La del zorro y las uvas es una fábula inconclusa porque no refleja el criterio del racimo. El criterio del racimo es básico para comprender la moraleja de la fábula si se tiene en cuenta que la renuncia del zorro a las moscateles tiene más relación con su incapacidad para trepar que con la altura de la vid. De modo que si el racimo, Dios, propone el esfuerzo de la cruz para alcanzar la santidad lo que hay que hacer no es pretextar que las uvas están verdes para criticar el sabor del vino, sino pedir el acompañamiento de Jesús hasta Caná.
El zorro, sin embargo, no cree en milagros, lo que le incapacita para entender a la Iglesia, que es, en esencia, fe. Sin ella no hay montaña que se mueva. Sin ella está escrito un artículo de opinión publicado en El País cuyo autor advierte a la Iglesia de que si no se moderniza se deslizará hacia un banal populismo. Ni que decir tiene que el empecinamiento del ateísmo en aconsejar a la Iglesia por el bien de ésta se deriva de la astucia del zorro. Consuela saber que el criterio del racimo no es de este mundo.