La palabra “evangelio” proviene del griego “εὐαγγέλιον”, “euangelion”, que a su vez, proviene de la composición de dos términos: “eu” (“εὐ”), bueno/a; y “angelion” (“αγγέλιον”), noticia, mensaje, dando, por lo tanto, “la buena noticia”.
La raíz “eu” está presente en muchas palabras españolas. Así “eutanasia”, la buena muerte; “eufemismo”, lo que suena bien; “Eulalia”, la que habla bien; y tantas otras. En cuanto a “angelion”, es una raíz presente en otras palabras españolas como “ángel”, que al fin y al cabo, no significa otra cosa que el que porta el mensaje, el mensajero.
De entre los evangelistas, sólo en Marcos vemos utilizada la palabra, lo que acontece en tres ocasiones. En dos de ellas -la tercera la analizamos más adelante-, su utilización tiene una clara relación con su significado originario de “buena nueva”, “buena noticia”, y aparece en boca del propio Jesús:
“Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc. 8, 35)
“Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno” (Mc. 10, 29-30)
En Mateo también la vemos utilizada, pero no en su forma griega, sino traducida como “buena nueva”, cosa que ocurre en hasta cinco ocasiones, circunstancia que también vemos ocurrir en Marcos otras cinco veces y ocho en Lucas. Juan, definitivamente, no usa la locución, ni en su forma griega ni en su forma traducida.
Con parecida intención y significado, como la buena nueva que representa Jesús, usa la palabra Pablo, que a lo largo de sus cartas conocidas -como sabe el buen lector de esta columna existen cartas perdidas de Pablo, (pinche aquí si desea profundizar en el tema)- la repite en su forma griega en hasta sesenta y cinco ocasiones, a las que añadir otras cinco en que utiliza la expresión “buena nueva”.
Entre los escritores canónicos lo hace también Pedro en dos ocasiones (1Pe. 1, 12 y 4, 17), a las que añadir otras dos en las que usa la locución “buena nueva”, siempre en su Primera Carta y siempre con el significado de la buena noticia que es Jesús. Y ninguno otro.
De todas las veces que la palabra se utiliza en los textos canónicos, dos merecen ser destacadas. En primer lugar, la primera ocasión en que Marcos lo hace, a saber, aquélla con la que abre su propio evangelio:
“Comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios” (Mc. 1, 1).
Donde aunque efectivamente la locución sigue significando la “buena nueva” de Jesucristo, podría estar adquiriendo una dimensión nueva, perfectamente compatible con lo que hoy entendemos por evangelio, es decir, los libros escritos por personas concretas sobre los dichos y hechos de Jesús de Nazaret. Y si no propiamente en la intención de su autor, San Marcos, sí en la de los que luego utilizarán el término para titular la obra entera, la de Marcos y la de sus colegas evangelistas.
Entre las alusiones paulinas, sesenta y cinco como se ha dicho, una particularmente enigmática, aquélla en la que dice:
“Con él [con Tito] enviamos al hermano [no da el nombre], cuyo renombre a causa del Evangelio se ha extendido por todas las iglesias”.
En la que podría existir una referencia a uno de los grandes compañeros de Pablo, Lucas, ese “hermano” del que no da el nombre. Y puestos a especular, estar refiriéndose a su obra escrita que, como se sabe, abarca un Evangelio y los Hechos de los Apóstoles (pinche aquí para conocer más sobre el tema), lo que convertiría a Pablo en uno de los primeros, si no el primero, en dar dicho nombre, "evangelio", a la obra, más allá de utilizarlo para referirse al propio mensaje de Jesucristo.
Consta desde tiempos muy tempranos que los cristianos ya se referían a los libros que relataban la misión de Cristo como evangelios. El primer testimonio en dicho sentido tal vez sea el del tempranísimo autor San Justino, muerto entre los años 162 y 168, quien en su “Primera Apología” dirigida al Emperador Antonino Pío y escrita hacia el año 150, habla ya de las “memorias de los Apóstoles que son llamadas Euaggelia”, algo que permite aventurar que el uso de la palabra tenía ya cierta antigüedad, tanta que a lo mejor la conecta con la realización del cuarto evangelio, el de Juan, hacia los últimos años del s. I.
Al igual que ocurre en español, “evangelio” es literalmente transpuesto a las principales lenguas europeas, dando “evangile” en francés, “evangelium” en alemán, “evangelho” en portugués, o “vangilio” en italiano. Un caso reviste particular interés, cual es el de la lengua inglesa, donde da “gospel”, que no es otra cosa que la traducción término por término al inglés: “go” de “good”, (aunque alguien pudiera pensar que de “God”), es decir, “bueno/a”; y “spel” de “spell”, “palabra, noticia” (el verbo “to spell” se utiliza actualmente como “deletrear”): “la buena noticia” pues.
©L.A.
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