En este comienzo de curso, me viene a la mente el célebre artículo donde Larra describe con magistral acierto la pereza de los españoles para resolver cualquier problema por insignificante que sea. Recomiendo la relectura de ese clásico especialmente en este comienzo de curso para comprender nuestra situación educativa.

 ¿En qué se diferencia este principio de curso del anterior o del de hace cinco o diez años? En nada. Seguimos teniendo los mismos problemas sin resolver, aunque hay que reconocer que este año hemos innovado: el curso comenzado, una ley nueva y no sabemos a ciencia cierta qué va a pasar. Es como montarse en el tren y no saber aún a dónde vamos.

Confieso que he releído los artículos propios y ajenos escritos en fechas semejantes en cursos anteriores y siguen siendo actuales: el mismo diagnóstico, las mismas carencias, las mismas propuestas de solución, los mismos responsables etc. Como en la célebre película, todo vuelve a empezar. 

Percibo alguna diferencia, no sé si positiva: este año no aparece la marmota, no creemos que ella sea la responsable del tiempo por venir. Hemos perdido la esperanza, o, tal vez sea más acertado decir, las falsas esperanzas. Ya estamos suficientemente desencantados de supuestos culpables: la crisis, la falta de recursos, la arquitectura del sistema, la metodología, etc.… Hemos pasado por tiempos en que abundaron recursos, hemos experimentado con leyes y tendencias, hemos culpabilizado a todo y a todos, especialmente a los otros y a los predecesores, para constatar que seguimos sin mejorar en la educación. Hemos descubierto que el rey está desnudo: los políticos y gobernantes no son la clave para mejorar la educación. Ni siquiera el mítico pacto educativo - caso de que sea posible, cosa más que dudosa -, nos solucionaría los problemas educativos.

Como Descartes, tal vez sea el momento de ver en qué momento nos apartamos del camino y comenzar a tener claras las ideas desde el principio. Obsesionados por buscar medios, recursos y novedades, lo esencial se nos hizo invisible a los ojos. A pesar de las carencias, a pesar del ambiente, a pesar de todo y de todos, lo esencial es que educar consiste básicamente en el encuentro entre un educador y un educando, entre un discípulo y un maestro unidos por la pasión de aprender. Maestro y discípulos que lejos de maldecir de la oscuridad ambiental, están dispuesto a encender una llama de esperanza, compartiendo responsabilidad, ilusión y esperanza. Virtudes de las que no se suele hablar y que no aparecen en el catálogo de competencias básicas, pero sin las cuales es muy difícil enseñar y menos aún aprender.  

            Creo que la lección inaugural de este curso, costumbre arraigada y vigente en la Universidad española, pero ausente en los demás centros educativos debiera versar sobre la responsabilidad personal. Probablemente la asignatura más olvidada del currículo.

Hay que recordar, aunque no esté de moda, o precisamente por ello, que se puede tener buenos o malos gobernantes, padres o profesores. Se puede tener mejores o peores sistemas y recursos, pero en ningún caso está garantizado el éxito si el alumno no es consciente de que puede y debe esforzarse por superar las limitaciones tanto externas como internas. No puede haber educación si el alumno no se considera protagonista de su educación, como derecho sí, pero también como deber.

La primera lección magistral debiera ser sobre la libertad y la responsabilidad del propio alumno. Tiene muchos dones, talentos y recursos, tanto internos como externos. Pero el pleno desarrollo de ellos depende en última instancia del ejercicio que haga de su libertad, de la capacidad de superarse, de esforzarse, de dar respuesta de sus propias acciones u omisiones. En definitiva, es mostrarle y entrenarle para la vida que le espera, una vida exigente que no exime de ningún esfuerzo, y más aún en una sociedad competitiva sí, pero también donde es posible mejorar personal y colectivamente si cada uno aporta lo mejor de sí. Escamotearle sus responsabilidades hoy es garantizar su fracaso personal y social del mañana.

 Pueden fallar las leyes, los sistemas, los presupuestos y un largo listado de instrumentos materiales o conceptuales. Nada de ello, menos aún la situación política actual,  podrá servir de excusa para justificar el fracaso de una vida mañana.

Termino con un dialogo del escritor  brasileño Pedro Bloch:

- ¿Rezas a Dios? Pregunta el poeta al niño.

- Sí, cada noche. Contesta el pequeño.

- ¿Y qué le pides?

- Nada. Le pregunto si puedo ayudarle en  algo.

Confieso que si en lugar de Dios, pongo sistema, sociedad, gobierno o clase política la cita me da razones para el optimismo si los alumnos de hoy asumen su responsabilidad y no esperan que les demos todo hecho. Nunca como ahora tuvo más vigencia aquella llamada de Kennedy en el día de su investidura, hace ya más de cincuenta años: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país.”