Sinceridad
«Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios»
El hombre de fe es un hombre que se caracteriza por su sinceridad, porque no tiene miedo a la luz.
Decid sí, si es sí, y decid no, si es no. Esta es la norma de la sinceridad. Este es el mandato de Cristo a sus discípulos.
La sinceridad es el fundamento para toda amistad. Sin la sinceridad sería imposible convivir con los demás. No nos fiaríamos de nadie. Engañar a alguno es tratarle como enemigo. Es negarle nuestra confianza.
No es posible el amor al margen de la verdad, de la luz.
La sinceridad es presentarnos tal y como somos. Pero eso sí, hay que procurar estar presentable. Ser sinceros es ir acompañados de la verdad sencilla pues, como decía Gandhi, «La verdad sencilla es siempre la defensa más segura, la espada más tajante, el camino más recto para llegar al fin».
Somos hijos de la luz, de la claridad, del sol radiante, del aire diáfano. No tenemos nada que ocultar. Tus obras han de ser lo suficientemente honradas para que, realizadas a plena luz, se pueda decir que están hechas según Dios.
El Señor cura a in ciego de nacimiento. Nunca había visto la luz. No conocía como era el Señor. Pero aquel día supuso para él comenzar una vida nueva. Vio la luz del sol, vio la Luz de la Verdad, conoció a su padre, a su pueblo, a sus amigos… Y dijo la verdad a todos los que le preguntaban sobre su curación. Ha sido Jesús, el Nazareno. Lo increpaban una y otra vez, y él siempre dijo lo mismo: me puso las manos, me lavé y veo.
Después se encontraría de nuevo con Jesús que le preguntó: ¿Crees tú en el Hijo del hombre? El contestó: ¿Y quién es, para que crea en él? Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es. Y él dijo: Creo, Señor.
Esta es la gran lección que nos da el ciego. Encontró a Jesús, e hizo una acto de fe en El.
Juan García Inza