Comienza en estos días las vacaciones que, en muchos casos, suele estar acompañadas de un viaje, buscando otros ambientes, descubriendo nuevos paisajes y desconectando de la rutina. En esta época propongo un viaje que está al alcance de todos: no se trata de un sorteo, ni exige un presupuesto económico sólido, ni equipajes sofisticados, ni siquiera acompañantes, aunque el propio viaje ayudará a encontrar compañeros. Sólo se exige un poquito de paciencia, mucho de coraje para superar las primeras dificultades, una buena dosis de paciencia, un buen sentido del humor para reírse de uno mismo y una capacidad de admiración y de aceptación de lo que descubras.

La propuesta consiste en un viaje por el interior de nosotros mismos que es lo más próximo y, con frecuencia, lo más desconocido por nosotros. La aventura no es fácil porque existen impedimentos tanto externos como internos, pero la experiencia merece la pena si queremos tener una vida personal y no queremos pasar por este mundo como seres que nunca supieron quiénes eran ni por qué, ni para qué habían venido a la vida.

El universo es maravilloso, como la naturaleza y la vida misma. Pero nada comparado con un minuto de vida personal, consciente de ser único e irrepetible. De los más de siete mil millones de personas cada uno tiene su propio código genético, su huella dactilar, su tono de voz y por encima de todo, la conciencia de ser distinto a todos los demás.

Una vida auténtica exige tomar conciencia de la singularidad, disfrutarla, aceptarla y amarla, para lo cual es imprescindible el conocimiento de sí mismo, primer objetivo de toda sabiduría. Pero el encuentro consigo mismo no es fácil: muchas son las dificultades tanto externas como internas. Entre las primeras, destaca ante todo el ruido. Entre las segundas, el miedo al encuentro consigo mismo. Vayamos por partes.

El ruido, o en sentido contrario la ausencia de silencio, está en el aire que respiramos. Como el oxígeno es el elemento esencial para el cuerpo, el silencio lo es para el alma. Nos preocupa la contaminación del aire necesario para los cuerpos, pero somos inconscientes del ruido que despersonaliza las almas. Por ello existen muchos “Zombis, cuya alma está muerta, aunque su cuerpo siga vivo” (Eric Fromm).

Somos adictos al ruido externo: sonidos, imágenes, sensaciones   que nos diviertan, que nos distraigan, en definitiva, que nos impidan encontrarnos con nosotros mismos. A fuerza de ver la vida de los otros, nos olvidamos de vivir la propia, la auténtica.  

Pero también somos adictos a ruidos internos: deseos constantes de consumir algo nuevo, de planificar, de imaginar el futuro o dolernos por el pasado etc. Miedos, anhelos, rencores, frustraciones y un largo etc. Todo ello nos impide el silencio, la paz interior que nos permita el encuentro consigo mismo.

 En segundo lugar, están las dificultades internas. Una vez recuperado el silencio, surge la segunda prueba. No es fácil conocerse a sí mismo, primero porque toda persona tiene algo de misterioso e inabarcable, en segundo lugar, porque tal vez lo que conozcamos no nos guste y en tercer lugar por la facilidad para auto engañarnos.

 Para este viaje al interior al que invito, solo se necesita querer hacerlo. Buscar un pequeño rato cada día, un lugar tranquilo y la voluntad firme de perseverar, aunque el aburrimiento y el cansancio aparezcan al principio. Tal vez se necesite la ayuda de alguna persona de una gran vida interior o algunas lecturas apropiadas.

No hacerlo en este tiempo de vacaciones supone seguir en el engaño: no somos lo que tenemos, ni las ocupaciones, preocupaciones, éxitos, fracasos, la apariencia externa, la posición social o los saberes acumulados. Corremos el peligro de seguir siendo un actor que vive una vida cuyo guion han escrito otros.   No intentar este viaje al menos, será perder la ocasión de vivir una vida personal auténtica, de ser alguien en lugar de algo que consume sensaciones. Como decía Séneca: “Es mucho más importante conocernos a nosotros mismos, que darnos a conocer a los demás”.

Hacerlo, por el contrario, es la experiencia más revolucionaria que existe. Nada vuelve a ser como antes. Es la posibilidad de descubrir todo lo que necesita para ser feliz está dentro de uno mismo. Muchos son los beneficios: aprender a quererse mucho y a gustarse poco, aceptarse y superar las limitaciones, descubrir las motivaciones ocultas, sin dramatizar ni autocompadecerse, comprender a los demás, no juzgarlos. En definitiva:  tener una mayor libertad interior.

El viaje, por lo demás no es nuevo, y está en el anhelo de todas las culturas desde la antigüedad. “Conócete a ti mismo” señalaba el aforismo griego inscrito en el templo de Apolo en Delfos. Por citar sólo un ejemplo de la cultura china, decía Lao Tse: “Quien conoce a los demás posee inteligencia. Quien se conoce a sí mismo, posee clarividencia”.

Por último, no podemos olvidar que, para los creyentes, como decía San Agustín, “en el interior del hombre habita la verdad”, y es allí donde el hombre, además de encontrarse consigo mismo, puede encontrar a Dios. Nada mejor que oírle para terminar este artículo: ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; …Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me retenían lejos de ti cosas que no existirían si no existieran en ti. Pero tú me llamaste y clamaste hasta romper finalmente mi sordera.