascua. Yo pensaba que si le condenamos como un peligroso alborotador, sería importante que supierais que su espíritu anda suelto por las calles de Jerusalén.—Responde el soldado con cierta sorna.
—Espíritus y resucitados... ¿Tenéis localizado a Barrabás? Ese si que me preocupa.
—Tenemos vigilancia continua sobre él.
—Dedicaos a ese revolucionario que el galileo poco puede hacer ya en este mundo.
Mientras el soldado sale de la presencia de Pilato, Caludia Prócola, su mujer, entra en la estancia habiendo oído toda la conversación.
—Te equivocas con respecto a Jesús. Ya te dije que te desentendieras de él, que mis sueños me atormentaban y lo siguen haciendo.
Pilato la mira con desaprobación y cansancio.
—¡Maldita sea esta tierra! Está llena de gente pertinaz, ignorante y belicosa. No tengo bastante con mantener el orden con judíos integristas y enemigos del imperio que ahora tengo que luchar con un fantasma.
—¿Y si no fuera un fantasma?—replica Claudia con temor.
—¡Por favor, es un invento! Sus seguidores no se resignan al fracaso y la muerte de su líder e intentan crear un mito, una leyenda. Es como una fiebre. Ya se pasará.
—No creo que se pase, aquel hombre...
—¡Oh, basta ya! aquel hombre era simplemente un hombre, nada más. Era misterioso y estremecedor pero simplemente era un hombre. Y ya no está. Murió. Todos lo vimos, acabamos con él. Los suyos acabaron con él. Fue un líder efímero de paso fugaz y escasa potencia. Se convirtió en un problema y lo solucioné. Pasemos página.
—Sus seguidores no están dispuestos a pasar página.
—Ya te he dicho que se pasará como una moda. Barrabás es el que me preocupa. Ese tiene armas y arrastra verdaderos revolucionarios tras de sí.
—Barrabás puede cambiar las cosas, pero Jesús puede cambiar a las personas.—Sentencia Claudia mientras sale de la estancia dejando a Pilato con cierta amargura y temor en el alma, asomándose por el balcón y contemplando aquella ciudad tan hostil y violenta que nunca parece calmarse. Llegó allí con la convicción de que no había otro Dios que César, ni mayor poder que el de Roma, pero después del tiempo que llevaba en aquel inmundo rincón del mundo, sus certezas se estaban viniendo abajo y sus ambiciones se estaban frustrando. De hacer una gran carrera sometiendo a aquellos incivilizados, había pasado a sobrevivir y contentarse con que no llegasen informes desfavorables a Roma. Un pobre bagaje para un hombre tan preparado y ambicioso como él. Todo su mundo se venía abajo por culpa de aquella indómita raza judía y para colmo ahora, tenía que lidiar con el espíritu del nazareno. La guerra es difícil contra enemigos a espada, pero contra enemigos invisibles, simplemente, es imposible.
Claudia Prócola camina por las callejuelas de Jerusalén acompañada de varias damas camufladas todas con mantos judíos para no llamar la atención. Van en busca de las mujeres que dicen haber visto a Jesús. Entran en un patio cerrado y la mujer de Pilato golpea una sencilla puerta anónima como cualquier otra.
—¿Quién va?—aparece una anciana cara detrás de una ranura.—¡Claudia! Pasad mi señora, pasad.
La ciudadana romana y su séquito entran y enseguida son recibidas por las mujeres de la casa que estaban escondidas por miedo a las autoridades romanas y judías.
—¡Contadme, contadmelo todo! —ruega la dama con urgencia mientras se abraza con ellas.
—¡Le he visto! mi señora, le he visto. Al principio no le reconocí. Pensaba que era el jardinero y le pregunté dónde estaba el cuerpo de mi amado, ¿A dónde se lo había llevado? imaginad el desasosiego que me entró. Pensé que habrían profanado su hermoso cuerpo, que habrían hecho cualquier cosa con él.
—¿Y qué te dijo?—interrumpe ansiosa Claudia.
—Me dijo: "Mujer, ¿Porqué lloras?" y entonces me llamó por mi nombre. "María, suéltame porque todavía no he subido al padre"
—¿Le tocaste?—interrumpe Claudia de nuevo completamente anonadada.
—No lo sé. Tengo la imagen grabada de haber sujetado sus ropas con fuerza pero no logro recordar ninguna sensación en los dedos.
—Sin embargo, te rogó que no le tocaras...
—Sí, —María mira hacia un punto indeterminado en el horizonte, ensimismada, como intentando recordar o entender— pero yo diría que le toqué con el pensamiento, con el corazón, con mi amor.
Todas las mujeres de la estancia lloran en silencio e intentan imaginar el momento completamente ilusionadas y ardiendo en su interior.
—Quiero verle María, ¿Qué puedo hacer? Dime —suplica Claudia Prócola.
María viendo la fe y el deseo de su amiga romana se acerca más a ella y recoge su cara entre las manos en una suave caricia llena de paz y sensibilidad.
—Está vivo, Jesús está vivo. Deseálo, desea verlo y si él quiere se presentará ante ti como lo ha hecho conmigo. Pídelo. No ha resucitado para esconderse de aquellos que lo buscan con sincero ardor. Está entre nosotras, el mundo está lleno de él. Ahora entiendo que yo lo vi porque lo deseé con todas mis fuerzas, lo busqué y lloré desconsolada por haberlo perdido y él... me miró. Ahora comprendo que no se trata tanto de alcanzar a Jesús sino de ser alcanzado por él. No se le puede agarrar o manipular porque es Dios mismo, solo podemos pedir... amarle.
"Las mujeres quedaron aterradas y se inclinaron rostro en tierra. Entonces los hombres preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos a alguien que está vivo? ¡Él no está aquí! ¡Ha resucitado!". (Lucas 24:4)