Tuve la suerte de participar en una semana de estudio, organizada por la Universidad Católica de Valencia, y uno de los temas del programa era sobre la pobreza de la Iglesia. Tanto la ponencia como el diálogo posterior resultaron muy interesantes. Pero después, estuve un rato hablando con un grupo de jóvenes y vi que no se habían apeado de su opinión: de que la Iglesia debería vender cantidad de bienes que tiene y vivir pobremente porque no es creíble que la Iglesia sea pobre y que viva pobremente si tiene en su poder muchos objetos preciosos que valen millonadas, y que haya tantísimos pobres, tanto mayores como niños, que mueren de hambre. La respuesta estaba dada por el ponente tanto en la conferencia como en el diálogo posterior.
Creo que no habrá nadie que no haya oído esta crítica contra la Iglesia y la seguiremos oyendo mientras no tengamos conceptos claros y conocimiento de las cosas.
Habría que preguntar qué entienden por Iglesia las personas que sostienen esas opiniones. Todo bautizado es miembro de la Iglesia, la ame o la critique. Por tanto, debemos considerar que la Iglesia hace lo que hacemos cada uno de los que la formamos. No me atrevería a hablar sobre la pobreza o riqueza de la Iglesia sin dar previamente el paso de intentar vivir como digo que debe vivir la Iglesia. Nunca diría que la Iglesia debe ser pobre, sino que la Iglesia debemos ser pobres. Si vemos a la Iglesia desde fuera, la criticaremos porque siempre veremos defectos en ella ya que estamos tú y yo, y tenemos defectos.
Creo que no solemos vivir la pobreza como un San Juan Crisóstomo; él sí dijo muchas cosas sobre la pobreza que debe vivirse en la Iglesia: Dice: ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con un vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua?
Si ves un hambriento falto de alimento o indispensable y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias de ello? ¿no se indignará más bien contigo? O, si, viéndolo vestido de andrajos y muerto de frío, sin acordarte de su desnudez, levantas en su honor monumentos de oro, afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará él que quieres burlarte de su indigencia con la más sarcástica de tus ironías?
Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir el uso de tales adornos, pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario hacer lo uno sin descuidar lo otro; es más: os exhorto a que sintáis mayor preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del templo.
Por tanto, al adornar el templo procura no despreciar al hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso que aquel otro”.
No es cuestión de una cosa u otra, sino de una cosa y otra. Ambas son positivas, aunque, primero, la caridad.
Reflexionando con seriedad, sin radicalismos y con menos superficialidad, creo que si hubiese algún Estado al que se le ofreciese desmontar la basílica de San Pedro para montarla en su tierra, es posible que lo aceptase pagando una fuerte suma. Desde luego, lo que es cierto es que cualquier nación se llevaría los museos y archivos vaticanos y pagarían millonadas.
Pero si la Iglesia es quien ha conservado la cultura de la antigüedad, ¿no es lógico que la siga conservando? ¿Quién puede dar más garantías de su conservación? Y sigo preguntando: ¿Estaría dispuesto el país donde se encuentra el Vaticano, a que se trasladasen esos bienes y se vendiesen para atender a los pobres como algunos piden?
Por otra parte, ¿quién puede vender? Todos sabemos que una cosa es ser administradores de unos bienes y otra muy distinta, ser dueños. ¿Qué persona es dueña del Vaticano para poder venderlo? No hace mucho, pudimos saber que el Papa Francisco, a favor de los pobres, subastó una moto que le habían regalo a él personalmente; y otras cosas. Si era propiedad suya pudo hacerlo, como sin duda otros Papas habrán hecho cosas parecidas con los regalos personales que les hicieron.
Si realmente, quienes dicen que la Iglesia venda sus bienes están preocupados por los pobres, también podrían decir algo parecido con respecto a los bienes del Estado, cosa muy pertinente por la crisis en España. Que pidan al Estado, en función del bien común, que se venda el museo del Prado, los demás museos, el Palacio de Oriente, los Alcázares… y darlo a la gente que está en el paro y que no puede comer.
Además, si cada país debe cuidar a sus ciudadanos, a cuáles tiene que atender la Iglesia, pues infinidad de pobres no pertenecen a la Iglesia católica, que en este caso es la acusada. Nunca he oído que se acuse a las religiones budistas, confucionistas, mahometanas etc… Y los pobres están por doquier.
Es cierto también que hay cosas que se podrían vender porque no son obras culturales. Por ejemplo, en Valencia no se aceptan joyas para la Patrona si no accede el donante a que se puedan vender para el asilo que mantiene la Cofradía. ¿Cómo reaccionarían los feligreses de cualquier parroquia si se vendiese la imagen o el cuadro de la patrona para darlo a los pobres? No es tan fácil ni conveniente llegar a esos extremos que algunos piden. Lo que sí podemos hacer todos es ser pobres, vivir con sencillez y colaborar y trabajar por los pobres.
Quienes de verdad trabajan por los pobres, sin ir más lejos, son los abnegados colaboradores de Cáritas, de Manos Unidas, de muchas ONGs, los religiosos, consagradas y misioneros que sí nos podrían dar lecciones de cómo atender a los pobres. Todo ello, más sacrificado y elegante que los que desde una vida más o menos cómoda, están criticando a la Iglesia y no mueven un dedo para ayudar a los pobres que tienen junto a ellos. ¡Pobres de los pobres que tengan que esperar la ayuda de quienes lo quieren arreglar pidiendo que se vendan los bienes de la Iglesia! Y ellos, tanto jóvenes como adultos, no mueven un dedo para ayudar a los pobres que viven a su lado.
José Gea