Mucho se nos ha enseñado en torno al perdón. Éste, unido al amor, son los temas ejes de la predicación de Jesús en lo que tiene que ver las relaciones entre personas; hay que ver incluso cómo introduce en la oración del Padre nuestro una petición específica a Dios enseñándonos a pedir perdón del mismo modo en que nosotros estamos dispuestos a ofrecerlo a los demás. De las siete peticiones que se hacen en esta oración, sólo a la que tiene que ver con el perdón le hace comentario y llega a decir que si no perdonamos de corazón al hermano, tampoco Dios nos perdonará.
Por otro lado, la Sagrada Escritura nos enseña el sentido de la justicia; ella, como virtud cardinal, establece que a cada quien debe dársele lo que merece, de tal manera que el que realiza el bien debe retribuírsele con bien y el que realiza el mal debe castigársele por ello.
Hechas estas dos especificaciones salta una pregunta: ¿hasta dónde es posible que el perdón y la justicia se reconcilien entre sí, cuando la justicia exige muchas veces el castigo y el perdón no? En su diálogo con Jesús, Pedro le pregunta cuántas veces tiene que perdonar “¿siete?”, y el Maestro le responde que “setenta veces siete”. Por otro lado el evangelio nos recuerda también por labios de Jesús, el caso de la viuda que pide a un juez le haga justicia en un pleito que tiene contra su adversario, a lo que éste accede de mala gana (Lc. 18,1ss). Los profetas recalcan de manera contundente cómo Dios les hace justicias a los oprimidos y se enoja por los pecados de injusticia de los poderosos contra los oprimidos. Aquí es donde las cosas empiezan a complicarse un poco pues es como si la justicia y el perdón no tuvieran la menor posibilidad de reconciliarse la una con la otra. Si se es justo no se puede perdonar y si se perdona, la justicia queda herida-se puede pensar-.
Entonces, ¿cómo es posible salvaguardar la justicia sin que eso implique incapacidad nuestra para poder perdonar? Pensemos en un ejemplo simple: ¿cómo actuar frente a una persona que rompe el vidrio de nuestro ventanal? ¿Le perdonamos y decimos que asumimos nosotros mismos el costo de su restitución o le aplicamos la justicia y que pague el daño hecho? U otro ejemplo más extremo: ¿Cómo actuar ante el asesino de un miembro de la familia que pide perdón por su acción? ¿Se le perdona y que la justicia no tome ninguna acción en su contra o simplemente que pague su delito y se pudra en la cárcel? Es necesario entender que entre estas dos virtudes no existe oposición alguna. El perdón tiene como finalidad liberar a la persona de cualquier situación de resentimiento que lleve al hombre a su autodestrucción, mientras que la justicia busca recuperar el equilibrio perdido y lograr que todas las cosas alcancen su justo nivel.
Una cosa es la actitud PERSONAL que cada víctima asume y otra muy distinta la que debe asumir la justicia para que se repare el daño. Podemos decir más bien que las dos virtudes se complementan. Entendámoslo de esta manera: cuando Jesús murió en la cruz no le estaba haciendo un acto de reparación (justicia) al mundo sino un acto de perdón, pero Dios le mostró su justicia haciendo que fuera rescatado de la tumba mediante la resurrección. La acción de Cristo sobre el mundo es de entero perdón y la acción de Dios sobre Jesucristo es de total justicia.
A veces creemos que perdonar es dejar el daño intacto, dejar todo tal cual, con lo que se tiene la sensación de que la justicia barre contra el perdón. Jesús había enseñado que “cuando alguien te pegue en una mejilla preséntale también la otra” (Mt.5,39), pero cuando fue abofeteado por el soldado durante su juicio reclamó, con justicia, el por qué del hecho (Jn.18,19ss). De esta manera no permitió que la injusticia se siguiera cometiendo pero no reclamó venganza de modo personal por la acción y al final pidió perdón “porque no saben lo que hacen”.
El perdón no es un colectivo sino un acto personal, no se le puede pedir a toda una comunidad o una familia que lo ejerza sobre el victimario ya que éste es un don de Dios y cada uno establece la medida del suyo. Lo que sí es cierto es que la justicia retributiva puede intentar alcanzar el equilibrio perdido pero no sana las heridas hechas por el daño interior; el perdón es el que hace esa obra interior.
Finalmente, quien recibe el perdón de su víctima debe comprender que necesita, en conciencia, hacerle un acto de justicia por el daño causado y para que ese perdón no vaya contra esta otra virtud. El perdón es el camino más seguro para la sanación interior y la liberación de todo sentimiento malo que siempre será un enorme peso moral, espiritual y emocional que sólo logrará llevarnos resentidos a la tumba.
Juan Ávila Estrada Pbro.