Cuando se cumple un año de la elección de Jorge Mario Bergoglio como Obispo de Roma -con el nombre de Francisco- y, por lo tanto, líder supremo de la Iglesia católica, lo primero que hay que destacar es la inmensa popularidad que ha alcanzado.

Sus primeros pasos al frente de la Iglesia marcaron ya la diferencia: desde la renuncia a vivir en el apartamento papal hasta la celebración diaria y abierta al público de la Santa Misa en la capilla de la Casa Santa Marta, pasando por el tipo de zapatos. Eso, unido a sus múltiples gestos de proximidad hacia el pueblo, le granjearon desde el primer día una inmensa oleada de simpatía. A lo largo del año, este apoyo se ha traducido en la aparición en la portada de revistas muy dispares -desde Tima a Advocate, que es la "revista oficiosa" del movimiento gay en el mundo, pasando por "The Rolling Stone"-, que le han considerado unánimemente el "personaje del año". Del mismo modo, el apoyo del pueblo católico ha sido también abrumador: la Plaza de San Pedro ha permanecido prácticamente llena en todas las ocasiones en que él ha estado allí presente.

 

Son ya patrimonio común algunas de sus frases, lanzadas desde el inicio y reiteradas después: el "olor a oveja" que quiere que tengan los sacerdotes, la "marcha a la periferia" para poner a la Iglesia en un estado de misión permanente que le lleve sobre todo hacia los que no conocen a Dios o están alejados de él, el "lío" que desea que haya en las calles.... Y, sobre todo, su reiterada apelación a estar al lado del que sufre, cerca del pobre, no sólo para ayudarle sino para hacerse pobre con él. Del mismo modo, hay que destacar la publicación en este año de dos importantes documentos: la encíclica "Lumen fidei" -escrita en su mayor parte por su predecesor, Benedicto XVI, pero asumida por él y, por lo tanto, considerada a todos los efectos como suya- y la exhortación apostólica postsinodal "Evangelii gaudium" que, más que la encíclica, expone cuáles son las líneas maestras por las que quiere que discurra la Iglesia bajo su mando.

Pero no todo ha sido color de rosa en este año para el Papa Francisco. Algunas de las afirmaciones contenidas en la "Evangelii gaudium" recibieron fuertes críticas en sectores conservadores norteamericanos, que llegaron a tacharle de comunista; a esta acusación él respondió diciendo que no lo era y que consideraba el comunismo como un sistema ideológico errado, pero que no le molestaba que dijeran de él que era comunista porque tenía amigos que lo eran y eran muy buenas personas, con lo cual la polémica no sólo no amainó sino que creció; según confesiones de un destacado líder católico norteamericano, esta actitud del Papa se estaba traduciendo en una menor ayuda económica por parte de los católicos de ese país.

Sin embargo, la cuestión que más polémicas ha suscitado ha sido la de la comunión a los divorciados vueltos a casar sin haber recibido previamente la nulidad matrimonial. Francisco ha mostrado su gran preocupación pastoral por la situación que atraviesa la institución familiar convocando un Sínodo sobre la familia; este Sínodo se efectuará en dos etapas, una en octubre de este mismo año, que reunirá en Roma a los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo, y otra en 2016, con el formato tradicional, en el cual ya se tomarán resoluciones sobre cómo afrontar las cuestiones referentes a la familia, incluida la citada comunión de los divorciados. Previamente, se ha sometido a consulta a toda la Iglesia -aunque en cada diócesis se haya hecho de manera distinta- qué hay que hacer ante determinadas situaciones difíciles. Además, el Papa convocó un consistorio de cardenales para hablar de este tema y en él, por expreso deseo del Pontífice, tuvo la función de relator el cardenal Kasper, cuyas posiciones a favor de la comunión de los divorciados eran sobradamente conocidas desde su época de obispo en Alemania; esto y el apoyo explícito que el Pontífice dio al día siguiente al cardenal y a la relación hecha por él, ha llevado a muchos a pensar que el Papa estaría a favor de dicho gesto, justificado como un acto de "caridad pastoral". El hecho de que el cardenal Müller, prefecto para la Doctrina de la Fe, haya insistido reiteradamente en que eso no sucederá, no ha despejado todas las dudas.

Un primer año de Pontificado, en fin, con muchísimas luces y con algunas sombras que provocan inquietud a no pocos católicos, a los que injustamente se les quiere estigmatizar con etiquetas denigrantes. Un año que ha supuesto, en cualquier caso, un cambio esencial en la forma de ejercer el gobierno de la Iglesia católica por parte de aquel que representa a su fundador, Jesucristo.