El laicismo español lamenta que un tal Blázquez sea quien tenga más posibilidades de relevar a Rouco en la presidencia de la Conferencia Episcopal. Y lo lamenta porque, al igual que al cardenal, otorga al arzobispo de Valladolid la etiqueta negra de conservador, esto es, de amigo del orden, entendido este como cuerda moral que maniata la libertad para despendolarse.
Sea o no Blázquez el elegido, la Iglesia tiene la santa costumbre de dejarse guiar por el Espíritu en lugar de orientarse por la ideología. Así que será el Espíritu el que ayude a discernir a los obispos, a los que el Papa, tal vez con retranca, le ha pedido que lo pasen bien, a sabiendas de que una agenda cargada de votaciones no es entretenimiento en estado puro, pero sí la vía de acceso al nuevo albacea de la alegría del Evangelio. Lo que aclara que la recomendación de Francisco de que se divirtieran no es un modo subrepticio de relacionar la multiplicación de los peces con la ruta del bacalao, sino con el mar de Galilea.