«Os lo aseguro: quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida»

Jesucristo es la palabra de Dios encarnada. «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad».

 

Jesucristo es Dios hecho conversación, hecho diálogo con los hombres.

«Vienen días, dice Yahvéh, en que yo mandaré sobre la tierra hambre y sed; no hambre de pan y sed de agua, sino de oír la palabra de Yahvéh. Y errarán de mar a mar y del norte al oriente en busca de la palabra y no la hallarán».

 

¿Buscas con hambre la Palabra de Dios para alimentar tu alma? ¿Te entusiasma escuchar su Palabra y la medi­tas en tu corazón?

 

La Palabra de Dios siempre produce sus frutos: «Co­mo baja la lluvia y la nieve de lo alto del cielo, y no vuelve allá sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar..., así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí vacía, sino que hace lo que yo quie­ro y cumple su misión»

 

Oír la Palabra es expresar el amor que tenemos a Dios: «Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Pa­dre le amará, y vendremos a él, y en él haremos mo­rada»

 

Escucha siempre la palabra viva de Dios. «No, no, hijo mío, Jesús no nos

 

dejó palabras muertas que nos­otros debamos encerrar en pequeñas o

 

grandes cajas, sumergidas en aceite rancio como si fueran momias de

 

Egipto. Jesucristo, hijo mío, no nos dejó conserva de palabras para

 

guardar, sino que nos dio palabras vivas que nutrir» (Escrivá de

Balaguer)