En origen, el término “justo entre las naciones” (en hebreo: חסידי אומות העולם ; transcrito como Hasidei Ummot Ha-Olam o también, Chassidey Umot HaOlam) remite a la expresión con la que los judíos se refieren a las personas de confesión no judía merecedoras de consideración y respeto por observar una conducta moral acorde con los llamados “Siete preceptos de las naciones o de Noé” o “noáquicos”, a saber: reconocer un solo Dios; no blasfemar; apoyar el respeto de la moral pública; perseguir la muerte violenta; perseguir el robo; repudiar las conductas inmorales y las sexualmente perversas que destruyan los lazos de la familia; y combatir el consumo de animales vivos. Aunque terminará adquiriendo un nuevo significado que es al que nos vamos a referir aquí.
Una vez constituído en 1947 el Estado de Israel, en 1953 el gobierno de David Ben Gurion presenta ante el Kneset o Parlamento la “Ley de la conmemoración de los mártires y héroes; Memorial de Yad Vashem” que crea el Yad Vashem, traducible como “nombre permanente”, expresión que halla su razón de ser en el libro de Isaías:
Yo les daré lugar en Mi casa y dentro de Mis muros [...]. Les daré un nombre permanente [un “yad vashem”], que nunca será olvidado” (Is. 56, 5)
Y que por lo que se refiere a nuestra expresión, “justo entre las naciones”, le otorga un nuevo alcance, que lo relaciona con el especial reconocimiento de aquellas personas que, sin ser judías, prestaron ayuda a las víctimas judías del Holocausto o Shoá.
En esta expresión, el término “naciones” se refiere a los gentiles, es decir, a los no judíos, un término con similar alcance al que entre los cristianos tendría el término “pagano”. Es una asociación, ésta de “los gentiles” y “las naciones”, que también encontramos en boca de Jesús varias veces, como -sólo a modo de ejemplo- cuando dice:
“Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor” (Mt. 20, 25-26)
O también:
“Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones” (Mt. 24, 14).
A pesar de lo extraño de la expresión “justo ‘entre’ las naciones” y no como en principio sería más académico en español “justo ‘de’ las naciones”, el término se traduce de manera similar al inglés, “righteous among the nations”; al francés, “justes parmi les nations”; al alemán, “Gerechter unter den Völkern”; o al italiano, “iusti tra le nazioni”.
Aunque la Institución Memorial de Yad Vashem se constituye en 1953, es sólo en 1963, tras el juicio que tiene lugar contra Adolf Eichmann al que tuvimos ocasión de referirnos en esta columna (pinche aquí para conocer los pormenores), que comienza su labor de investigación y designación de los candidatos a “justo entre las naciones”, para lo cual, se constituye una Comisión presidida por el jurista Moshe Landau, presidente asimismo del tribunal que juzgó a Eichmann, y Ariel Kubovy, director del Yad Vashem.
Para ser electo justo entre las naciones la iniciativa ha de partir de un judío, y la asistencia facilitada a algún judío ha de haberse otorgado de manera altruista. La distinción puede recaer sobre una persona viva o muerta, y la ceremonia de reconocimiento puede tener lugar en Israel o en una embajada israelí.
Son muchas las distinciones que proporciona la designación como justo entre las naciones: para empezar un diploma acreditativo y la denominada “Medalla de los Justos” con la frase talmúdica “Quien salva una vida, salva al Universo entero”. Al principio se plantaba un árbol con el nombre del designado en el Jardín de los Justos, aunque hoy la falta de espacio ha llevado a reemplazar este honor por el de la inscripción en el “Muro de Honor del Jardín de los Justos”, en Jerusalén. Cada “justo” recibe una pensión económica equivalente al salario medio de Israel y sus parientes pueden beneficiarse de las ayudas sociales y sanitarias públicas. También se facilita al justo la ciudadanía honoraria (o conmemorativa en el caso de estar muerto) y tanto a él como a su familia el permiso de residencia en Israel, una prebenda de la que han hecho uso más de un centenar.
No solamente personas individuales han sido reconocidas como “justas” sino también colectivos enteros, como es el caso de los movimientos de resistencia daneses que permitieron salvar a siete mil de los ocho mil judíos que constituían la comunidad judía en una operación de evacuación a Suecia ejecutada en 1943; el pueblo de Nieuwlande, en Holanda; o Le Chambon-sur-Lignon, en Francia.
Si bien el registro del Yad Vashem se encuentra abierto a nuevas incorporaciones, la nómina de los justos entre las naciones supera ya ampliamente los veinte mil, entre los cuales, nada menos que seis mil polacos, cinco mil holandeses, tres mil quinientos franceses o dos mil cuatrocientos ucranianos.
Lamentablemente son muy pocos los españoles que la engrosan, apenas cuatro: los diplomáticos Ángel Sanz Briz, Eduardo Propper de Callejón, José Ruiz Santaella, y Carmen Schrader, esposa de este último, a los que añadir los especiales reconocimientos a Miguel Ángel de Muguiro, Julio Palencia, José de Rojas y Moreno, Bernardo Rolland de Miota y Sebastián de Romero Radigales.
Y ello aún a pesar de la importante labor, nunca reconocida como merece, que desde el Régimen de Franco se hizo por la comunidad judía, que según admiten hasta los menos franquistas de los especialistas en el tema, pudo incluso superar los cuarenta mil salvamentos (pinche aquí si desea conocer más sobre el tema). Hay en ello algo de ingratitud por parte del pueblo judío, pero sobre todo, qué duda cabe, de ese desprecio natural que los españoles sentimos hacia nuestra propia historia, que hace muy difícil que los demás reconozcan lo que nosotros mismos no somos capaces de reconocer.
©L.A.
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