“En aquel tiempo, uno de los letrados se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Respondió Jesús: El primero es, ´Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.
Escucha bien: el primer mandamiento es amar a Dios, porque Dios es el primero. Dios ocupa el primer lugar en la lista de nuestros amores. A la hora de pensar, a la hora de decidir, a la hora de comprometerse, Dios el primero. Sin El estás perdiendo el tiempo. .
«Después de esta protesta de amor, hay que comportarse como amadores de Dios. In ómnibus exhibeamus nosmetipsos sicut Dei ministros (2 Cor 6, 4), comportémonos en todas las cosas como servidores del Señor. Si te das como El quiere, la acción divina se manifestará en tu conducta profesional, en el trabajo, en el empeño para hacer a lo divino las cosas humanas, grandes o pequeñas, porque por el Amor todas adquieren una nueva dimensión” (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 60)
El amor de Dios se manifiesta en deseos de santidad, de superación constante. Y la santidad consiste en vivir nuestra vida ordinaria en presencia de Dios y con el alma en gracia.
Acércate al Señor y allí, al oído dile: “¡Te necesito a ti,-sólo a ti! Deja que lo repita sin cansarse mi corazón. Los demás deseos que día y noche me embargan son falsos y vanos hasta sus entrañas... ¡Te necesito a ti, sólo a ti!” (Tagore, Obra lírica, n. 38).
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Juan García Inza