El elogio envenenado del laicismo a un parte de la Iglesia tiene puntos en común con la generosidad del que invita a una ronda cuando ya no queda nadie en el bar. En boca del laicismo los adjetivos, por buenos que parezcan, siempre cursan en contra de la piedra angular, de modo que es preferible que en lugar de loas intencionadas emita denuestos, como los intercalados por el escritor Josep Ramoneda en un artículo de El País en el que juzga la etapa Rouco como autoritaria y misógina a cuenta, cómo no, de su postura sobre el aborto.
La dirigencia intelectual progresista considera que la libertad es la opción del ñu a abrevar en una charca infestada de cocodrilos, de modo que interpreta como coacción que el bantú ahuyente al mamífero ungulado antes de que cometa el error de su vida. Del error libera el perdón, no la ideología, pero la dirigencia intelectual progresista considera que el derecho a decidir está por encima de los daños colaterales. Lo más sangrante es que la dirigencia intelectual progresista sabe que ninguna mujer en sus cabales reivindicaría para uso propio un urinario de pared.