A raíz del encarcelamiento de Juan el Bautista, Jesús se marchó a Galilea, y cada vez eran más los discípulos que le seguían. En su caminar debía pasar por Samaria. El día era caluroso y pesado. Tanto Jesús como sus discípulos estaban cansados y decidieron comer un bocado antes de proseguir el camino.
          Los Apóstoles fueron al pueblo de Samaria a comprar lo necesario para el alimento del medio día. El Maestro se quedó sentado junto al pozo de Jacob. De pronto llega una samaritana con un cántaro bajo el brazo y apoya­do en su cadera, para llevar agua del pozo a la casa, como haría todos los días a la misma hora. Jesús la mira e inicia con ella un diálogo maravilloso que nos recoge San Juan.


                  Él tiene realmente sed, y le dice a ella: Dame de beber; la mu­jer se extraña que le pida agua ya que los judíos, desde hacía mucho tiempo, no se hablaban con los samaritanos. Jesús le dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te di­ce: Dame de beber, tú se la habrías pedido y él te habría dado agua viva. Dícele la mujer: Señor, no tienes con qué sacarla y el pozo es profundo; ¿de dónde tienes ese agua viva? Jesús con un tono de profunda afectividad dijo, en esa catequesis que le estaba dando, que el que bebe del agua del pozo vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; más aún: El agua que yo le daré será en él manantial de agua que salta hasta la vida eterna.
       La mujer se entusiasmó, y toda admirada dijo: Dame, ¡oh Señor!, esta agua para que yo jamás tenga sed ni tenga que venir más acá a sacarla.

                 La conversación fue poco a poco descendiendo a detalles más personales de tal manera que le descubrió la flaqueza de su vida. Y la samaritana, en un momento

del diálogo, le dice que sabía que el Mesías tenía que venir. Fue la ocasión que aprovechó Jesús para revelarle su identidad´ Soy yo, el que habla contigo. Se hizo un profundo silencio. La samaritana acababa de descubrir al Salvador de la humanidad, y al lle­gar los discípulos del pueblo, se fue corriendo a comunicar la buena nueva a los suyos.

        Tan grande fue la alegría y el in­terés de todos, que le invitaron a quedarse con ellos, y de­cían: No creemos ya por tu relato; que nosotros mismos hemos oído, y sabemos que éste es en verdad el salva­dor del mundo. ¿No te entusiasma esta página tan bella del Evangelio? Te invito a que la leas completa y despacio en el capítulo cuatro de San Juan.

                 Y ponte tú en el lugar de la samaritana, y oye a Jesús que te habla del agua de la gracia, y que te dice que es el Mesías, y que tiene sed de ti, de almas como la tuya para trabajar por el Reino de los Cielos. ¿No le vas a dar agua a Jesús? La Samaritana se dejó el cántaro que traía junto al pozo, pues ya había descubierto otra agua más valiosa. Tú y yo tenemos que abandonar muchos cánta­ros que hasta ahora pretendían saciar nuestra sed de felici­dad, pero nunca lo hemos conseguido. Nos falta

la nueva agua de la gracia, del nuevo pozo que es Jesús. Y le invita­mos a que se quede con nosotros.

 

              ¿Es importante para ti vivir en Gracia?

              ¿Qué faltas descubre en ti Jesús?

               ¿Qué puedes hacer para que otros le descubran y dis­fruten de Él?

 
Juan García Inza