No es mi intención en las presentes líneas entrar a juzgar los hechos que conducen a que una ex-presidenta de la Comunidad de Madrid acabe siendo multada y según alguna versión, maltratada, por unos agentes de ese cuerpo de nueva creación que se da en llamar “de movilidad”, sino hacer una serie de consideraciones tangenciales que se me acumulan en la cabeza cuando pienso en el caso.
Lo primero que me suscitan los hechos aludidos es la alegría de que un miembro de la que muchos llaman “la casta política” haya pasado por lo que pasamos a diario miles, millones de ciudadanos de clase media que sólo aspiramos a vivir tranquilamente, a ganar nuestro jornal con el sudor de nuestra frente (Gn. 3, 19), a llevar a casa el pan nuestro cotidiano (Mt. 6, 11), y a pagar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César (Mt. 22, 21), los cuales somos sometidos cada día a una nueva multa: ora por escupir
(1), ora por no recoger una caca de perro
(2), ora por aparcar en zona azul, ora por pisar una raya, ora por rotular el negocio en una lengua que no le gusta al poder, ora por tener una caldera vieja, ora por esto, ora por lo otro… hechos que en España, uno de los países con un salario medio más bajo de Europa occidental y con la cifra de parados más alta del mundo, están sometidos, sin embargo, a multas exorbitantes infinitamente superiores a las que se pagan en otros países mucho más ricos
(3).
Pues sí Sra. Aguirre, sí. Está bien que conozca Vd. en carne propia el trato que nos dan a diario los guardias y los muchos cuerpos creados por Vds. para atorrarnos a multas que, por otro lado, a nadie se le oculta ya, no tienen otra finalidad que la de pagar los sueldos de cuantos se aferran a un estado megalómano que se ha convertido en una verdadera carga para el ciudadano y en una insaciable máquina de esquilmarle. Desde tal punto de vista, sólo espero que algo parecido le ocurra no sólo a Vd., sino a muchos más políticos, a ver si así se dan cuenta…
Pero lo que he visto luego no me ha gustado tanto. Ayer he vuelto a escuchar a la Sra. Aguirre pidiendo disculpas por aparcar en sitio indebido (o por lo que haya hecho)… ¿Cuántas veces ya? ¿Quince, veinte? ¿A cuántas personas? ¿A un millón, a dos millones, a tres? ¿No es suficiente ya? ¿Cuántas veces ha pedido ese mismo perdón el desgraciado de Bolinaga -y tantos como él-, que ni siquiera recuerda el número de personas que ha matado, y que se la pasa de pinchos y zuritos todo el día, a costa del erario público que nutrimos los españoles honrados con las multas que nos ponen? ¿Ha pedido ya disculpas el energúmeno aquél que desadoquinó la plaza de Colón para tirarle el adoquín a la parada de un autobús que por otro lado, casi seguro coge él todos los días y hasta se queja del mal estado en que se encuentran las marquesinas? ¿Le ha caído alguna multa?
La cantidad de veces que la Sra. Aguirre ha tenido que pedir disculpas está relacionada con tres fenómenos, unos más perversos que otros.
El primero, digámoslo como es y sin tapujos, la pura envidia: esta sociedad es muy envidiosa, pocas cosas le divierten más que darle palos al poderoso que cae por tierra, y la prensa se lo hace pagar bien dándole carnaza al perro.
En segundo lugar, -y aquí sí, con mejores argumentos-, el desprestigio en el que ha incurrido la que ya casi todos llaman “la casta política”, formada por personas en general muy faltas de la formación y la experiencia que uno esperaría encontrar en personas que ejercen tan alta responsabilidad, sin otro mérito que el de tener un amigo o conocer bien los pasillos de un determinado partido político, y que cuando no incurren directamente en verdadera corrupción, -algo que no voy a decir hagan todos-, sí incurren en la que yo llamaría “corrupción legal”, mucho más generalizada, una serie de prebendas opacas anexas al cargo y generalmente exentas de tributación y ocultadas a la opinión pública, mientras exhiben una nómina ridícula para hacernos creer que nos cuestan muy poco (
pinche aquí si desea conocer algo más sobre la naturaleza de las retribuciones de diputados y senadores, sólo por ejemplo).
Y en tercer lugar, y el más grave de los tres, la convulsión de los valores que se está produciendo en la sociedad, donde conductas con una gravedad relativa como estacionar en un carril bus son demonizadas como si constituyeran el peor de los crímenes o sacrilegios, y conductas verdaderamente dañinas e inmorales son minimizadas, cuando no exaltadas, por buena parte de la población (y lo que es peor, cómplicemente consentidas por el resto).
Y así, vemos cómo no pasa nada cuando unas mujeres con las tetas al aire violan el sagrado silencio de una iglesia o el sagrado parlamento de una cámara de representación popular; cuando un muchacho a cara descubierta, que hasta graba su hazaña, le tira un adoquín a una parada de autobús y la destroza, rompe a palos un cajero automático, o le da una paliza a un policía; o cuando algunos políticos no sólo incumplen flagrantemente la ley, sino que,
a más a más, se jactan de hacerlo y lejos de pagar una multa, hasta venden a buen precio su desacato a la ley…
Y todo ello mientras al sufrido ciudadano de clase media que no quiere sino trabajar y vivir tranquilo, con una nómina grande o chica pero fácilmente embargable gracias a las leyes muy poco garantistas y hasta injustas implementadas desde el poder, lo fríen a multas con las que no sólo pagan las prebendas inconfesadas de los políticos y las frivolidades de los que nunca pagan, sino al que de paso, se hace creer que se porta mal y que se merece el castigo de su mal comportamiento. Para que no se queje y siga pagando.
(1) Se da la circunstancia de que si un chico escupe al suelo y su padre le da un cachete por hacerlo, en esta España de nuestros amores le ponen una multa al niño por el lapo, y otra al padre por el cachete. Buen negocio ¿no? Se comprende ahora que nadie enseñe al niño en la escuela que no se debe escupir (¿hablamos de PISA?) y que a su padre tampoco le dejen enseñárselo.
(2) Hay ayuntamientos en este país de nuestros amores donde no recoger la caca del perro puede representar una multa de… ¡¡¡mil ochocientos euros!!!… ¿Para pagar los zapatos de los que las pisan quizás? ¡Ja, ja, ja! Para engrosar las arcas del estado y seguir pagando prebendas opacas de los políticos y las paradas de autobús que destrozan los que no pagan multas.
(3) ¿Sabe Vd. cuál era la multa por circular por París en esos días de la altísima contaminación con un coche que no estuviera autorizado para ello en función de su matrícula? ¡¡¡15 euros!!! ¿Se da Vd., cuenta? ¡¡¡15 (quince, en letra para que no se crea Vd. que falta algún cero)!!! ¿De cuánto habría sido la multa en España? (Nota informativa adicional: Salario mínimo español: 645€. Salario mínimo francés (SMIC): 1.445€).
©L.A.
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