Quiero contar a mis colegas lo difícil que me es orar en la situación por la que estoy pasando hace meses. Llamo colegas a los que están en debilidad por razón de enfermedad o de cualquier otra causa. Los que en este momento están pletóricos, llenos de salud y de vida y con sus fuerzas casi íntegras, no deben leer este artículo. No va para ellos y lo malinterpretarían. Es mejor que esperen unos años. Dicho esto, cada cual que haga lo que mejor le parezca.
Mi teoría es que cuando te lleguen momentos duros que te van a poner en debilidad como, por ejemplo, una grave operación quirúrgica, un cáncer, una quiebra o fracaso sentimental o económico, situaciones crónicas insolubles, es mejor que los afrontes ya rezado porque en los momentos de oscuridad poco podrás hacer. Es más, llegarás, incluso, a inquietarte pensando que no haces lo que debes y, tal vez no será así, sino más bien que la psicología y la bioquímica son muy poderosas y te debilitan hasta extremos insospechados. Tenemos una formación que ayuda a caer en inquietudes y escrúpulos que nos entristecen más de lo que estamos ya por el suceso que nos ha ocurrido.
En el límite es donde más crece la autoconciencia y, si estás bajo la gracia, también la conciencia y la unión con Dios. Yo he estado dos o tres veces en el límite y he dicho: “No llego a mañana”. Creo que ahí he aprendido a orar en debilidad, una oración nada aparatosa, pero quizás la más honda que se puede hacer en la vida. Para ello es importante valorar el límite y la debilidad de cara a Dios. A veces pensamos que la eficacia y el hacer, unidos a una gran formación y productividad, son el baremo de nuestra calidad cristiana. En el cristianismo, sin embargo, es más importante el suceder que el hacer. ¿Qué ha sucedido en nosotros? Que estamos salvados ya en Jesucristo por su muerte y resurrección antes de cualquier mérito u obra personal. El nos amó primero y nos seguirá amando primero en cada minuto de nuestra vida. La acción cristiana siempre viene de arriba hacia abajo. Somos hijos de gracia. Si esto es así, el Señor siempre está viniendo hacia nosotros, no nosotros hacia él. Lo nuestro siempre será respuesta.
En el silencio de tus adentros es donde sucede la mayor parte de tu cristianismo. En el contacto íntimo con el Dios que mora en ti se mide tu gracia y tu santidad. De esa fuente brotará y se derramarán todas las obras que el Señor ha programado para que realices en este vida. Cualquier otra programación tendrá su fuente en ti y carecerá de valor espiritual, por más bella que sea su fachada. Sólo el límite ungido nos acerca a Dios.
Una de las acciones en la que debemos poner una atención especial es nuestra oración. ¿Qué quiero decir? Que puede haber en ella mucho de cumplimiento, de esfuerzo, de ascesis, de obra bien hecha pero que no nos ayuda mucho a crecer. Si es así, no debemos entristecernos cuando perdamos la oración por efecto de una debilidad grande. En efecto, en las situaciones mencionadas habrá momentos, días o temporadas que no podrás hacer una oración litúrgica ni coger en la mano el rosario o tu devocionario ni rezar siquiera un padrenuestro u otras oraciones vocales. Te parecerá, acaso, que tu fe no era consistente y, tal vez sea verdad, pero no salgas de tu interior, no salgas de esa experiencia de pobreza, estás a punto de crecer y, tal vez mucho. No tengas miedo al Dios de tu formación, al Dios de los estatutos o constituciones, al Dios exigente al que has dedicado tantos esfuerzos.
Ese Dios está deseando que valores tu debilidad porque quiere hacerse el encontradizo contigo en ella. Te tiene así más a la mano porque cuando estás en tu fortaleza eres muy pretencioso. Este artículo me vino al corazón viendo un partido de futbol en televisión. Mi conciencia me remordía la pérdida de tiempo mientras con mis dos brazos apretaba mi vientre para que los dolores y retortijones no fueran tan agudos después de meses de sufrirlos. De repente me di cuenta de que el Señor se sonreía: el juego era una gracia suya para suavizar mi debilidad. ¿Qué es lo que yo quería hacer en ese estado en otra parte? Me regalaba el partido con cariño como se regalan las cosas a un hijo. Era un rato de gratuidad, de distensión, de contacto con un Señor distinto del esfuerzo y la ofrenda. Yo en el futbol no ofrecía nada pero el Señor veía el partido conmigo y lo disfrutábamos cuando había jugadas bonitas. A él no le importaba perder el tiempo conmigo, ¿por qué me iba a importar a mí?
Lo que no puedo es ver películas o leer libros o cosas que enganchen. Ahí, me dice: “No, conmigo”. Yo respondo: “¿Pero qué hago contigo si no me hablas?” Él me repite: “Sigue en la debilidad, que es lo que quiero yo ahora para ti”. Entonces trato de sentir mi debilidad y vivirla. Y me quedo rato sin hacer nada o me tumbo vestido en la cama para seguir haciendo nada más cómodamente. A veces me rebelo y cojo un libro pero a la segunda página por sequedad y agotamiento vuelvo a la debilidad y digo: “Perdón, Señor”. Entonces me doy cuenta que tengo que permanecer en la debilidad. La enfermedad no me permite salir de ella, pero yo la voy asumiendo también.
Estoy seguro que a ti te pasará igual. Cuando estés en esa debilidad pasarás ratos en la habitación o en la sala de estar en que no harás nada más que sufrir. Existe el peligro de que sufras desde ti, desde tus proyecciones, miedos y previsiones. Puedes sufrir con dolores no salvados, centrándote en ti. La debilidad te debe abrir al que te puede salvar o dar una solución. Permanece débil, no hagas nada, no te enredes con tu futuro. Cree, cree fuertemente que el Señor está contigo en tu no hacer nada, que te ama más que nunca, que te valora como no te imaginas. Únete a la humanidad de Jesucristo, a su terrible debilidad y fracaso pero que nos ha conquistado la vida. Toda tu vida y cada uno de tus actos y sentimientos están ya salvados en la resurrección de Cristo que le constituyó Señor de todas tus cosas. No vivas tus carencias y debilidades como algo no salvado.
Estoy seguro que, si eres dócil, en algún momento sentirás tu debilidad ungida por el Espíritu Santo y entonces podrás hacer un rato de oración, incluso de alabanza. Te alegrarás porque es la forma de unción más limpia. No se basa en una palabra o en una canción o en un pensamiento sino en la nada de la debilidad. Al día siguiente, a lo mejor vuelves a la debilidad seca y fría pero algo ha quedado en tu alma. Sigue ahí que cada vez se harán las visitas más frecuentes y entrarás en el ámbito de la contemplación en el que amarás la debilidad, el suceso que te la ha producido y la voluntad del Señor para ti aquí y ahora.
Donde más me ha costado asumir mi debilidad y agotamiento ha sido en el decir misa. He pasado muchos días sin hacer oración litúrgica ni otra que la que me salía del corazón en la debilidad. No obstante, no quería renunciar a la misa por nada del mundo y sólo pocos días lo he hecho. Yo solito, en mi habitación para estar sentado, con mi hostia, mi vino y mi vela, he dicho la misa en medio del agotamiento y distracciones sin cuento. Tan desconcentrado y descentrado estaba que me parecía casi blasfemia empeñarme en decirla. La epíclesis, que es cortita y es el momento cumbre de la misa no era capaz de terminarla sin distraerme. El sacerdote imponiendo las manos sobre el pan y el vino dice así: Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad. Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu para que sean cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo. Esta es la epíclesis, tan cortita, que no es otra cosa que una invocación consecratoria de intercesión sin la cual no existiría la misa por ser esencial. Pues bien no era capaz de recitarla sin distraerme.
No podéis imaginar la rabia que me daba. A veces volvía y volvía a repetirla sin éxito. Caía, sin darme cuenta, en la magia. Por fin el Espíritu Santo me iluminó y me dijo lo que yo ya sabía: que la misa es una oración de la Iglesia, no mía, y por muy pobre que sea el ministro vale igual. Sin embargo, la revelación fue más penetrante. Me hizo entender que él la decía conmigo y en mi tremenda debilidad se encontraba más a gusto que cuando yo la decía en público bien presentado y con voz de barítono.
Hace muchos años una novicia escribía una carta y decía: “Todas las noches, en la oración de Completas, medio dormida, me acuerdo de ti y la ofrezco por ti. Lo hago con gusto porque es la más pobre del día”. Yo pensaba que ya podía ofrecer por mí algo más prestoso y no lo que hacía medio dormida. Ahora ya lo entiendo mejor.
Chus Villarroel, O.P.