En el muy difundido libro Imitación de Cristo (De Imitatione Christi) de Thomas de Kempis (1380-1471), se puede leer esta frase sobre la humildad: “Ama ser ignorado y contado como nada” (Ama nesciri, et pro nihilo reputari).
Esta idea, esta sentencia, este consejo espiritual hoy es casi una provocación. Cuando la moda, las redes sociales, el consumo nos invita a la exhibición, a convertirnos cada uno en un espectáculo, en el foco de todas las miradas, emerge esta idea llena de sentido común. Es preciso rebajar la tensión de ser el centro de atención sencillamente porque, de tejas abajo, es estresante y no es sano (y si no que se lo pregunten a las chicas y los chicos que se lucen en Instagram, TikTok y que padecen la esclavitud de ser cada día más atractivas, atractivos, ocurrentes y envidiables). Y visto desde una perspectiva más sobrenatural es un modo de vivir la humildad que nos puede llenar de paz y acercar al Señor.
Me llegan las palabras, de un amigo, anteriores al boom de las redes: “Mi gran espectador es el Señor y lo único que me propongo es agradarle.”
¿Habrá que apartarse quizá poco a poco de la insaciable voluntad de captar las miradas, la admiración, el reconocimiento y provocar incluso la envidia? De hecho, la envidia es uno de los males que se han investigado como uno de los efectos del uso excesivo de las redes sociales sobre todo entre los más jóvenes. Estas redes podrían incrementar la comparación social, generando envidia y provocando un empeoramiento del bienestar.
Habrá que recogerse más y cultivar la discreción. Defender la intimidad siempre ha sido una sabia decisión. Quizá entonces tendremos tiempo para nosotros y para el Señor. Quizá entonces veremos cosas nuevas que andan más allá de nosotros mismos tan encaramados a múltiples escenarios y metaversos. Entonces quizá superaremos la lucha por el estatus, el aplauso y el like; e iremos más lejos de la obsesiva manía de querer estar por encima de los demás al dominar su atención. Nada nuevo bajo el sol, pero ahora el asunto que nos ocupa se despliega en versión digital, es decir, corregida y aumentada.
Sin embargo, Dios habla en lo escondido como una brisa suave. Una brisa inaudible para los que hacen mucho ruido y se rodean de silbidos y cantinelas. Habrá que bajar el volumen de los bafles de todo lo que exalta la vanidad, de todas las fanfarrias del orgullo que nos hacen sentirnos valiosos pero que muchas veces nos lleva al esperpento. Nuestro valor no está en las miradas embobadas de los otros: nuestro valor está en los méritos que ya nos ganó el Señor con su pasión, muerte y resurrección. Y valemos mucho: la sangre del Señor que nos salva y nos hace hijos de Dios. ¡Ahí es nada!: ser hijos de Dios. Esa sí es nuestra verdadera dignidad santa e íntima que nos enorgullece interiormente. Ahí están los signos de nuestro mensaje cristiano: en la elegancia de hacerlo todo con nuestra capacidad de estar detrás sonrientes. De permanecer en un segundo plano, sin hacer ostentación de nada, sino desplegando acciones serenas y cargadas de sentido: escuchar, esperar, callar, soportar al impaciente, acompañar, cuidar en silencio.
Qué difícil es vivir así en un mundo tan ajetreado y vacío y lleno de reclamos para ganar en la competición de ser los más destacados, exclusivos y, permítaseme la ironía, modernos. El yo moderno es devorador: el actor moderno necesita ser un genio, a toda costa, que deja boquiabiertos a los consumidores de novedades. La soledad viene luego.
No hace falta tanto ruido: lo mejor, lo más grande e íntimamente satisfactorio es, desde el rincón callado, dar gracias a Dios por todas sus misericordias y, en esa misma medida, tomar los talentos y los dones que Él nos ha regalado para hacerlos fructificar. Poco a poco, en detalles, en pequeñas acciones, en la oración escondida, en el sencillo trabajo bien hecho que no por ser más rodeado de alharacas está mejor hecho. Somos su instrumento: que nuestra tarea responda a esta divisa que proclama un santo cada vez más actual: “Ocultarme y desaparecer es lo mío, que solo Jesús se luzca”.
Pues bien, ser discreto, sereno, pacífico y a la vez lleno de disponibilidad, según los requerimientos de nuestros hermanos los hombres, es muy atractivo, primero para nosotros si lo logramos, y también para los demás. Esa actitud sí les ayuda. Y ese ejemplo acaba siendo, en su sencillo goteo, capaz de arrastra almas.
Algunos, sí es verdad, deberán actuar ante los focos porque las cosas son así. Está en su vocación, en su tarea, en su misión. Pero son los menos. Y al final una conclusión muy básica: se puede estar bajo los focos y ser muy sencillo.