Si Jesús hubiera querido pasar desapercibido habría usado un desfibrilador para resucitar a Lázaro y en las bodas de Caná, en vez de convertir el agua en vino, habría optado por la tercera vía, la cerveza sin alcohol, que es lo que hace el catolicismo de baja intensidad cuando defiende con tibieza la fe en el agresivo entorno laicista para no hacerse notar.
Pero hacerse notar es una seña de identidad católica. Al fin y al cabo, persignarse nos convierte en cruz, es decir, en víctimas. Sin embargo, el católico de baja intensidad, amedrentado por la presión ambiental, circunscribe a la intimidad su relación con Dios, como quien mantiene una aventura, en lugar de pregonar la grandeza del encuentro. Es la diferencia entre ser testigo y pasar por allí.