En el amor hay entrega, pero nunca bajo el peligro de la propia seguridad.
El principio de una relación nociva se sustenta sobre la base de creer que “en la guerra y el amor TODO SE VALE”. Quien esto afirma y lo vive como tal, suele envenenar desde su génesis el afecto que transmite a su pareja. Desde ahí se justifica todo lo que se hace: los celos, prohibiciones, manipulaciones, dependencias, agresiones, etc. “Todo lo hago por amor”.
El maquiavelismo afectivo que se destila en conciencias y voluntades enfermas, que están seguras que la finalidad justifica cualquier medio que se utilice y que para asegurar la permanencia de la otra persona es necesario amenazar, ha generado relaciones de vasallaje, relaciones de poder y de miedo y sustancialmente tóxicas en las que por la dependencia afectiva que se ha generado muchas veces no se ven fácilmente como tal.
Lo primero que se necesita para engendrar una relación sana es cambiar esta concepción nefasta de la aceptación de todo en nombre de un mal llamado amor y aprender a descubrir por los síntomas la nocividad de una relación que empieza cadavérica.
¿Cuáles son esos síntomas? ¿Qué enfermedad oculta? Un potencial tirano, un sediento de poder y agresor. Pero no sólo ese tipo de agresores físicos que en medio de la irascibilidad golpean o se golpean histéricamente; también esos que con sutileza disfrazan de amor todo lo que hacen en contra de la otra persona.
Los agresores de la intimidad: aquellos que invaden lo más íntimos espacios de la vida y quieren conocer milimétricamente qué se hace y qué se piensa en cada momento del día. Llaman cada cinco minutos al móvil para preguntar lo que hacen, lo que han hecho, lo que han pensado, y se enojan cuando el otro no le contesta por alguna circunstancia.
Los agresores virtuales: los que solicitan todas las contraseñas del correo electrónico, redes sociales, desbloqueo del móvil, argumentando la importancia de la “transparencia” en la relación.
Los agresores psicológicos: aquellos que “pordebajean” al otro haciéndolo sentir miserable y poco digno de ser amados; suelen presentarse como generosos redentores y dadores absolutos de un amor del que no se tiene merecimiento.
Los agresores económicos: los que someten mediante el dinero o la profesionalización. La economía se vuelve una competencia de poder , manda quien pone el dinero. El otro es un peón.
Los agresores sexuales: quienes consideran que el sexo es un derecho absoluto, que el cuerpo de su pareja le pertenece y por lo tanto el cónyuge no puede negarse jamás a estar con él (ella).
Los agresores físicos: son los más visibles en la sociedad por las secuelas que dejan y la evidencia de sus acciones. Los que golpean para descargar su propia frustración y pequeñez, su miseria interior y poder desplegar en el otro el odio que siente por sí mismo.
A todo esto puedes unir aquellos que por sus celos enfermizos empiezan a controlar y limitar la vida social y familiar viendo a todos como potenciales competidores; aquellos que amenazan con hacer o hacerse daño ante la posible ruptura de la relación, generando un permanente temor ante la presencia del otro o la consecuente culpabilidad ante la agresión que se pueda infligir.
Este tipo de personas no aparecen normalmente por arte de magia; ya desde el inicio de la relación muestran la toxicidad de sus afectos. El gran error es pretender desconocer, tapar, minimizar, justificar estos hechos. El enamoramiento no puede hacer creer que esta persona cambiará “por amor a mi”. Necesitan ayuda psicológica y a veces psiquiátrica, pero se necesita alejamiento de ellos. Saben matar lentamente. El cerebro no es tonto, el sentido común existe y aunque haya inclinación a dejarse “amar” con tal peligrosidad sólo por miedo a perder a aquel con quien se ha creado una simbiosis aniquilante de la propia identidad, las consecuencias llegarán.
Hay abrazos que duelen, afectos que matan y cuando este campanazo resuena no se puede hacer el sordo en nombre del amor. En el amor hay entrega pero nunca bajo el peligro de la propia seguridad personal física o emocional. No busques justificar al agresor bien sea culpándote a ti misma (o) diciendo que le provocaste y que reaccionó “naturalmente” o pensando que la carga laboral le generó un estrés que lo llevó a actuar de esta manera.
Novios agresores serán esposos agresores pues el matrimonio o la convivencia no cambia la naturaleza de las personas. Hay quienes absorben en la espiral de su miseria la bondad de los otros y es muy fácil golpear la generosidad de quien quiere amar de verdad.
El punto más álgido al que se puede llegar es a depender afectivamente de quien hace daño, sentir que ya no se puede vivir sin aquella persona que es la causa de las desgracias. Aquí es donde se necesita recurrir a la “eutanasia afectiva” y ayudar a bien morir aquella afección que está a punto de llevar a la muerte. No se puede mantener un respirador artificial a lo que es un cadáver sólo por el temor que engendra llevarlo al sepulcro.
Hay quienes inoculan veneno en cada abrazo, en cada beso, en cada palabra…Hay quienes saben hacer morir con ellos.
Juan Ávila Estrada Pbro.