Considerar que el embrión no forma parte del ciclo vital lleva a algunos a utilizar los fetos para producir biomasa en lugar de darles un entierro digno. Así ha sucedido en varios hospitales del Reino Unido, donde, según una investigación periodística, más de 15.000 niños abortados han sido utilizados como combustible para avivar la calefacción central, lo que, si bien sirve para reducir el coste energético, es tan reprobable como utilizar las cenizas del abuelo para la barbacoa en vez de esparcirlas por el huerto.
El calor de hogar tiene más relación con el saco de dormir que el padre regala al hijo adolescente que con la utilización de fetos para regular el termostato de la sala de espera. Como eso lo sabe cualquiera con un mínimo de sensibilidad, la utilización de niños a modo de materia prima para la combustión ha escandalizado a parte de la buena sociedad continental, pero para mí que el escándalo estriba en el número más que en el uso porque es el número y no el uso el que denota la magnitud de la demencia senil que en cuestión de moral aqueja a la vieja Europa.