«Si vas, pues, a presentar una ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda» (Mt. 5,20 s.)
Una condición que pone el Señor para acercarnos a su altar: ser amigos de todos. Los que son de Dios no pueden ser enemigos de nadie. «Ya no os llamaré siervos, sino amigos», dijo el Señor. Si Él te llama amigo, ¿a quién llamarás tú enemigo?
La envidia, el egoísmo, las ambiciones, la codicia, la incomprensión, las críticas, las calumnias, el chismorreo, la falta de delicadeza, el desamor: todo contribuye a quebrar lazos .y romper amistades.
Necesitas ser amigo. Tienes que ser amigo de todos. Tienes que crear lazos de amistad, con tu alegría y tu perdón. El cristiano es un hombre que se hace amigo de Dios amando a los demás.
Tienes que buscar amigos, como el principito del cuento (Saint-Exupéry, El principito, cap. XXI).
Nuestro amigo común debe ser Dios. Dice L. Veuillot: “Cuando Dios no es el amigo común al que cada uno quiere por encima de los demás, entonces a quien cada uno de los dos amigos quiere más es a sí mismo”.
¿Qué es la amistad? Como dice Mons. Bougaud, la amistad es el encuentro de dos almas que mezclan, con su confianza que aumenta cada día, todos sus pensamientos, sus sueños, sus virtudes, su dicha, sus sufrimientos; libres para separarse en cualquier momento, no se separan jamás.
Es muy bonita la amistad. Es muy necesaria. Hasta el punto que el Señor nos llama amigos. Somos, gozosamente, amigos de Dios.
Juan García Inza
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