Cien contra uno a que las miles de personas que participaron el domingo pasado en la marcha por la vida no tiraron siquiera una bolsa de plástico al suelo de Madrid, que es lo único que les faltó por lanzar a los centenares de radicales que un día antes convirtieron el centro de la capital de España en una franquicia de Vietnam del Norte con el mobiliario urbano en el papel de napalm.
Con todo, sería injusto plantear la comparación en términos de educación cívica porque la mayoría de los manifestantes de la marcha por la dignidad se condujo con urbanidad. Tan sólo una pequeña porción la tomó con los luminosos de los bancos, con las lunas de los comercios y con las terrazas de los cafés, por lo que no es riguroso meter en el mismo cesto a las manzanas sanas y al hombre del saco. Tampoco lo es, por cierto, equiparar a los antidisturbios con los antisistema por aquello de que no es exactamente lo mismo la mercromina que la infección.