La fiesta del Corpus de este año se celebra el 14 de junio y este día el Carmelo Descalzo celebra a una de sus hijas más llenas de amor a la eucaristía que es la Beata María Cándida de la Eucaristía. No es de esos tiempos de Santa Teresa, sino de los de ahora, muere en el convento de Ragusa (Sicilia) en 1949. Su nombre dice todo de lo que vive en su interior y además nos lo ha dejado bien reflejado en sus escritos. Es una pena que todavía no estén traducidos al castellano para que Madre Cándida pueda ser leída con facilidad en la cuna de la Orden. La invitación está hecha. A ver quién la acepta, la pone por obra y nos ofrece la posibilidad de leer por ejemplo Coloquios eucarísticos. Tengo la edición original en italiano y aprovecho la calma de la tarde que precede a la celebración del Corpus para leer alguno, mejor dicho el primero de ellos. Son eso, coloquios directos de Madre Cándida con su Amado, con su Esposo, con su Jesús sacramentado. Trascribe lo que vive en la oración y es ella misma la que hace que me meta en el misterio eucarístico en una tarde tan especial. En todo momento se dirige a Cristo de modo directo, le llama por su nombre de diferentes maneras y aquí tenemos una muestra de esos coloquios con Jesús Eucaristía un día del Corpus después de celebrar la misa y quedarse en adoración en el coro:
La belleza de la Eucaristía, la dulzura de sus símbolos, mi Jesús en persona en su trono […] ¡Oh Jesús, Jesús, como has hecho bien todas las cosas! […] ¡Oh Redentor: mi corazón se encuentra exuberante de amor ante tu obra! […] ¡Nadie ha hablado como Tú! […] ¡Ayúdame a hacer tu voluntad Jesús! […] ¡Darte eterna gloria, Amor mío sacramentado, todo mi amor!
Esto queda en el interior que aprovecho para la adoración de la noche. Sin luces, solo la de las velas. Todavía hay luz en el exterior; los días de junio son muy largos. Va anocheciendo y cuando ya entra la oscuridad y la luz desaparece de la capilla al poco rato una de las velas se apaga. Se queda una sola y entonces se ve el resplandor en el techo y el reflejo de la vela sobre la custodia la tiñe de rojo. ¡Entonces, oh Jesús, hablas como no lo has hecho en toda la noche! ¡Cuando más de noche se hace llega el momento de hablar al corazón! ¡Sí! Así haces todo, a tu manera. Llevaba tiempo mirando, adorando y contemplando tu presencia real pero sin escuchar nada por tu parte hasta que llega la hora que tenías preparada. Me haces aprender a esperar para que cuando Tú quieres te muestras con toda tu grandeza y ahí se entiende todo a la primera. ¡Y hablas de modo directo! ¡Sin rodeos! ¡Cuando no se ve apenas nada! ¡Me haces ver que tu Cuerpo contiene también tu Sangre! ¡No se pueden separar tu Cuerpo y tu Sangre! La custodia con un tono rojizo por la luz de la vela muestra que son dos realidades que se pueden ver unidas y a la vez separadas. Unidas en la custodia y separadas entre la custodia y la vela. Por un lado tu Cuerpo en la custodia y por otro lado tu Sangre en la vela roja. La Sangre fluye, no está quieta como tu Cuerpo, y al fluir da vida y muestra el resplandor de tu Cuerpo, pero el resplandor no es el Cuerpo en sí mismo, sino que es eso, el resplandor que origina la presencia de tu Cuerpo en la noche cuando lo contemplo junto a tu Sangre. ¡Es precioso! ¡Es vida que corre! ¡Es tu Cuerpo y tu Sangre en unión!
Jesús, con esto una vez más me doy cuenta cuántas maneras de hablar tienes y que donde te manifiestas de verdad y con más intensidad es cuando ves un alma que quiere escucharte, que quiere decirte algo, que quiere dedicar tiempo a estar a solas contigo. Si falta alguna de estas realidades es más difícil poder acoger tu presencia de modo que se entienda lo que quieres regalarle en medio de la intimidad que une a Amado con amada. ¿Y por qué con más facilidad sucede esto por la noche? Pues porque la noche es el tiempo de tu paso, cuando la persona más abierta está ya que todo se calla y solo habla el silencio, la oscuridad y la presencia escondida de un Dios vivo que se encuentra presente en este vivo pan por darnos vida. Me dejas lleno de Ti, y eso que todavía no ha llegado la luz del día de la solemnidad del Corpus Christi. Sigo en oración con esta presencia desbordante de tu Cuerpo y de tu Sangre que adoro con todo mi ser para ver cuántas cosas tengo que cambiar. Esto lo muestras para descubrir que la oscuridad está dentro del alma que no ama del todo esa Presencia. Cuando se te ama como se debe, uno descubre la oscuridad tan densa que hay en el interior y que nada tiene que ver con esa otra oscuridad donde te manifiestas para dar luz verdadera y mostrar tu Cuerpo y tu Sangre. ¡Jesús!, ¡Gracias! ¡Ayúdame a cambiar! ¡Rompe tinieblas!
Terminada la adoración vuelvo a la habitación, sigo dándote gracias; no dejas de sorprenderme, regalarme y alegrarme con modos de hablar tan vivos como sólo Tú, Jesús, lo puedes hacer. Veo en el móvil un vídeo de caballos que me ha llegado esta tarde y lo pongo. Van apareciendo caballos de montura que son un recreo para los sentidos corporales al mostrar la belleza, elegancia y nobleza de caballos pura sangre de España. Me encantan los caballos y después de descubrir tu Sangre en la adoración ahora sigues de otro modo con los caballos. ¡Pura sangre! ¡Sin mezclas, auténticos, únicos! Así son los caballos pura sangre españoles que van pasando por el vídeo: negros azabache, blancos inmaculado, marrones carmelitano, grises blanqueados, etc. De nuevo te comunicas por medio de ellos: el color, la pureza y la maestría hablan y dicen que estas criaturas que tanto han llenado mi vida desde niño, ahora me ayudan a ver que hay que ir más allá de lo externo para llegar hasta lo profundo de esos caballos, que es su esencia, su categoría, su sangre. Sin sangre los caballos no pueden ni trotar ni correr ni desfilar. Necesitan que la sangre, igual que todo animal y ser humano, corra por sus venas para mantenerlos con vida. Pero la sangre de los caballos no se ve, sólo se admira la presencia y la figura que llama la atención dando paso de nuevo a una acción gracias por mostrarme no sólo tu Cuerpo, sino también tu Sangre. ¡Gracias mi Dios Humanado!
Llega el día grande, ese día de luz que tanto esperamos cada año para salir a la calle junto a tu Cuerpo y Sangre. Jesús, este año no hay procesión por las calles aunque sí por el interior de algunas iglesias. Tengo la suerte de vivir no una sino dos procesiones. Por la mañana en las carmelitas descalzas, dentro de la clausura en torno al claustro monástico, y por la tarde otra que tiene lugar por las naves de la iglesia de San Andrés. En el centro de una y de otra estás presente la custodia. Por delante y por detrás las monjas carmelitas con sus capas blancas o los fieles de la parroquia envuelven, acompañan y caminan a la par que la custodia, que según avanza irradia su gracia mientras recorre el claustro carmelitano o la iglesia parroquial entre aquellos que vienen a adorarte a Ti, al Amor hecho carne. Entonces ahí, en ese fluir de adoradores descubro de nuevo la sangre. Todos caminamos porque la sangre corre por nuestras venas y nos mantiene con vida. Cuando vamos todos en procesión junto a tu Cuerpo se puede atisbar un poco lo que es el paso de Dios, que vive entre los hombres, porque mientras la gente camina, de igual modo tu Sangre fluye dentro de la custodia y a la vez en cada uno de los presentes. ¡La sangre discurre en la procesión, en el alma de cada hijo de Dios y en la custodia! ¡Salvador nuestro, estás vivo en cada manifestación pública de fe, en cada hombre y en tu trono! ¡Y en tu trono eres alzado para decir una vez más que estás vivo con tu Cuerpo y con tu Sangre y nos bendices a todos los presentes! ¡Gloria a Dios!
Vivir de este modo puede ayudarnos mucho. Esta luz que mana de la eucaristía nos puede servir para afrontar mucho mejor nuestra vida en sentido amplio, los aparentes sinsentidos que nos toca vivir en algunos momentos concretos y las ansias de querer y no poder en un día tan esperado acompañar por nuestras calles a Cristo en este año que no es posible celebrar procesión de Corpus. Este hecho no es impedimento para encontrarnos con el Cuerpo de Cristo si buscamos tiempo para ir a adorarle y descubrir que esta fiesta no se reduce al Corpus. Es mucho más. Es celebrar en la vida interior de uno mismo la presencia real de Cristo en la eucaristía no sólo con su Cuerpo, sino también con su Sangre, su pura Sangre.