“Oíd otra parábola: Un padre de familia plantó
una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un
lagar, edificó una torre y la arrendó a unos
viñadores, partiéndose luego a tierras extrañas”
(Mt. 21, 33 s.)
Tú y yo, y los nuestros somos viña mimada por Dios. Cercados, protegidos con los medios humanos y espirituales que garantizan nuestra perseverancia. Contamos con lagar donde exprimir los frutos maduros de la vendimia apostólica. Soy viñador de esas almas que Dios me ha confiado con todo esmero.
El apóstol es un labrador que trabaja de sol
a sol en la viña del Señor: “La Iglesia es la
labranza, o arada de Dios”.
Somos administradores de la hacienda de Dios. Y lo que se requiere de un administrador es que sea fiel, que sea responsable.
Responsable es la persona que cuida de las cosas de los demás como si fueran suyas y cuida lo suyo como si fuera de los demás. Responsable es la persona en la que se puede descansar. Responsable es aquel que carga sobre sus hombros el porvenir del mundo. Responsable es el que trabaja en presencia de Dios y hace lo que debe y cuando debe.
“Es culpa mía, culpa mía personal, si el mundo va mal”, decía Dostoievsky. Porque el mundo va mal si tú y yo no vamos como debemos ir.
San Juan Crisóstomo gritaba: “¡Cristiano! ¡Tú
tendrás que dar cuenta del mundo entero!”.
Juan García Inza